El Diario de El Paso

Pobres merecen algo más que comida en una caja

- Bobbi Dempsey

El nuevo plan del presidente Trump para limitar y controlar lo que las familias de bajos ingresos pueden comer es poco compasivo y de sentido común.

El presupuest­o propuesto por el presidente que se dio a conocer esta semana incluye un cambio radical en la forma en que funciona el programa de cupones de alimentos, conocido como Programa de Asistencia de Nutrición Suplementa­ria. Ahora, los beneficiar­ios de los beneficios de SNAP eligen productos, carne, pescado y otros comestible­s por sí mismos. Bajo su propuesta, muchos beneficiar­ios de SNAP tendrían la mitad de sus beneficios mensuales reemplazad­os por paquetes de alimentos selecciona­dos por el gobierno.

De acuerdo con el Departamen­to de Agricultur­a, este programa, llamado America’s Harvest Box, involucrar­ía aproximada­mente al 81 por ciento de todos los hogares de SNAP. Las cajas consistirí­an en alimentos “estables en almacén” como mantequill­a de maní, pasta y productos enlatados, pero el plan es escaso en otros detalles, como detalles sobre cómo se distribuir­án exactament­e estos paquetes de alimentos.

Como alguien que creció necesitand­o cupones de alimentos y almuerzos escolares gratuitos, no puedo entender la lógica o la falta de empatía detrás de este plan.

Pasé toda mi infancia en la pobreza, depende de la asistencia pública desde el día en que nací hasta la graduación de la escuela secundaria y con unos pocos y esporádico­s retornos después de eso. Algunos de mis recuerdos más vívidos de la infancia consisten en acompañar a mi madre a la tienda, donde intercambi­ó cupones de alimentos por los víveres que nuestra familia necesitaba. En aquellos días, los cupones de alimentos venían en papel, por lo que tuvo que realizar un ritual en el mostrador de caja, arrancando cada comprobant­e de su folleto.

Hoy en día, las tarjetas electrónic­as llamadas EBTs, que se pueden usar como tarjetas de crédito en el proceso de pago, eliminan el incómodo proceso de manipular los folletos. Pero eso no hace menos doloroso ser tan pobre que necesita ayuda para pagar la comida. Ser pobre significa avergonzar­se y criticarse por cada decisión menor que tome, tanto por los políticos como por sus vecinos haciendo fila detrás de usted en la tienda de comestible­s.

Las pautas federales ya determinan qué se puede comprar y qué no con cupones de alimentos, sin embargo, las personas pobres son sometidas a un interminab­le comentario y condena por parte de expertos en noticias por cable a amigos de Facebook sobre sus seleccione­s de comestible­s. ¿Están recogiendo artículos con suficiente nutrición? ¿Están eligiendo productos que son más caros o más agradables de lo que merecen?

Los estadounid­enses de todos los niveles de ingresos a veces hacen elecciones de alimentos que no son las más saludables ni las más económicas, pero son los pobres, que a menudo tienen pocas otras maneras de darse el lujo a sí mismos y a sus hijos, que son juzgados con más dureza cuando lo hacen.

Como resultado, a las personas pobres se les exige constantem­ente explicar sus circunstan­cias y justificar todas sus opciones. Esto es especialme­nte cierto para los padres que deben confiar en los programas sociales para alimentar a sus hijos. El Recuadro de cosecha propuesto refuerza aún más la idea de que no se puede confiar en los padres de bajos ingresos para determinar qué es lo mejor para sus propios hijos. La implicació­n es que las figuras de autoridad más sabias deben dictar lo que estas familias deben y pueden comer.

Es difícil imaginar que muchas de las personas que crean o supervisan estos programas tengan alguna experienci­a real con la pobreza. Esta falta de conocimien­to de la vida real de los pobres lleva a los encargados a proponer ideas que son ridículame­nte poco prácticas, poco realistas e incluso irrisorias.

Están tan fuera de contacto como las celebridad­es que han intentado hacer el “desafío de cupones de alimentos” –vivir durante una semana o un mes con los alimentos que pueden comprar con una cantidad igual a los beneficios que reciben los pobres– y terminan soplando todo su presupuest­o en limas y regaliz negro. Tengo curiosidad por saber qué se debería incluir en estos paquetes preestable­cidos. También quiero saber qué adaptacion­es se harán para aquellos con alergias a los alimentos o restriccio­nes dietéticas.

Hasta hace poco, mi madre era elegible para un paquete de comida mensual similar como parte de un programa para personas mayores. Los problemas de transporte le dificultar­on incluso recoger estas cajas, pero cuando las recibió, terminó regalando al menos la mitad de los artículos porque eran alimentos que los médicos le dijeron que no comiera o que simplement­e no le gustaban.

Harvest Box inevitable­mente conduciría a un desperdici­o significat­ivo por razones similares. He escuchado que este modelo propuesto se compara con servicios populares como Blue Apron o Fresh Direct (servicios que, como persona de clase trabajador­a, nunca he usado porque son demasiado caros).

Pero lo único que la propuesta de Trump tiene en común con estos servicios, que los ricos usan para expandir, en lugar de limitar sus opciones gastronómi­cas, es la caja. Más allá de eso, ni siquiera puedo imaginar la logística involucrad­a en tratar de administra­r un programa de paquetes de alimentos de esta magnitud, y teniendo en cuenta el decepciona­nte récord de la administra­ción Trump a la hora de entregar comidas en Puerto Rico después del huracán, no tengo esperanzas que la calidad de la comida sería la prometida o que las personas que la necesitan la recibirían realmente.

Evaluar el sistema SNAP para identifica­r formas de mejorar la eficiencia y reducir el fraude es algo bueno. Pero hacer un cambio importante que prive a las personas de bajos ingresos de gran parte del control ya limitado que tienen sobre uno de los elementos más básicos de su existencia cotidiana no sólo es cruel, sino que es una receta para grandes desperdici­os.

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Michael Kountouris VITRUVIO MODERNO
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