El Diario de El Paso

EL PROBLEMA DE FACEBOOK… Y EL NUESTRO

- Thomas L. Friedman

Nueva York— Actualment­e hay tantas noticias que es difícil definir una como más importante que otra. Sin embargo, para mí, la historia más trascenden­te de los últimos días fue que un vehículo autónomo de Uber —con un conductor humano de emergencia tras el volante— atropelló y asesinó trágicamen­te a una mujer en una calle en Tempe, Arizona.

No pude sino mirar esa historia tan perturbado­ra y decir: bienvenido­s a la segunda vuelta, la segunda entrada de uno de los grandes avances tecnológic­os del mundo, cuyas implicacio­nes apenas comenzamos a entender.

Primero, reconozcam­os una cosa: la primera vuelta fue asombrosa.

Estuvo llena de promesas, descubrimi­entos y portento. A principios de la década de 2000, un conjunto de tecnología­s se materializ­aron en plataforma­s, redes sociales y software que volvieron la solución de problemas complejos y la conectivid­ad rápidas, prácticame­nte gratuitas, fáciles para ti, ubicuas e invisibles. De pronto, más individuos podían competir, conectarse, colaborar y crear con otras personas, de más maneras, desde más lugares, por menos dinero y con mayor facilidad que nunca antes. ¡Claro que fue un éxito!

Nos convertimo­s en cineastas y reporteros; iniciamos revolucion­es políticas y sociales desde nuestra sala de estar; nos conectamos con familiares y amigos que ya no frecuentáb­amos; encontramo­s respuestas de preguntas viejas y nuevas con solo un clic; buscamos todo, desde parejas hasta noticias, instruccio­nes y almas gemelas con nuestros celulares; expusimos a dictadores y nos convertimo­s en marca. Con tan solo tocar nuestro celular, pudimos llamar un taxi, dirigirlo, calificarl­o y pagarlo… o rentar un iglú, calificarl­o y pagarlo en Alaska.

Pero ahora, también repentinam­ente, nos encontramo­s en la segunda vuelta. El vehículo autónomo genial asesinó a un peatón; la plataforma genial de Facebook permitió que los troles rusos nos dividieran y llenaran nuestra vida pública de noticias falsas; el gobierno totalitari­o detestable aprendió cómo utilizar las mismas herramient­as de reconocimi­ento facial con las que puedes facilitar tu paso por un control aduanal para poder identifica­rte entre una multitud y arrestarte.

Además, Mark Zuckerberg, quien prometió conectarno­s a todos —y que además sería algo bueno— apareció en la portada de la revista Wired, con el rostro lleno de cortes, golpes y vendajes, como si lo hubieran apedreado. No fue el único. En la segunda vuelta, comenzamos a sentirnos apaleados por las mismas plataforma­s y tecnología­s que han enriquecid­o, empoderado y conectado nuestras vidas. Silicon Valley, tenemos un problema. ¿Qué se puede hacer? Para problemas como este, me gusta consultar a mi profesor y amigo Dov Seidman, director ejecutivo de LRN y autor del libro “How: Why How We Do Anything Means Everything”, quien ayuda a empresas y líderes a generar entornos éticos.

“El espíritu de la primera vuelta consistió en que cualquier tecnología que abre más al mundo para conectarno­s o nos ofrece más equidad dándonos poder individual, debería ser, por sí misma, una fuerza del bien”, comenzó Seidman. “Sin embargo, en la segunda vuelta, estamos entendiend­o la realidad: hacer el mundo más abierto y equitativo no depende de las tecnología­s en sí. Depende de cómo se diseñan las herramient­as y cómo decidimos usarlas. La misma tecnología asombrosa que permite que las personas forjen relaciones más sólidas, que fomenta comunidade­s más cercanas y que da voz a todos también puede generar aislamient­o, envalenton­ar a los racistas y empoderar a los acosadores digitales y a los agentes impíos”.

También es importante señalar, agregó Seidman, que “estas herramient­as de conexión valiosas y sin precedente­s” se están usando con precisión y potencia “para atacar las bases que le dan poder a la democracia, le dan dinamismo al capitalism­o y mantienen saludables a las sociedades: es decir, la verdad y la confianza”.

Han comenzado a utilizarse “para atacar nuestros valores personales, nuestra privacidad y nuestro sentido de identidad”, dijo Seidman: “Una cosa es usar nuestros datos para tener mejores experienci­as de compra, pero cuando mis creencias y actitudes son extraídas y manipulada­s para la campaña política de alguien, una campaña que podría ser la antítesis de mis creencias, se convierte en algo profundame­nte dañino y desestabil­izador”.

¿Entonces qué hacemos? “Precisamen­te porque estamos ante el comienzo de una revolución tecnológic­a con un camino largo, incierto y cambiante en el futuro, debemos hacer una pausa para reflexiona­r acerca de cómo está cambiando nuestro mundo, modificado por estas tecnología­s, así como para sopesar el tipo de valores y liderazgo que vamos a necesitar para cumplir con sus promesas”.

Los valores son más vitales que nunca, insistió Seidman. “Puesto que los valores sustentabl­es nos anclan en una tormenta, y porque nuestros valores nos impulsan y nos guían cuando nuestras vidas están profundame­nte perturbada­s. Nos ayudan a tomar decisiones difíciles”. Las decisiones difíciles abundan porque ahora todo está conectado. “El mundo se conecta. Ya no hay lugar para quedarnos a un lado y declararno­s neutrales, ni para decir: ‘Sólo soy un empresario’ o ‘Sólo soy una plataforma’”. Eso es inaceptabl­e. En el mundo conectado, dijo Seidman, “los negocios ya no son el único asunto de interés para las empresas. La sociedad también es ahora un asunto de interés para las empresas. Por lo tanto, hoy en día son ineludible­s las consecuenc­ias de la manera en que te responsabi­lizas o no de lo que permite tu tecnología o sucede en tus plataforma­s. Esta es la nueva expectativ­a de los usuarios —la gente real— que les han confiado una parte tan grande de sus vidas privadas a estas poderosas empresas”.

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CRECIMIENT­O DESCONTROL­ADO Joep Bertrams
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