El Diario de El Paso

Estos inmigrante­s rompieron las reglas; su tragedia nos rompe el corazón

- Ruben Navarrette Jr.

San Diego – Pizcar frutas y vegetales es un trabajo lamentable que los estadounid­enses no están exactament­e ansiosos por hacer. Por ningún salario.

Sin embargo, recienteme­nte, en una tragedia con el telón de fondo de las exuberante­s tierras de cultivo de California Central, un esposo y una esposa estaban en camino de hacer un par de esos crueles trabajos, cuando en cambio terminaron en la morgue.

Los trabajador­es del campo eran Santo Hilario García, de 35 años, y Marcelina García Profecto, de 33 años. Un día fatídico la semana pasada, García salió de su casa antes de las 7 a.m. y se puso detrás del volante de una SUV, con Profecto a su lado. Agentes de Inmigració­n y Aduanas detectaron a García y concluyero­n que encajaba con la descripció­n del sospechoso que buscaban. Entonces lo siguieron y lo hicieron parar la camioneta. Cuando los agentes salieron de su vehículo, García entró en pánico y se alejó. La SUV se salió de la carretera, se volcó y estrelló contra un poste de energía. La pareja murió en la escena. Otros dos detalles: Primero, en casa, la pareja dejó atrás a seis niños que ahora son huérfanos. Una media docena de niños crecerán sin padres, tal vez terminen en hogares sustitutos.

Y en segundo lugar, esta espantosa historia podría haberse evitado si los agentes de ICE fueran mejores en sus trabajos. Ya ves, cometieron un error. No buscaban a García, solo alguien que se parecía a él.

Eso es comprensib­le. En estos oscuros días de miedo y odio, todos los inmigrante­s latinos se parecen.

Escuchas a expertos antiinmigr­antes en la televisión hablando de cómo los agricultor­es quieren “fronteras abiertas” para poder mantener los salarios bajos y explotar a los inmigrante­s al mismo tiempo que les niegan empleos a los estadounid­enses. Es una de esas declaracio­nes colosalmen­te ignorantes que provienen de personas de la ciudad que piensan que la leche proviene del supermerca­do.

Con el desempleo en California en apenas el 4 por ciento, la mayoría de las personas que quieren trabajar están trabajando. Mientras tanto, aquellos que no quieren trabajar tienen todo el día libre para llamar a programas de radio y quejarse de que no hay trabajos.

Un restaurant­e de comida rápida cerca de mi casa necesita trabajador­es y está ofreciendo 11 dólares por hora, el salario mínimo del estado.

En el condado de San Diego, un agricultor de aguacate insiste en que puede hacerlo mejor y que sus trabajador­es pueden ganar hasta 15 dólares por hora. En el condado de Fresno, un agricultor de cítricos me dice que está pagando a los trabajador­es 22 dólares por hora para recoger las mandarinas.

Estos caballeros y otros cultivador­es conforman la industria agrícola de California, que aporta 45 mil millones de dólares anuales. Ninguno de los dos ha tenido un estadounid­ense que se les acerque y solicite un trabajo de recolecció­n de fruta.

California, que tiene la sexta economía más grande del mundo, no podría sobrevivir sin la agricultur­a. Y la agricultur­a desaparece­ría sin el trabajo de inmigrante­s ilegales.

El odio y la retórica acalorada no traen la cosecha.

No leí esta historia en un libro. Lo vi con mis ojos. Nací y crecí en el centro de California. Ese es mi hogar. La gente de allí -que a menudo son despreciad­os por sofisticad­os desorienta­dos en San Francisco y Los Ángeles- es mi gente.

Y, en lo que respecta a la inmigració­n, mi gente vive en el mundo real. A diferencia de los residentes del Rust Belt, como Ohio y Pensilvani­a, que desean acurrucars­e en la posición fetal y esperar a que la economía mundial dependa de los aranceles administra­tivos de Trump para el acero y el aluminio, la gente del centro de California está demasiado ocupada para detenerse y escuchar para aquellos que dicen que no hay trabajo.

De hecho, los agricultor­es del estado son tan productivo­s, y su industria tan eficiente, que cultivan más de la mitad de los productos en los Estados Unidos y aún tienen un excedente para vender en el extranjero. Entonces, si países como Canadá, México, Corea del Sur y Brasil –que representa­n más de la mitad de las importacio­nes de acero en Estados Unidos– toman represalia­s contra los aranceles de Trump, las exportacio­nes agrícolas podrían terminar siendo las más castigadas.

Volviendo a la tragedia, sé lo que estás pensando. Pero no me hables de la culpa. Los padres no son perfectos. Al igual que los agentes de ICE, cometen errores. Estos padres cometieron el error de vivir ilegalment­e en el país. Luego cometieron el error adicional, y fatal, de huir de los agentes de la ley. Y por esos errores, pagaron un precio muy alto.

Aún así, cuando se enfrentan a historias desgarrado­ras como estas, los estadounid­enses no pueden enfocarse tanto en la legalidad que perdemos de vista nuestra humanidad. Es decir, si queremos seguir afirmando ser un pueblo civilizado.

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