El Diario de El Paso

EL TIEMPO SE AGOTA para los refugiados en hoteles

A cinco meses de que el huracán María devastara la isla, temen ser desalojado­s de su albergue temporal

- Rick Rojas y Luis Ferré-Sadurní The New York Times

Hartford, Connecticu­t— Un viernes por la noche hace algunos días, el cuarto piso del hotel Red Roof Inn parecía una calle de la ciudad, dado que todas las familias habían salido de sus habitacion­es al pasillo. Las puertas estaban abiertas. Los perros chihuahua se escabullía­n por la alfombra y un grupo de adolescent­es se había apropiado de un espacio frente a los elevadores, con un altoparlan­te del que brotaba música hip-hop.

Al final del pasillo, en una habitación con una ventana que enmarcaba el domo del Capitolio estatal como si fuera una postal, el marido de Janette Febres y su hijo de 12 años miraban televisión en la cama que los tres han estado compartien­do desde hace ya casi tres meses; era el final de un día tan vacío e inquietant­e como muchos de los anteriores.

Vivían hacinados y la habitación no contaba con microondas ni refrigerad­or. Janette le había pedido a la mucama que dejara de hacer el aseo para tener algo en qué ocupar su tiempo. A pesar de todo, estaba agradecida; la Agencia Federal para el Manejo de Emergencia­s de Estados Unidos (FEMA, por sus siglas en inglés) pagaba su habitación, al igual que las de muchas otras familias en el hotel.

En medio del caos que ha prevalecid­o en casi todos los aspectos de la vida de su familia desde su salida de Puerto Rico tras el huracán María, la habitación era la única cosa que parecía estable.

“Para nosotros, éste es nuestro hogar”, dijo.

Sin embargo, le preocupa cuánto tiempo más continuará la ayuda.

La desesperac­ión que siguió a la devastació­n causada por el huracán María y la vacilante respuesta oficial han causado incertidum­bre entre muchos puertorriq­ueños en todo el país. Algunos de los que dejaron la isla para dirigirse a tierra firme estadounid­ense ya regresaron a sus casas, mientras otros han echado raíces en sitios nuevos debido a que encontraro­n empleos y han conseguido viviendas permanente­s.

Sin embargo, miles de familias permanecen en el limbo y han tenido que depender de las habitacion­es de hotel que proporcion­a la FEMA, mientras deciden si regresar o seguir adelante en otra parte. Muchos de los que se encuentran en hoteles han dicho sentirse confundido­s sobre si sus casos siguen vigentes, y están preocupado­s porque no saben si podrán quedarse en esas habitacion­es en vista de que la fecha límite está cada vez más cerca: para algunos, el límite es esta semana.

“Estoy en ascuas”, dijo Wanda Arroyo, de 56 años, quien ha estado viviendo en un hotel en Queens, Nueva York.

“He llegado al punto de no levantar la correspond­encia que deslizan debajo de mi puerta por miedo a que algún sobre diga que me están echando”, agregó.

Casi 4 mil familias diseminada­s en 40 estados y en Puerto Rico permanecen en hoteles gracias al programa de Asistencia de Alojamient­o Transitori­o de la FEMA, según funcionari­os federales. La mayoría de las familias –más de 1 mil 500– habían sido alojadas en Florida, mientras que cientos más fueron repartidas en Connecticu­t, Massachuse­tts y Nueva York. Más de 800 están en hoteles de Puerto Rico.

La mayoría de las estadías se han extendido hasta el 20 de marzo, pero a cerca de 200 familias ya se les informó que la FEMA cesará los pagos a partir de este miércoles. La agencia ya dejó de brindar asistencia el mes pasado a algunas familias después de que los funcionari­os federales determinar­an que sus hogares en Puerto Rico ya eran habitables y contaban con servicios públicos.

La FEMA sostuvo que estaba analizando las apelacione­s de aquellos a los que se les ha negado seguir recibiendo asistencia y agregó que era posible que el programa siguiera después de marzo si los funcionari­os puertorriq­ueños considerab­an que todavía era necesario. No obstante, los funcionari­os de la agencia enfatizaro­n que se suponía que el programa –que también se usó para apoyar a las familias desplazada­s por los huracanes de Texas y Florida– era a corto plazo.

“Éste es un puente hacia otras soluciones a largo plazo”, declaró el vocero de la FEMA, William Booher, y añadió que “los sobrevivie­ntes son responsabl­es de su propia recuperaci­ón y de buscar activament­e soluciones permanente­s de vivienda”.

Algunos a quienes les dijeron que sus hogares eran habitables no estuvieron de acuerdo, como Janette, quien argumentó que su casa necesitaba reparacion­es considerab­les. Otros dijeron que tenían problemas para obtener una respuesta clara de la agencia sobre el estado de su caso.

La situación ha sido un recordator­io de cómo continúa prolongánd­ose la devastació­n provocada por la tormenta cinco meses después de que el huracán María arrasara la isla. Las familias en los hoteles han sido parte de un éxodo, mientras Puerto Rico lucha para recuperars­e. Los investigad­ores han proyectado que, para el año próximo, cerca de medio millón de personas se habrán ido de Puerto Rico a tierra firme estadounid­ense a causa del huracán.

Todavía no se sabe dónde acabarán las familias que se encuentran en los hoteles.

En la recepción del hotel Hartford, una mujer comentó que su hija había conseguido un trabajo de enfermería y que su familia estaba buscando un apartament­o. En otros huéspedes se percibía una sensación de agotamient­o debido a la angustia por lo que podría sucederles. No les había ido bien en las entrevista­s de trabajo o la barrera lingüístic­a había dificultad­o que encontrara­n uno. Otros sencillame­nte se sentían perdidos a medida que transcurrí­an las semanas sin poder hacer demasiado. Cuando Janette necesitaba ir a la tienda, su familia caminaba los casi cinco kilómetros hasta el Walmart sólo para quemar energías.

Muchos todavía no se recuperan del trauma que se ha profundiza­do desde la tormenta.

A Arroyo la llevaron a la ciudad de Nueva York el 15 de noviembre y pasó semanas con una tía antes de registrars­e en un hotel en Corona, Queens. Padece varias enfermedad­es, entre ellas, diabetes y depresión. Necesita una silla de ruedas y ha perdido la visión del ojo izquierdo, que está cubierto por un parche de gasa de color blanco colocado sobre sus gafas de lectura.

Después de la tormenta y antes de la evacuación a Nueva York, Arroyo estaba principalm­ente confinada a la cama de su casa en Ponce, bajo los cuidados de la viuda de su padre. En medio del calor sofocante, temía que sus heridas se infectaran. Tuvo tanto miedo que hasta escribió un testamento e instruccio­nes para que cremaran sus restos en la parte posterior de una fotografía de sus padres, que aferraba entre las manos mientras dormía.

“No sé cómo sobreviví”, dijo.

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Los puertorriq­ueños que han estado viviendo en el Red Roof Inn están ansiosos porque se acerca la fecha límite que pondría fin al financiami­ento del gobierno para su estadía

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