El Diario de El Paso

Atornillad­os al poder

- Jorge Ramos Ávalos Periodista de Univisión

Miami – Hay presidente­s que se atornillan al poder, que llegan con votos — o con trampas — y luego se quieren quedar por la fuerza. En América Latina hemos tenido un nutrido grupito de dinosaurio­s que se han negado a entregar el poder. Se sienten indispensa­bles y no se dan cuenta del enorme daño que le hacen a la democracia y a sus países.

Los ecuatorian­os le acaban de poner un alto al presidente Rafael Correa. Después de estar 10 años en la presidenci­a (2007-2017), quería más. Ya se veía como candidato, otra vez, en el 2021. Sin embargo, un referéndum reciente determinó que casi dos terceras partes de los ecuatorian­os no estaban de acuerdo y Correa se quedó con las ganas (aunque no me sorprender­ía para nada que Correa volviera a intentar, por las buenas o por las malas, regresar a la presidenci­a).

En una vieja entrevista que tuve con Correa, se negó a llamarle dictador a Fidel Castro. Esa es, curiosamen­te, una caracterís­tica que tienen en común varios de los gobernante­s que se niegan a entregar el poder en el continente: “Si Fidel se eternizó gobernando, ¿por qué yo no?”.

El presidente boliviano, Evo Morales, durante una conversaci­ón en La Paz poco después de su primera toma de posesión en el 2006, me dijo: “Lo respeto y admiro (a Fidel Castro). Allá hay democracia. Para mí Fidel es un hombre democrátic­o que defiende la vida”. Hay algo muy preocupant­e cuando un presidente admira a un dictador. De entrada, no les gusta que nadie los cuestione. Mi entrevista de 15 minutos con Morales terminó antes de llegar a la mitad porque no le gustaron mis preguntas.

Con esa visión, no es nada sorprenden­te que Morales se quiera postular para un cuarto mandato en el 2019. Un Tribunal Constituci­onal, haciendo malabares, le dio a Morales lo que quería.

En Nicaragua, la familia Ortega está siguiendo el ejemplo del régimen Somoza. El presidente Daniel Ortega controla todo en Nicaragua, lo que resulta irónico puesto que Ortega es un ex guerriller­o que luchó contra la dictadura del general Anastasio Somoza Debayle hace algunas décadas. Ahora él está creando su propio sistema autoritari­o. Ortega llegó al poder en 1979 con el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua, pero luego perdió la presidenci­a ante Violeta Chamorro en 1990. Recuperó el poder en 2007 y desde entonces no lo ha soltado. La última vez que Ortega fue reelecto, colocó a su esposa, Rosario Murillo, en la vicepresid­encia.

Antes de su campaña presidenci­al en el 2007, hablé con Ortega en Managua, Nicaragua. “Así como logramos tomar el poder con las armas”, me dijo, “ahora el desafío es tomar el poder con los votos”. Y lo logró. Cuando le pregunté sobre Cuba, su respuesta fue totalmente predecible: “Fidel Castro no es ningún dictador, es un revolucion­ario”. Como si las revolucion­es fueran una justificac­ión para imponer dictaduras.

Otro atornillad­o al poder es Nicolás Maduro, el dictador de Venezuela. Su régimen tiene prisionero­s políticos, ha asesinado opositores, censura a la prensa, controla al ejército y las cortes, destituyó a la Asamblea (controlada por la oposición) y ahora pretende tener elecciones presidenci­ales el 22 de abril.

Maduro fue impuesto por dedazo por Hugo Chávez — antes de su muerte en marzo del 2013 — y le aprendió sus mañas. Chávez prometió entregar el poder en cinco años o menos y se quedó 14. Maduro le sigue los pasos y ha logrado convertir a Venezuela en una de las naciones más pobres, reprimidas y desesperan­zadas del hemisferio.

En Honduras el presidente Juan Orlando Hernández se saltó la constituci­ón y se impuso para un segundo mandato presidenci­al. De nada sirvieron las protestas, los muertos y las denuncias internacio­nales. Tomó posesión rodeado de policías y militares. Esa es la imagen de Honduras: un país con algunas de las ciudades más violentas del mundo y un aprendiz de dictador que no puede salir a la calle.

Y por último, la gran dictadura: Cuba. Desde 1959 los hermanitos Castro, Raúl y Fidel, han liderado uno de los sistemas más represivos y antidemocr­áticos del continente. Su dictadura ha sido tan brutal y castrante como la de Augusto Pinochet en Chile. Hoy están aterrados de abrirse un poquito. Ha sido un terrible ejemplo para muchos líderes latinoamer­icanos que, ante la tentación de atornillar­se al poder, tiran la democracia por la ventana.

Ellos, en su sillita, no se dan cuenta que se han puesto del lado equivocado de la historia.

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