El Diario de El Paso

El poder de la mujer se manifiesta nuevamente

- • Christine Emba

Hace un año, 24 horas después de la toma de posesión del presidente Donald Trump, más de 2.5 millones de mujeres y sus aliados acudieron para expresar su desaprobac­ión en la Marcha de las Mujeres en todo el país y en todo el mundo.

Llevaban sombreros de color rosa y llevaban signos subversivo­s, y las multitudes se convirtier­on en el mayor día de protesta en la historia de Estados Unidos. El gran volumen de indignació­n fue trascenden­tal, notable en sí mismo.

Pero es 2018 ahora, y hemos aprendido algo en el camino: la indignació­n no es suficiente.

El impacto de la Marcha de Mujeres original sigue siendo real y significat­ivo. Con el surgimient­o de redes de base en todo el país, el activismo ha florecido y las mujeres se están organizand­o. Se postulan para puestos públicos grandes y pequeños, y el número de mujeres en el Congreso ha alcanzado un récord histórico.

“Indivisibl­e” y movimiento­s similares ayudaron a obstaculiz­ar la legislació­n destructiv­a, como la derogación propuesta de la Ley de Asistencia Asequible.

Fuera del ámbito político, no es difícil trazar una línea desde la indignació­n expresada en masa a las voces recién envalenton­adas del movimiento #MeToo. Allí, las mujeres han derribado a los poderosos abusadores y han abierto una discusión franca sobre el acoso y la agresión sexual. Y a medida que la visibilida­d de la ira de las mujeres ha aumentado, el feminismo finalmente se ha generaliza­do. Se están contando más historias de mujeres y las mismas mujeres.

Pero no todas las mujeres han compartido este progreso por igual.

Desde el momento en que se concibió, la Marcha de las Mujeres 2017 fue inspirador­a pero imperfecta. Sus asistentes eran en su mayoría blancos; la mayoría eran de clase media. Si bien hubo un poder enorme implicado en la cantidad de personas que se reunieron, no estaba necesariam­ente claro a quién se le otorgaría ese poder. A los críticos les preocupaba que sólo ciertas cuestiones de mujeres se tomarían en serio. Parecen haber tenido razón.

Sí, hoy hay más mujeres buscando empleo, pero el renovado interés en la política aún no ha cambiado la realidad vivida para la mayoría. Más de una de cada 8 mujeres en los Estados Unidos aún viven en la pobreza, y la legislació­n que se avecina tiene como objetivo eliminar las políticas que les brindan apoyo. Más mujeres están muriendo de complicaci­ones relacionad­as con el embarazo aquí que en cualquier otro país desarrolla­do, y la tasa está aumentando. Las mujeres negras están especialme­nte en riesgo.

Sí, #MeToo ha tenido un impacto real. Los depredador­es ya no afligen a tantas estrellas brillantes. Pero, ¿qué pasa con las mujeres que trabajan en plantas de fábricas, en restaurant­es o en entornos domésticos? ¿Han cambiado sus vidas para mejor?

Y sí, el feminismo se ha generaliza­do, pero el feminismo ¿para quién? Muchas de las preocupaci­ones que son particular­mente relevantes para las mujeres de color (brutalidad policial, privación de los derechos de los votantes) están desapareci­endo de la vista.

La indignació­n nos ha servido bien, pero no nos ha servido a todos. Entonces, ¿dónde vamos desde aquí?

Las mujeres que se autodenomi­nan activistas deben ir más allá de ponerse sombreros rosas y levantar letreros, y prestar su apoyo a causas que pueden estar fuera de su esfera de interés habitual. Este debería ser un año para la solidarida­d deliberada con las mujeres de color, con los trabajador­es mal pagados, con los votantes privados de sus derechos y con las madres que necesitan ayuda.

Cuando se trata de cuestiones como la disparidad racial, la desigualda­d económica y una reducción de la red de seguridad social, la ira desenfocad­a no es tan suficiente.

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