Estados Unidos es el arma
N– La actual presión para que haya un control de armas más estricto tiene una muy mala puntería. Por supuesto, la aprobación de nuevos reglamentos sería un cambio bienvenido para nuestra intransigencia política y la falta de respuesta a nuestra actual epidemia de tiroteos masivos en este país.
Sin embargo, en la columna The Fix de The Washington Post se habla con frecuencia como si cualquier medida a medias que tuviera la remota posibilidad de avanzar entre este grupo de cobardes en el Congreso fuera un remedio mágico de un solo paso. No lo será.
Hay cosas que podríamos hacer en este momento para disminuir la letalidad de las armas actualmente disponibles y prohibir algunas más, pero es probable que ninguna de esas cosas ocurra.
Estoy convencido de que debemos pensar en grande y de manera sistemática. Debemos tratar la violencia con armas de fuego en este país como una crisis de salud pública, porque lo es.
En primer lugar, debemos revocar la Enmienda Dickey respaldada por la Asociación Nacional del Rifle (NRA), nombrada así en honor a su patrocinador, el exrepresentante republicano de Arkansas Jay Dickey. La enmienda versa así: “Ninguna parte de los fondos disponibles para el control y la prevención de lesiones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) puede usarse para defender ni promover el control de armas”.
Como escribió Sam Roberts el año pasado en The New York Times, la legislación “le quitó 2.6 millones de dólares a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, que es precisamente la cantidad presupuestada para un estudio sobre los efectos en la salud de los tiroteos”.
Esta es una legislación ridícula y funesta porque limita el financiamiento para la investigación de esta crisis y las formas de contenerla. Ahora proponemos políticas que en su mayoría se hacen en medio de un vacío de información.
En cambio, The Washington Post trató de hacer un cálculo del costo de la propuesta asnal de Donald Trump de armar a una quinta parte de todos los maestros, y esto es lo que concluyó: “Si partimos de la capacitación más barata y una Glock con descuento, estamos ante un presupuesto de 251 millones para armar a 718.000 maestros. Si, en cambio, tomamos la capacitación más extendida y el costo completo del arma, el costo asciende a más de 1000 millones de dólares”. Por cierto, The Washington Post calcula que esto pondría 718.000 armas en nuestras escuelas y agregaría millones a las arcas de los fabricantes de armas.
¿Dónde diablos están nuestras prioridades?
Hasta Dickey lamentó después el efecto negativo de su fatídica enmienda. Coescribió una columna de opinión en The Washington Post en la que señaló:
“Desde que se aprobó la legislación en 1996, Estados Unidos ha gastado alrededor de 240 millones de dólares al año en investigación sobre seguridad vial, pero casi no ha habido investigación financiada con recursos públicos sobre las lesiones con armas de fuego. Por ende, los científicos estadounidenses no pueden responder la pregunta fundamental: ¿qué sirve para prevenir las lesiones con armas de fuego?”.
El ensayo, coescrito con el entonces director del Centro Nacional para la Prevención y el Control de Lesiones de los CDC, continuaba: “Hace dieciséis años estábamos en bandos opuestos de la acalorada batalla, pero ahora estamos plenamente de acuerdo en que debería llevarse a cabo una investigación científica para prevenir lesiones producidas por armas de fuego, al igual que formas de evitar muertes sin infringir los derechos de los propietarios legítimos de estos instrumentos. La misma metodología basada en evidencias que está salvando millones de vidas al prevenir accidentes automovilísticos, así como entre fumadores, enfermos de cáncer y VIH/SIDA, puede ayudar a reducir el índice de mortalidad y las lesiones que provoca la violencia con armas de fuego”.
También debemos permitir que la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF, por su sigla en inglés) haga un registro de las ventas de armas, que los datos que recabe sean accesibles y se puedan hacer búsquedas. En la actualidad, se le impide hacerlo.
Como escribió Kate Irby la semana pasada para McClatchy: “Nadie tiene idea de cuántos rifles de asalto hay en circulación. Eso es intencional”. Para saberlo sería necesario un registro, pero la NRA y los grupos antigobierno que creen en las conspiraciones consideran que eso es un paso hacia la confiscación, o algo que al menos facilita esa posibilidad.
Como dijo Irby: “La Ley Nacional de Armas de Fuego prohíbe que se establezca ‘cualquier sistema de registro de armas de fuego, sus propietarios o las transacciones o posicionamiento de estas’. Varias restricciones que se han agregado a los proyectos de ley de uso del Congreso también prohíben que la ATF establezca un sistema que permita la búsqueda electrónica de la información de identificación personal de los propietarios de armas, así como que se consoliden o centralicen los registros que proporcionan los vendedores de armas”.
A pesar de ello, escribe: “La NRA calcula que hay en circulación entre 8,5 y 15 millones de rifles de asalto, con base en los datos de los fabricantes”.
Por último, necesitamos facultar a una comisión permanente, que quizá dependa del Departamento de Seguridad Nacional para recabar todos los datos, en colaboración con las autoridades policiacas, el Departamento de Salud y Servicios Humanos, el Departamento de Educación, y todas las partes pertinentes, para hacer recomendaciones continuas sobre políticas y reglamentos con el fin de reducir la violencia con armas de fuego.
No obstante, sabemos bien que nada de esto tiene probabilidades de ocurrir. La concepción de Estados Unidos está atrapada en la masacre. Sus mismos inicios están anclados en la violencia con armas de fuego. Esta tierra se adquirió a punta de cañón; fue así como se sometió al esclavo y se aplastaron las rebeliones, sin mencionar nuestras guerras.
Hemos venerado las armas de fuego y valorizado su uso. Estados Unidos es un país violento, y las armas de fuego son el instrumento preferido de esa violencia. En muchos sentidos, Estados Unidos es el arma.