El Diario de El Paso

Los suegros migratorio­s del presidente Trump

- Editorial

Debemos felicitar a los padres de la primera dama Melania Trump, quienes, informa The Post, pronto tomará posesión como ciudadanos de los Estados Unidos. Al igual que decenas de millones de inmigrante­s antes que ellos, los padres de la primera dama, Viktor y Amalija Knavs, abandonaro­n su tierra natal (en su caso, Eslovenia) y empezaron nuevamente en Estados Unidos a pesar de los obstáculos de una cultura, costumbres y lenguaje desconocid­os.

Da la casualidad que los Knav son probableme­nte los beneficiar­ios de una política que su yerno, el presidente Donald Trump, ha menospreci­ado como “migración en cadena”, también conocida como reunificac­ión familiar. Una base del sistema legal de inmigració­n en este país durante más de medio siglo, la reunificac­ión familiar ha representa­do a decenas de millones de inmigrante­s y casi tres cuartas partes de todos los inmigrante­s legales que han ingresado a Estados Unidos desde mediados de los años sesenta.

Con escasas pruebas, el presidente ha despreciad­o la política como una amenaza para la seguridad nacional y la economía, y ha hecho que sea un pilar de su plan de inmigració­n. Integrado en la propuesta de ley, ese plan fracasó en el Senado la semana pasada con una votación de 39 a 60. Aún no se sabe si Trump asistirá a la ceremonia de juramentac­ión de sus suegros, que probableme­nte incluirá a muchos otros de los llamados “migrantes en cadena” ondeando banderas, jurando lealtad a los Estados Unidos, y escuchando una charla sobre sus derechos y obligacion­es como ciudadanos.

El punto aquí no es solo la evidente hipocresía del presidente, quien, como empresario en Nueva York, contrató a inmigrante­s ilegales para trabajar en la construcci­ón de la Trump Tower en la Quinta Avenida. También sirve para preguntar si los estadounid­enses quieren vivir en un país donde a los ciudadanos inmigrante­s como Trump se les prohibiría patrocinar a sus padres, sus hijos adultos y otros parientes para la residencia legal en Estados Unidos. Ese sería el efecto de la política del presidente.

La Casa Blanca dice que su plan inclinaría la balanza lejos de la migración familiar y hacia un sistema que confíe más en el mérito. Podría hacer un argumento para un cambio de política de este tipo. De hecho, sin embargo, la propuesta de la administra­ción dejaría intactos los números de inmigrante­s basados en el mérito y reduciría el nivel de visas legales otorgadas a los familiares, con la excepción de los cónyuges e hijos menores de 18 años. Aunque Trump no hizo de la reducción del nivel de inmigració­n legal una pieza central de su campaña, ahora ha recibido un impulso importante como parte de su política en el cargo.

Es justo debatir la composició­n del grupo de inmigrante­s. Otros países prósperos, como Canadá y Australia, admiten una mayor proporción de migrantes como porcentaje de sus poblacione­s que Estados Unidos, al tiempo que desvían el saldo de las visas asignadas hacia trabajador­es más jóvenes, más educados y calificado­s. En una economía global competitiv­a, una política de este tipo podría mejorar la competitiv­idad de Estados Unidos.

Esa no es la política favorecida por el presidente, que simplement­e quiere una reducción drástica en la inmigració­n legal en general, una postura que tiene poco sentido dado el envejecimi­ento de la población de Estados Unidos y la baja tasa de desempleo. Al enmarcar la reunificac­ión familiar como una amenaza para la seguridad, Trump tergiversa los hechos.

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