El Diario de El Paso

Los irlandeses fueron los ‘Bad Hombres’ originales

- An Diego— Rubén Navarrette Jr.

SEn esta época del año, recuerdo beber un poco de whisky, escuchar a “Danny Boy” y presentar mis respetos a una de mis tribus favoritas de matones y pícaros. Eran los O.B.H., The Original Bad Hombres (los “Bad Hombres Originales”). Inmigrante­s católicos, llegaron a estas costas como desechos de su patria, el tipo de lugar que hoy alguien podría llamar un “país de mierda” donde políticos corruptos los habían traicionad­o y estafado.

Llegaron con nada más que la ropa que llevaban puesta, una caja de puros con fotografía­s familiares, una feroz ética de trabajo y el carácter que proviene del sufrimient­o. Se les negaron empleos debido a su religión o etnia.

Y cuando pudieron encontrarl­o, hicieron los tipos de labores peligrosas y sucias que los estadounid­enses pensaban que estaban por debajo de ellos, solo para ser acusados de quitarles trabajos a los nativos. Por su problema, fueron atormentad­os por los “sabios” y sometidos a décadas de insultos, discrimina­ción y maltrato.

Vivieron de cerca la esquizofre­nia de Estados Unidos. Los que los desprecia ron no les dejaron vivir cerca, pero esas mismas personas los acusaron de segregarse. Les dijeron que nunca se mezclarían, y luego los acusaron de dividir su lealtad entre este país y el que dejaron atrás. Ellos amaron esta tierra incluso cuando no los amaba. No había forma de confundirl­os con los sangre azul que los despreciab­an. Su sangre es verde.

Hablo por supuesto sobre irlandeses-americanos. Santos vivos. ¿De quién crees que estaba hablando? Supongo que su historia te suena familiar.

Alguien una vez me preguntó: “Si no fueras mexicano, ¿qué serías?” Sin dudarlo, dije: “Me daría vergüenza”.

Pero los cinco años que pasé en Boston me dieron la oportunida­d de enamorarme de otra comunidad que sabe todo sobre la pérdida, el dolor y el desamor.

En estos días, pienso: si no pudiera ser mexicano, sería irlandés. Es una pequeña caminata. Ambos somos católicos, y no estamos muy lejos de nuestras raíces de inmigrante­s. Después de todo, ¿qué es una empanada, sino una versión más compactad eS hepherd' s Pie? Y ambos interpreta­mos canciones tristes para poder llorar y sentirnos felices.

Mis amigos irlandeses rinden homenaje, en un himno clásico que data de 1913, a un joven que escuchó “las gaitas están llamando” y tuvo que irse de Irlanda, ya sea para pelear en la Primera Guerra Mundial o para buscar fortuna en los Estados Unidos. Danny Boy está destinado a volver a casa “cuando el verano está en la colina”, o “cuando el valle esté silencioso y blanco de nieve” y “todas las flores están muriendo”, solo para descubrir que sus seres queridos han fallecido, y él nunca tuve la oportunida­d de decir adiós. Tal es la tristeza de Irlanda.

Como parte de su propia diáspora, los mexicanos conocen esta historia, de irse, regresar, irse de nuevo, de memoria. Nuestro himno, que escuché en innumerabl­es bodas mexicanas que crecían en el centro de California, fue populariza­do por el cantante icónico mexicano Vicente Fernández. La canción clásica habla de amor y pérdida, del tipo que te tortura y te vuelve loco. Habiendo aprendido a amar y perder, y aceptando que estabas equivocado, solo puedes esperar regresar a los brazos de tu amada. Su último deseo es “Volver, Volver” al lugar donde comenzó y tomar mejores decisiones.

El dolor de México es evidente en la letra del abalada inquietant­ede Bruce Springs te en ,“Sin al oaCowboys ”:“Porto do lo que da el norte, a cambio, le cuesta un precio”. Está en las lágrimas del inmigrante mexicano llamado José, a quien entrevisté el año pasado en una granja de aguacate en el condado de San Diego. Está orgulloso de decirme que tiene dos hijas adolescent­es en una escuela privada en México, donde están aprendiend­o inglés para que puedan tener una vida mejor. José no ha visto a sus hijas en 10 años, y no puede hablar de ellas sin que sus ojos se llenen de lágrimas. Tal es la tristeza de México.

Para muchos estadounid­enses, los mexicanos son, como los irlandeses antes que ellos. Son sucios, peligrosos, tortuosos, tontos, defectuoso­s y dañinos para la sociedad civilizada. Una regla como esa es ofensiva, pero no es original.

Hace ciento cincuenta años, la gente decía lo mismo, y peor, sobre nuestros primos lejanos de la Isla Esmeralda. Estaban equivocado­s entonces. Justo como están equivocado­s ahora. Cuando Irlanda envió a su gente a Estados Unidos, envió lo mejor.

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