Un año de soportar tonterías del ‘Ignorante en jefe'
Un año después de asumir la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump ha demostrado que puede ostentar el título de Ignorante-en-Jefe sin competencia. El presidente de Estados Unidos trabaja para el enemigo. Ha socavado la influencia del país en el mundo y roto el delicado tejido de la convivencia interna. Y si bien un payaso nos divierte a todos, no es broma cuando tiene a cargo un arsenal nuclear.
Claro, tal vez todo esto sería un asunto menor si su propio partido rodease los arranques de Donald Trump hasta inhibirlos, pero aquí estamos en problemas todavía más serios, porque la propia incapacidad del presidente ha avivado a los republicanos: en su protoemperador narcisista, el Partido Republicano, el “Grand Old Party” (GOP), encontró al tonto útil necesario para llevar adelante la agenda más ferozmente ultraconservadora y plutócrata desde el reinado de los grandes magnates del siglo XIX.
Un año de un emperador desnudo es grave. Uno de un emperador desnudo usado por sus cortesanos mientras toleran sus tonterías y se burlan en privado, es trágico. Trump no ha conseguido nada en su primer año de gobierno. Nada. Apenas nominar a Neil Gorsuch a la Corte Suprema. Todo lo demás no le pertenece. Trump produce ruido, mensajes sucios, distracciones: mientras él tontea, a sus espaldas el poder real hace.
Ese poder es el GOP. En “Fire and Fury”, Michael Wolff dice que Trump jamás imaginó ganar la presidencia y, por lo tanto, nunca preparó un plan de gobierno. Pero ganó y sin saber muy bien qué hacer decidió pasar la posta al Congreso.
El Partido Republicano ha completado su curva de aprendizaje después de trastabillar a inicios del gobierno, superado por la desorganización del “trumpismo”. Como sabe que tiene un presidente tonto, puede usarlo —con cuidado— mientras Trump crea que cada proyecto lleva su nombre, su marca o le hagan creer que se le ocurrió a él.
Un año atrás, Paul Ryan aparecía en las fotos con Trump exhibiendo el semblante de quien siente la angustia de un infarto inminente. Miren las fotos ahora: Ryan mira al presidente con sonrisa sarcástica, como mascullando entre dientes que, tarde o temprano, el monigote dejará de serles útil.
La presidencia de Trump quema etapas como un cohete a la Luna, solo que no sabemos cuándo caerá a tierra. Un mes creíamos que Trump estaba modelando el Partido Republicano a su medida, nada más para descubrir al siguiente que los líderes conservadores en el Congreso estaban moviendo una agenda aún más ortodoxa que la suya. Los planes de Trump han avanzado más lento que los del Partido Republicano.
¿Prohibición de viaje a personas provenientes de naciones musulmanas? Bah: desafiada en los tribunales, sin que nadie en el Congreso haga mucho. Tampoco hay ley para construir el muro —que pidió Trump— ni para expulsar a los “dreamers” que también empujó Trump.
¿La reforma fiscal? Es del GOP 100 por ciento. ¿La destrucción de Obamacare y la desinversión en Medicare y Medicaid? Lo mismo.
Trump preside pero no gobierna. No es nuevo que sus bravatas y provocaciones tienen a mal traer a todos los liberales y parecen diseñadas a medida para un núcleo duro de amantes de los hombres fuertes. Pero sí es nuevo que el Partido Republicano en el Congreso siga decidido a sostener a un presidente que camina sobre el filo del cuchillo de la obstrucción de justicia y un buen puñado de razones para una destitución.
En todo caso, Trump no pasará por las manos de los jueces hasta que los republicanos miren las encuestas y vean si deben sostenerlo aún o miren las leyes aprobadas y crean que pueden mantenerlas por una o dos décadas más.
Dicho simplemente, Trump firmará lo que le pongan delante si antes le han hecho creer que daña a alguien a quien envidie. El GOP tiene en sus manos un juguete peligroso, un abuelo de 71 años que actúa como un niño ansioso de reconocimiento, tan frágil que alardeará de su poder de supermacho, con un complejo de inferioridad que no puede dejar de hacerse autopromoción. Es un juguete peligroso porque puede hacer muchas cosas peligrosas. Y sin nadie controlando al presidente y una Casa Blanca disfuncional, el resultado puede ser una catástrofe de escala mundial.
No tenemos un problema sino dos. Un partido que perdió toda perspectiva moral y compromiso democrático sostiene en el poder a un emperadorcillo obsesionado con crear acciones de relacionista público para ser alabado como el hombre más grandioso del planeta. La nación más poderosa de la Tierra en manos de lo peor de Roma.
Pero es más grave que podemos tener este problema otra vez. Nuestra sociedad hiperconectada tiene más apego a la propaganda que a la información que contradice sus creencias.
La destrucción del tejido social, de normas básicas de convivencia, de la calidad del discurso público; el ascenso de la xenofobia y la liberación del racismo no acabarán con la salida de Trump de la Casa Blanca.
El Partido Republicano, ya escorado a la sinrazón durante los tiempos del Tea Party, ha dejado ir el barco bajo la línea de flotación de la ignominia. Su filosofía es medievalista, oscura y excluyente. ¿Se puede reconstruir una nación mientras se alimenta un discurso cada vez más alienante?