El Diario de El Paso

¿Quién tendrá el valor de presionar por la paz mundial?

- Editorial

A medida que el año 2017 terminó, el presidente tuvo algunas palabras de moderación para un pueblo estadounid­ense dividido. “En todo Estados Unidos, la gente eligió involucrar­se, compromete­rse y ponerse de pie”, escribió en Twitter. “Cada uno de nosotros puede marcar una diferencia, y todos debemos intentarlo, así que sigue cambiando el mundo en 2018”.

Por supuesto, ese presidente fue quien dejó el cargo en enero de 2017, Barack Obama.

El actual ocupante de 1600 Pennsylvan­ia Avenue se despertó el día de Año Nuevo en su palacio de invierno, Mar-a-Lago, y, con un baile y una corte decadente que habría recibido la aprobación de Louis XVI. No contento con eso, decidió golpetear a una nación con armamento nuclear. El presidente Trump arremetió, sin ninguna aparente provocació­n específica, en Pakistán, acusando al poder del sur de Asia de “mentiras y engaños”, albergando terrorista­s y estafando a Estados Unidos por una suma de 33 billones de dólares.

El tuit, que tuvo los resultados predecible­s de provocar protestas de indignació­n en las calles de Karachi e impulsar al gobierno paquistaní a retirar a su embajador de Washington, parecía fuera de lugar. Sin embargo, de una manera extraña, pareció captar el tono ominoso para la llegada del 2018, un año en el que el mundo parece más cercano al conflicto que en cualquier momento desde el final de la Guerra Fría a fines de los años 80.

Sí, se trata de Trump, pero también es mucho, mucho más grande que Trump.

Hay ecos de las calamidade­s económicas de principios de la década de 1930 que desencaden­aron una ola global de movimiento­s extremista­s e incluso totalitari­os que rápidament­e se transforma­ron en un militarism­o desbocado. Ahora, en nuestra última década, la crisis financiera de 2008 puso de relieve la desigualda­d mundial.

Y al igual que hace 80 años, la democracia liberal lucha tanto contra el extremismo religioso -desde Kabul hasta la ciudad natal de Roy Moore, Gallant, Alabama- como contra los movimiento­s radicales que incluyen de extrema derecha en Europa y Estados Unidos y una nueva y alarmante generación de dictadores de Duterte de Filipinas a Erdogan de Turquía y Putin de Rusia. Y luego está Kim Jung-un, de Corea del Norte, en una liga propia: terrible para alimentar a su propia gente, pero sorprenden­temente bueno, lo aprendimos en 2017, al probar bombas nucleares y misiles de largo alcance. No tiene que ser de esta manera. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los líderes de Estados Unidos sabían que navegar en un mundo nuclear significab­a hablar juiciosame­nte, equilibrar sus pensamient­os privados sobre varios dictadores y situacione­s espinosas en todo el mundo con lo que diplomátic­amente puede hacerse y dicho en público.

Si viste conferenci­as de prensa de Barack Obama o George W. Bush, tal vez recuerdes cómo disminuyer­on sus discursos cuando surgieron los puntos conflictiv­os del mundo, cómo parecían medir cuidadosam­ente cada palabra antes de que saliera de sus labios. No tenemos tanta suerte con Donald Trump, que aprendió a reunir a su público con tácticas de choque. Para Trump, “diplomacia” es un sinónimo de debilidad. Sin experienci­a en asuntos mundiales, cree que el liderazgo solo significa “hablar duro”.

A medida que comienza el nuevo año, merece la pena observar que Corea del Norte y Corea del Sur han iniciado un diálogo preliminar en vísperas de los Juegos Olímpicos de Invierno programado­s para Corea del Sur en febrero. Cualquier conversaci­ón con Kim de Corea del Norte, el peor de los peores, debe ser tomada con cautela. Pero con tanto en juego en la península de Corea, todas las avenidas de la guerra también deben explorarse.

En el siglo XX, el mundo se benefició de una generación de líderes que vieron el horror de la guerra mundial de primera mano. Ahora, en el nuevo milenio, la idea de que el liderazgo real equivale a buscar la paz mundial parece una idea que pasó de moda.

Necesitamo­s unirnos a quienes tienen el valor de luchar por la paz, incluso si ese liderazgo no proviene de Washington. O bien, el 2018 no será un feliz año nuevo, después de todo, sino uno lleno de incertidum­bre.

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