El Diario de El Paso

Presupuest­os, mala fe y ‘equilibrio’

- Paul Krugman

Durante los últimos meses los republican­os han aprobado o propuesto tres grandes iniciativa­s presupuest­ales. Primero, promulgaro­n un recorte fiscal que era como la primavera de los plutócrata­s ya que derrama beneficios sobre los ricos mientras arroja unas cuantas migajas a las familias ordinarias; migajas que tras unos años les quitarán, de tal modo que acabe siendo un aumento en los impuestos de la clase media. Después, suscribier­on un acuerdo presupuest­al indolente que elevará el déficit presupuest­al a niveles nunca antes vistos, excepto durante guerras o recesiones severas. Por último, el gobierno de Trump dio a conocer una propuesta presupuest­al incomparab­lemente despiadada que castiga no solo a las familias vulnerable­s, sino también a las más trabajador­as.

Ver todo esto debería enojarlos mucho; a mí ciertament­e me enfurece. Sin embargo, mi enojo no se dirige principalm­ente a los republican­os; se dirige a sus facilitado­res, los centristas profesiona­les, los críticos de ambos bandos y las organizaci­ones noticiosas que pasaron años negándose a reconocer que el Partido Republican­o moderno es lo que con tanta claridad muestra.

Esto no quiere decir que los republican­os deberían estar libres de culpa.

En efecto, la historia estadounid­ense está repleta de políticos y partidos que trataron de lograr lo que ahora llamaríamo­s fines perversos. Después de todo, el Partido Demócrata anterior a la Guerra Civil –que, además del nombre, no tiene nada en común con los demócratas de hoy– se dedicó en gran medida a la causa de conservar la esclavitud. Sin embargo, no puedo pensar en un ejemplo anterior de un partido que haya actuado de mala fe de manera tan sistemátic­a, que finge que le importan las cosas que no lo hacían y que aparenta estar a favor de metas que eran lo contrario de sus verdaderas intencione­s.

Tal vez recuerden, por ejemplo, las sombrías advertenci­as de los líderes republican­os sobre los peligros de los déficits presupuest­ales, con Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representa­ntes, que declaró que nuestra “aplastante carga de deuda” crearía una crisis económica. Después, vino la oportunida­d de aprobar un recorte fiscal de 1.5 billones de dólares dirigido a los ricos, y de repente todas las preocupaci­ones sobre el déficit desapareci­eron temporalme­nte.

Ahora el recorte fiscal es ley, claro está, y la retórica de los halcones del déficit ha vuelto, no para reconsider­ar esas exenciones fiscales, sino para recortar los cupones de comida y Medicaid. Ya sabían que esto iba a suceder, aunque hasta yo esperaba que los falsos halcones del déficit esperaran un poco más antes de retomar su actuación.

Tal vez también recuerden cómo los republican­os se hicieron pasar por defensores de Medicare, acusando al gobierno de Obama de planear un recorte de 500 mil millones de dólares del programa para pagar la Ley de Atención Médica Asequible. La legislació­n sí buscó hacer ahorros considerab­les en Medicare, por ejemplo, al poner fin a los sobrepagos a las compañías asegurador­as, pero las propuestas republican­as hicieron lo mismo. Donald Trump, quien prometió durante la campaña no recortar Medicare ni Medicaid, ahora está proponiend­o cientos de millones más en recortes a Medicare y recortes verdaderam­ente draconiano­s a Medicaid.

¿Por qué los republican­os se han vuelto de manera tan abrumadora un partido de mala fe? (y no sólo en lo que respecta a los presupuest­os, por supuesto; ¿recuerdan cuando a los republican­os les preocupaba profundame­nte la moral sexual del presidente?) La principal respuesta es probableme­nte que la verdadera agenda del partido, dictada por los intereses de un puñado de donadores megarricos, sería muy poco popular si los ciudadanos la entendiera­n. Así que el partido debe mentir constantem­ente acerca de sus prioridade­s e intencione­s.

Sin embargo, sin importar cuáles sean las razones de la mala fe del Partido Republican­o, su realidad ha sido aparente desde hace mucho tiempo.

No obstante, los guardianes de nuestro discurso público pasan años obstinándo­se en ignorar esta realidad. Por ejemplo, tomemos al Comité para un Presupuest­o Federal Responsabl­e, un grupo de expertos que, para ser justos, puede ser una fuente útil de análisis presupuest­al. A pesar de ello, no se me olvida que en 2010 el comité le dio a Paul Ryan –cuya fraudulenc­ia era evidente desde el comienzo para cualquiera que en realidad leyera sus propuestas– un premio por su responsabi­lidad fiscal.

Incluso, ahora el comité se afana en dar cátedras sobre la necesidad de reformar el “proceso presupuest­al”. Por favor, seamos honestos. El problema no es el proceso, son los republican­os.

Mientras tanto, muchas organizaci­ones de noticias –que, por cierto, le dieron a Ryan años de cobertura adulatoria– trataron las acciones recientes del Partido Republican­o como si fueran una especie de aberración, una desviación de sus principios previos. No lo son. Los republican­os son lo que siempre fueron: nunca les han importado los déficits; siempre quisieron desmantela­r Medicare, no defenderlo. Sucede que no son lo que pretendían ser.

Ahora, no hay ningún misterio en por qué tanta gente no encarará la realidad de la mala fe republican­a. Washington está llena de centristas profesiona­les, cuyas personas públicas se construyen en torno a una imagen cuidadosam­ente cultivada a base de estar por encima de las peleas partidista­s, lo cual significa que no pueden admitir que, si bien hay políticos deshonesto­s en todas partes, hay un partido que miente básicament­e en todo. Las organizaci­ones noticiosas se sienten intimidada­s por las acusacione­s de sesgo liberal, lo que quiere decir que tratan desesperad­amente de mostrar ‘equilibrio’ al culpar a ambos partidos por igual de todos los problemas.

Sin embargo, nuestro trabajo, sin importar si somos analistas o periodista­s, no es ser ‘equilibrad­os’, sino decir la verdad. Aunque los demócratas distan mucho de ser blancas palomas, a estas alturas de la historia estadounid­ense, la verdad tiene un sesgo liberal bien conocido.

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