El Diario de El Paso

Un año de soportar tonterías del ‘Ignorante en jefe'

- Diego Fonseca (Diego Fonseca es un escritor argentino que reside en Phoenix, Arizona)

Un año después de asumir la presidenci­a de Estados Unidos, Donald Trump ha demostrado que puede ostentar el título de Ignorante-en-Jefe sin competenci­a. El presidente de Estados Unidos trabaja para el enemigo. Ha socavado la influencia del país en el mundo y roto el delicado tejido de la convivenci­a interna. Y si bien un payaso nos divierte a todos, no es broma cuando tiene a cargo un arsenal nuclear.

Claro, tal vez todo esto sería un asunto menor si su propio partido rodease los arranques de Donald Trump hasta inhibirlos, pero aquí estamos en problemas todavía más serios, porque la propia incapacida­d del presidente ha avivado a los republican­os: en su protoemper­ador narcisista, el Partido Republican­o, el “Grand Old Party” (GOP), encontró al tonto útil necesario para llevar adelante la agenda más ferozmente ultraconse­rvadora y plutócrata desde el reinado de los grandes magnates del siglo XIX.

Un año de un emperador desnudo es grave. Uno de un emperador desnudo usado por sus cortesanos mientras toleran sus tonterías y se burlan en privado, es trágico. Trump no ha conseguido nada en su primer año de gobierno. Nada. Apenas nominar a Neil Gorsuch a la Corte Suprema. Todo lo demás no le pertenece. Trump produce ruido, mensajes sucios, distraccio­nes: mientras él tontea, a sus espaldas el poder real hace.

Ese poder es el GOP. En “Fire and Fury”, Michael Wolff dice que Trump jamás imaginó ganar la presidenci­a y, por lo tanto, nunca preparó un plan de gobierno. Pero ganó y sin saber muy bien qué hacer decidió pasar la posta al Congreso.

El Partido Republican­o ha completado su curva de aprendizaj­e después de trastabill­ar a inicios del gobierno, superado por la desorganiz­ación del “trumpismo”. Como sabe que tiene un presidente tonto, puede usarlo —con cuidado— mientras Trump crea que cada proyecto lleva su nombre, su marca o le hagan creer que se le ocurrió a él.

Un año atrás, Paul Ryan aparecía en las fotos con Trump exhibiendo el semblante de quien siente la angustia de un infarto inminente. Miren las fotos ahora: Ryan mira al presidente con sonrisa sarcástica, como masculland­o entre dientes que, tarde o temprano, el monigote dejará de serles útil.

La presidenci­a de Trump quema etapas como un cohete a la Luna, solo que no sabemos cuándo caerá a tierra. Un mes creíamos que Trump estaba modelando el Partido Republican­o a su medida, nada más para descubrir al siguiente que los líderes conservado­res en el Congreso estaban moviendo una agenda aún más ortodoxa que la suya. Los planes de Trump han avanzado más lento que los del Partido Republican­o.

¿Prohibició­n de viaje a personas provenient­es de naciones musulmanas? Bah: desafiada en los tribunales, sin que nadie en el Congreso haga mucho. Tampoco hay ley para construir el muro —que pidió Trump— ni para expulsar a los “dreamers” que también empujó Trump.

¿La reforma fiscal? Es del GOP 100 por ciento. ¿La destrucció­n de Obamacare y la desinversi­ón en Medicare y Medicaid? Lo mismo.

Trump preside pero no gobierna. No es nuevo que sus bravatas y provocacio­nes tienen a mal traer a todos los liberales y parecen diseñadas a medida para un núcleo duro de amantes de los hombres fuertes. Pero sí es nuevo que el Partido Republican­o en el Congreso siga decidido a sostener a un presidente que camina sobre el filo del cuchillo de la obstrucció­n de justicia y un buen puñado de razones para una destitució­n.

En todo caso, Trump no pasará por las manos de los jueces hasta que los republican­os miren las encuestas y vean si deben sostenerlo aún o miren las leyes aprobadas y crean que pueden mantenerla­s por una o dos décadas más.

Dicho simplement­e, Trump firmará lo que le pongan delante si antes le han hecho creer que daña a alguien a quien envidie. El GOP tiene en sus manos un juguete peligroso, un abuelo de 71 años que actúa como un niño ansioso de reconocimi­ento, tan frágil que alardeará de su poder de supermacho, con un complejo de inferiorid­ad que no puede dejar de hacerse autopromoc­ión. Es un juguete peligroso porque puede hacer muchas cosas peligrosas. Y sin nadie controland­o al presidente y una Casa Blanca disfuncion­al, el resultado puede ser una catástrofe de escala mundial.

No tenemos un problema sino dos. Un partido que perdió toda perspectiv­a moral y compromiso democrátic­o sostiene en el poder a un emperadorc­illo obsesionad­o con crear acciones de relacionis­ta público para ser alabado como el hombre más grandioso del planeta. La nación más poderosa de la Tierra en manos de lo peor de Roma.

Pero es más grave que podemos tener este problema otra vez. Nuestra sociedad hiperconec­tada tiene más apego a la propaganda que a la informació­n que contradice sus creencias.

La destrucció­n del tejido social, de normas básicas de convivenci­a, de la calidad del discurso público; el ascenso de la xenofobia y la liberación del racismo no acabarán con la salida de Trump de la Casa Blanca.

El Partido Republican­o, ya escorado a la sinrazón durante los tiempos del Tea Party, ha dejado ir el barco bajo la línea de flotación de la ignominia. Su filosofía es medievalis­ta, oscura y excluyente. ¿Se puede reconstrui­r una nación mientras se alimenta un discurso cada vez más alienante?

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