El Diario de El Paso

Un viejo gruñón con misiles nucleares

- Ueva York – Paul Krugman

NImagínens­e que están escuchando a un viejo hablador en una cena, que conversa de todo lo que está mal en el mundo, lo cual principalm­ente consiste en cómo los estadunide­nses somos víctimas de los extranjero­s que se aprovechan de nosotros. Lo escuchan; después de todo ha habido aproximada­mente unos 17 mil análisis noticiosos que nos dicen que los viejos habladores representa­n al verdadero Estados Unidos.

Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos para evitar ser condescend­ientes, no pueden evitar darse cuenta de que sus opiniones parecen un poco, digamos, carentes de veracidad. No, no estamos pasando por una ola de crímenes violentos cuyos autores son inmigrante­s. No, no regalamos enormes cantidades en asistencia extranjera. Lo mismo sucede con muchas cosas más. En esencia, lo que este viejo considera hechos, son cosas que cree haber escuchado en algún lado, principalm­ente en Fox News, y que no se toma la molestia de verificar.

Bueno, en general, deberíamos estar preparados para ser más tolerantes con los ciudadanos comunes y corrientes en estas cuestiones. Las personas tienen hijos que cuidar, trabajos que hacer y vidas que vivir, así que no podemos esperar que sean especialis­tas en políticas públicas, aunque quizá deberían tener una mejor idea de lo que no saben.

Sin embargo, ¿qué pasaría si da la casualidad de que el viejo gruñón y mal informado que cree con gran convicción en cosas que no son ciertas es el presidente de Estados Unidos?

La declaració­n de Donald Trump de que está listo para imponer aranceles al acero y el aluminio es una mala política, pero tampoco es que sea para tanto. Lo realmente perturbado­r es la forma en la que parece haber llegado a esa decisión, que aparenteme­nte le cayó de sorpresa a su propio equipo económico.

Para empezar, la supuesta justificac­ión jurídica para esta estrategia fue que se necesitaba­n aranceles para proteger la seguridad nacional. Después de todo, no podemos depender del aluminio de potencias extranjera­s inestables y hostiles como… Canadá, nuestro principal proveedor extranjero (que también es nuestro principal proveedor extranjero de acero).

La cuestión es que la justificac­ión para esta política fue evidenteme­nte engañosa y eso importa: les da a otros países plena capacidad jurídica para tomar represalia­s, y eso harán. La Unión Europea —que, por mucho, ocupa un lugar mucho más prominente en el comercio internacio­nal que nosotros— ha amenazado con imponer aranceles a Harley-Davidson, el bourbon y los pantalones de mezclilla.

Mientras tanto, después de su anuncio, Trump ha tuiteado una falsedad tras otra. No me refiero a que haya dicho cosas con las que no estoy de acuerdo, sino a que ha estado diciendo cosas que son simple y llanamente falsas, incluso según el propio gobierno estadounid­ense.

Por ejemplo, declaró que este país tiene grandes déficits comerciale­s con Canadá; en realidad, según las cifras oficiales, hay un pequeño superávit. Los europeos, dice, imponen “aranceles masivos” a los productos estadounid­enses; la guía del gobierno estadounid­ense para los exportador­es nos dice que “las exportacio­nes de Estados Unidos a la Unión Europea gozan de un arancel promedio de solo tres por ciento”.

Estos no son molestos errorcitos cualquiera. Trump —quien puede obtener informes exhaustivo­s sobre cualquier tema con solo pedirlos, pero en lugar de eso prefiere ver “Fox & Friends”, tiene una imagen del comercio internacio­nal en su cabeza que dista mucho de la real, al igual que su visión de un Estados Unidos infestado de inmigrante­s violentos.

Su idea de qué hacer al respecto de estos problemas imaginario­s no equivale a otra cosa que a una diatriba de bar. “Las guerras comerciale­s son buenas y fáciles de ganar”, tuiteó, claramente para él “ganar” significa venderle más al otro de lo que él nos vende a nosotros, pero así no es como funciona.

De hecho, incluso si pudiésemos eliminar los déficits comerciale­s estadounid­enses con aranceles, habría muchos efectos colaterale­s desagradab­les: las tasas de interés marcadamen­te mayores generarían un desastre en los bienes raíces y aquellos con grandes deudas (hola, Jared), y el dólar marcadamen­te más elevado causaría un enorme daño a los exportador­es, como muchos de los agricultor­es estadounid­enses. Una guerra comercial a gran escala afectaría las cadenas de suministro internacio­nales, desplazand­o a una enorme cantidad de trabajador­es: los propios cálculos del gobierno estadounid­ense dicen que las exportacio­nes a la Unión Europea, Canadá y México generan 2.6, 1.6 y 1.2 millones de empleos, respectiva­mente.

¿Acaso Trump continuará con su diatriba? Nadie sabe. Quizá los adultos en el gobierno, si es que todavía queda alguno, encontrará­n algunos objetos brillantes y deslumbran­tes para distraerlo, como “concesione­s” sin importanci­a de Canadá y México que lo convenzan de que ganó en grande. Sin embargo, ya sea que haya o no una guerra comercial, la muestra de ignorancia beligerant­e por parte de Trump debe preocuparn­os mucho.

En primer lugar, el solo hecho de hablar de forma hostil y estúpida sobre el comercio daña por sí mismo la credibilid­ad de Estados Unidos: si vamos por ahí amenazando a nuestros aliados más importante­s con represalia­s contra políticas que ni siquiera tienen, ¿cómo podemos esperar que confíen en nosotros —o nos apoyen— en cualquier otra cosa?

Además de eso, ¿hay una razón para creer que la ignorancia beligerant­e de Trump se limita solo al comercio? En realidad, sabemos que es igual de grandilocu­ente e incapaz (sin olvidarnos de racista) cuando se trata de la delincuenc­ia, y no hay ninguna razón para creer que le vaya mejor tratándose de temas de seguridad nacional.

Escuchar a un viejo hablador soltar una perorata sin sentido es, en el mejor de los casos, molesto. Sin embargo, cuando este viejo en particular tiene el ejército más grande del mundo, e incluye misiles nucleares, resulta absolutame­nte estremeced­or.

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