Presupuestos, mala fe y ‘equilibrio’
Durante los últimos meses los republicanos han aprobado o propuesto tres grandes iniciativas presupuestales. Primero, promulgaron un recorte fiscal que era como la primavera de los plutócratas ya que derrama beneficios sobre los ricos mientras arroja unas cuantas migajas a las familias ordinarias; migajas que tras unos años les quitarán, de tal modo que acabe siendo un aumento en los impuestos de la clase media. Después, suscribieron un acuerdo presupuestal indolente que elevará el déficit presupuestal a niveles nunca antes vistos, excepto durante guerras o recesiones severas. Por último, el gobierno de Trump dio a conocer una propuesta presupuestal incomparablemente despiadada que castiga no solo a las familias vulnerables, sino también a las más trabajadoras.
Ver todo esto debería enojarlos mucho; a mí ciertamente me enfurece. Sin embargo, mi enojo no se dirige principalmente a los republicanos; se dirige a sus facilitadores, los centristas profesionales, los críticos de ambos bandos y las organizaciones noticiosas que pasaron años negándose a reconocer que el Partido Republicano moderno es lo que con tanta claridad muestra.
Esto no quiere decir que los republicanos deberían estar libres de culpa.
En efecto, la historia estadounidense está repleta de políticos y partidos que trataron de lograr lo que ahora llamaríamos fines perversos. Después de todo, el Partido Demócrata anterior a la Guerra Civil –que, además del nombre, no tiene nada en común con los demócratas de hoy– se dedicó en gran medida a la causa de conservar la esclavitud. Sin embargo, no puedo pensar en un ejemplo anterior de un partido que haya actuado de mala fe de manera tan sistemática, que finge que le importan las cosas que no lo hacían y que aparenta estar a favor de metas que eran lo contrario de sus verdaderas intenciones.
Tal vez recuerden, por ejemplo, las sombrías advertencias de los líderes republicanos sobre los peligros de los déficits presupuestales, con Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, que declaró que nuestra “aplastante carga de deuda” crearía una crisis económica. Después, vino la oportunidad de aprobar un recorte fiscal de 1.5 billones de dólares dirigido a los ricos, y de repente todas las preocupaciones sobre el déficit desaparecieron temporalmente.
Ahora el recorte fiscal es ley, claro está, y la retórica de los halcones del déficit ha vuelto, no para reconsiderar esas exenciones fiscales, sino para recortar los cupones de comida y Medicaid. Ya sabían que esto iba a suceder, aunque hasta yo esperaba que los falsos halcones del déficit esperaran un poco más antes de retomar su actuación.
Tal vez también recuerden cómo los republicanos se hicieron pasar por defensores de Medicare, acusando al gobierno de Obama de planear un recorte de 500 mil millones de dólares del programa para pagar la Ley de Atención Médica Asequible. La legislación sí buscó hacer ahorros considerables en Medicare, por ejemplo, al poner fin a los sobrepagos a las compañías aseguradoras, pero las propuestas republicanas hicieron lo mismo. Donald Trump, quien prometió durante la campaña no recortar Medicare ni Medicaid, ahora está proponiendo cientos de millones más en recortes a Medicare y recortes verdaderamente draconianos a Medicaid.
¿Por qué los republicanos se han vuelto de manera tan abrumadora un partido de mala fe? (y no sólo en lo que respecta a los presupuestos, por supuesto; ¿recuerdan cuando a los republicanos les preocupaba profundamente la moral sexual del presidente?) La principal respuesta es probablemente que la verdadera agenda del partido, dictada por los intereses de un puñado de donadores megarricos, sería muy poco popular si los ciudadanos la entendieran. Así que el partido debe mentir constantemente acerca de sus prioridades e intenciones.
Sin embargo, sin importar cuáles sean las razones de la mala fe del Partido Republicano, su realidad ha sido aparente desde hace mucho tiempo.
No obstante, los guardianes de nuestro discurso público pasan años obstinándose en ignorar esta realidad. Por ejemplo, tomemos al Comité para un Presupuesto Federal Responsable, un grupo de expertos que, para ser justos, puede ser una fuente útil de análisis presupuestal. A pesar de ello, no se me olvida que en 2010 el comité le dio a Paul Ryan –cuya fraudulencia era evidente desde el comienzo para cualquiera que en realidad leyera sus propuestas– un premio por su responsabilidad fiscal.
Incluso, ahora el comité se afana en dar cátedras sobre la necesidad de reformar el “proceso presupuestal”. Por favor, seamos honestos. El problema no es el proceso, son los republicanos.
Mientras tanto, muchas organizaciones de noticias –que, por cierto, le dieron a Ryan años de cobertura adulatoria– trataron las acciones recientes del Partido Republicano como si fueran una especie de aberración, una desviación de sus principios previos. No lo son. Los republicanos son lo que siempre fueron: nunca les han importado los déficits; siempre quisieron desmantelar Medicare, no defenderlo. Sucede que no son lo que pretendían ser.
Ahora, no hay ningún misterio en por qué tanta gente no encarará la realidad de la mala fe republicana. Washington está llena de centristas profesionales, cuyas personas públicas se construyen en torno a una imagen cuidadosamente cultivada a base de estar por encima de las peleas partidistas, lo cual significa que no pueden admitir que, si bien hay políticos deshonestos en todas partes, hay un partido que miente básicamente en todo. Las organizaciones noticiosas se sienten intimidadas por las acusaciones de sesgo liberal, lo que quiere decir que tratan desesperadamente de mostrar ‘equilibrio’ al culpar a ambos partidos por igual de todos los problemas.
Sin embargo, nuestro trabajo, sin importar si somos analistas o periodistas, no es ser ‘equilibrados’, sino decir la verdad. Aunque los demócratas distan mucho de ser blancas palomas, a estas alturas de la historia estadounidense, la verdad tiene un sesgo liberal bien conocido.