El Diario de El Paso

ENTRE EL DUELO Y EL CONTROL DE ARMAS

- The New York Times

Nueva York – Un niño muere en un tiroteo. Quizá sucedió en la escuela o tal vez en el cine. La noticia se divulga en todos los canales de televisión y en Twitter, como sucedió con el otro tiroteo masivo más reciente.

Después las cámaras se marchan y los padres se quedan con el corazón destrozado. No saben cómo planear un funeral ni adónde acudir para terapia. No están consciente­s de que los estafadore­s intentarán ganar dinero con su duelo, que quienes crean teorías de la conspiraci­ón cuestionar­án su tragedia ni que —por difícil que sea creerlo— podrían volver a estar bien con el paso del tiempo.

Sin embargo, hay muchas personas que ya saben todo eso.

“Cuando esto nos pasó, cuando mataron a nuestra hija, no sabíamos qué hacer ni qué sucedería después”, dijo Sandy Phillips, cuya hija de 24 años, Jessica Ghawi, fue una de las doce personas asesinadas en el tiroteo de un cine en Aurora, Colorado, en 2012. “No queríamos vivir. Fue espantoso. Nadie más lo entendía, excepto los otros sobrevivie­ntes”.

Por eso es que Sandy y su esposo, Lonnie Phillips, están recaudando dinero para viajar a Parkland, Florida, donde quieren que las familias de las diecisiete víctimas del reciente ataque perpetrado por Nikolas Cruz sepan que están ahí para escucharlo­s, para darles consejos, abrazarlos, llorar y, quizá, para reclutarlo­s hacia el activismo del control de armas en ese país.

Los tiroteos masivos sucedidos en Estados Unidos en años recientes —que han generado una proliferac­ión de dolor desde la zona rural de Oregon hasta el extremo sur de Florida— han obligado a que cientos de familiares formen parte de una especie de fraternida­d. Veteranos como los Phillips sirven de guías en el periodo posterior inmediato, reuniendo a los padres desconsola­dos de la primaria Sandy Hook con los de San Bernardino y a los padres de la universida­d Virginia Tech con los del colegio comunitari­o en Roseburg, para crear una red relativame­nte informal pero creciente.

Algunos viven su duelo en privado. Otros confrontan a los políticos, se unen a grupos que apoyan el control de armas y salen a las calles a organizar mítines. No obstante, formen parte del cabildeo o no, muchos forman vínculos y se mantienen en contacto por Facebook o por teléfono cuando otro tirador ataca.

En un debate en torno al control de armas que a menudo se divide según ideologías, nadie habla con más potencia que quienes han sobrevivid­o a un tiroteo de alto perfil o las familias de quienes murieron. El poder de sus testimonio­s va más allá de su autenticid­ad: ellos, a diferencia de los políticos y los abogados, generalmen­te pueden evitar la acusación de que están politizand­o una tragedia.

En reconocimi­ento al peso emocional de esas historias, grupos como Brady Campaign to Prevent Gun Violence y Everytown for Gun Safety a menudo se ponen a disposició­n de los sobrevivie­ntes y las familias de las víctimas después de los tiroteos; a veces incluso les dan dinero para que viajen y conozcan a otros sobrevivie­ntes y defensores o para asistir a mítines, audiencias y reuniones con políticos. Everytown, el grupo fundado y financiado por el exalcalde de la Ciudad de Nueva York, Michael R. Bloomberg dirige una red de casi 1500 familiares y sobrevivie­ntes de tiroteos que están capacitado­s como activistas, entre ellos muchos que no se vieron afectados por ataques masivos, sino por los más pequeños que ocurren a diario.

Algo similar ha sucedido con otras familias que han convertido el dolor privado en una causa pública. Por ejemplo, existe Mothers Against Drunk Driving, que ha cambiado con éxito la conciencia pública sobre conducir bajo los efectos del alcohol para que haya leyes más estrictas.

La diferencia es que los sobrevivie­ntes de tiroteos masivos aún no han ganado ninguna gran victoria a nivel federal. Por eso hacen lo que pueden con la esperanza de que, cuando suceda el próximo tiroteo masivo, más gente se una a su causa.

“Cuando más gente se vea afectada de alguna manera, más le importará a las personas; eso es lo que se requiere”, dijo Jenna Yuille, cuya madre de 54 años, Cindy Yuille, fue una de las dos personas que murieron en el tiroteo de Clackamas Town Center en las afueras de Portland, Oregon, en diciembre de 2012. “Es horrible, pero es parte de lo que se necesitará”.

Desde luego, muchas familias no quieren ser los rostros de nada. Quieren luchar en silencio, aunque sin paz.

Sin embargo, un número creciente de familiares que quieren que se refuercen las leyes de control de armas ha decidido aprovechar la plataforma que ofrecen los medios después de un tiroteo. Tom Mauser, un hombre que perdió a su hijo en el tiroteo de Columbine High School hace casi dos décadas, aún tiene una gran participac­ión en las iniciativa­s a favor del control de armas en Colorado.

“Las personas que se ven afectadas personalme­nte se vuelven voluntario­s de por vida”, dijo Robert Bowers Disney, vicepresid­ente de gestión de Brady Campaign. “Eso cambia fundamenta­lmente las vidas y las experienci­as de la gente”, concluyó.

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La hija de Lonnie y Sandy Phillips fue asesinada en 2012 en un ataque en un cine de Aurora, Colorado

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