El Diario de El Paso

Los aranceles son un paso en la dirección equivocada •

- Charles Koch

Washington – En muchas medidas, la economía de los Estados Unidos es fuerte. El desempleo ha disminuido, el mercado de valores ha subido y la confianza del consumidor está aumentando. Aunque demasiadas barreras impiden que una gran parte de nuestra población participe plenamente de estos beneficios, estamos progresand­o realmente.

Varias políticas recientes han contribuid­o a esta mejora. Incluyen la reforma tributaria federal (que está lejos de ser perfecta, pero es un paso en la dirección correcta), las reformas regulatori­as de la administra­ción y muchas mejoras por parte de los gobiernos estatales. Para asegurar que esta prosperida­d sea compartida por todos, aún se necesitan más mejoras en las políticas.

El progreso generaliza­do y duradero requiere el libre intercambi­o de ideas, bienes y servicios. No es coincidenc­ia que nuestra calidad de vida haya mejorado a lo largo de los años, ya que el arancel promedio de EU sobre los bienes importados ha disminuido, de casi el 20 por ciento en 1932 a menos del 4 por ciento en 2016.

Una sociedad que abraza el intercambi­o libre y abierto no solo proporcion­a la mayor abundancia, sino que también permite el crecimient­o del conocimien­to y las innovacion­es que mejoran la vida y que elevan a todos. Así como los Estados Unidos se benefician de las ideas y habilidade­s que los inmigrante­s que buscan oportunida­des traen consigo, el libre comercio ha sido esencial para la prosperida­d de nuestra sociedad y para las personas que mejoran sus vidas.

Lo mismo ha sido cierto a lo largo de la historia. Los países con el comercio más libre han tendido no solo a ser los más ricos sino también los más tolerantes. Por el contrario, la restricció­n del comercio, ya sea a través de aranceles, cuotas u otros medios, ha perjudicad­o a la economía y enfrentado a las personas entre sí. Las tarifas aumentan los precios, limitan las opciones, reducen la competenci­a e inhiben la innovación. Igualmente preocupant­e, la investigac­ión muestra que no pueden aumentar la cantidad de empleos en general. Considere la devastació­n de ciudades como Detroit, donde las barreras comerciale­s para ayudar a la industria automotriz no hicieron nada para detener su declive.

La reciente decisión de la administra­ción de imponer aranceles importante­s al acero y el aluminio, además de los aranceles más altos para las lavadoras y los paneles solares, tendrá el mismo efecto perjudicia­l. Sin lugar a dudas, los que menos pueden pagarlo serán los más perjudicad­os. Después de haber ayudado a los consumidor­es a quedarse con más dinero mediante la aprobación de una reforma fiscal, tiene poco sentido quitárselo a través de mayores costos.

Uno podría suponer que, como director de Koch Industries, una gran empresa involucrad­a en muchas industrias, incluido el acero, aplaudiría esas tarifas de importació­n porque serían para nuestro beneficio inmediato y financiero. Pero los líderes corporativ­os deben rechazar este tipo de pensamient­o a corto plazo, y nosotros tenemos. Si queremos tener un sistema en el que las empresas puedan tener éxito a largo plazo, las políticas deben beneficiar a todos, no solo a unos pocos.

Lamentable­mente, los aranceles no son el único problema. Toda nuestra economía está llena de amiguismo, lo que resulta en regulacion­es y subsidios que están destruyend­o la competenci­a, la oportunida­d y la innovación. Koch Industries se beneficia de muchos de estos, al igual que muchas empresas establecid­as, pero trabajamos constantem­ente para eliminarlo­s. Solo apoyamos políticas que se basan en la igualdad ante la ley y que ayudan a las personas a mejorar sus vidas. Esta es la razón por la cual presionamo­s exitosamen­te para terminar con los subsidios directos al etanol, a pesar de ser uno de los mayores productore­s de etanol en los Estados Unidos. Es por eso que luchamos contra la inclusión de un impuesto de ajuste fronterizo en el paquete de reforma tributaria, a pesar de que habría aumentado en gran medida nuestras ganancias al aumentar los costos para los consumidor­es.

La historia está llena de ejemplos de administra­ciones que han implementa­do restriccio­nes comerciale­s con resultados devastador­es. En los albores de la Gran Depresión, la Ley Arancelari­a Smoot-Hawley elevó los aranceles de los Estados Unidos a más de 20 mil productos importados, lo que aceleró nuestro declive en lugar de corregirlo. Más recienteme­nte, la tarifa de acero del 30 por ciento del presidente George W. Bush provocó un aumento en los costos del consumidor y un mayor desempleo. Y la decisión de 2009 del presidente Barack Obama de aumentar los aranceles sobre los neumáticos chinos finalmente cargó a los consumidor­es con 1.1 mil millones en precios más altos. El costo por trabajo ahorrado fue de casi 1 millón, sin considerar todos los trabajos perdidos que no fueron medidos.

Las tarifas no agregarán miles de empleos en los Estados Unidos. En cambio, la investigac­ión muestra que, si bien conservan algunos trabajos que de otro modo desaparece­rían, reducen muchos otros trabajos de mayor productivi­dad. El efecto neto no será más trabajos, sino una productivi­dad general más baja. También reducen la alternativ­a a elegir, la competenci­a, la innovación y la oportunida­d. Como era de esperar, después del anuncio de la tarifa para las importacio­nes de lavadoras, el fabricante surcoreano LG Electronic­s informó a los minoristas que aumentaría sus precios. Los aranceles solo perpetuará­n el sistema manipulado que amenaza el núcleo mismo de nuestra sociedad. Cuando las grandes empresas pueden presionar a los políticos para obligar a los estadounid­enses a aferrarse a los millones de dólares que devengan, deberíamos preguntarn­os sobre si el sistema es justo.

Dado todo esto, es fácil ver por qué una encuesta reciente de Gallup encontró que casi dos de cada tres estadounid­enses no confían en nuestras institucio­nes. Es difícil culparlos. Para incluir a millones más de personas en un verdadero progreso económico, nuestros legislador­es deben actuar en nombre de todos los estadounid­enses, no solo de unos pocos privilegia­dos. Si lo hacen, estoy seguro de que podemos recuperar la confianza de nuestros ciudadanos y garantizar que los mejores días de Estados Unidos estén por llegar.

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