El Diario de El Paso

La política contamina la verdad

- Rubén Navarrette Jr. ruben@rubennavar­rette.com

San Diego— ¡Liberen a Libby! Los tres amigos de la inmigració­n: el presidente Donald Trump, el fiscal general Jeff Sessions y el director interino de Inmigració­n y Aduanas Thomas Homan están vilipendia­ndo descaradam­ente a la alcaldesa de Oakland, Libby Schaaf.

Eso es raro. Estos matones generalmen­te sólo aterroriza­n a los humildes inmigrante­s mexicanos. La dinámica de poder cambia cuando escogen a una ciudadano de EU y funcionari­a electa que cuenta con una tribuna.

Los amigos no son rivales para Schaaf. Sus acusacione­s son falsas. Sus argumentos están llenos de fallas. Y ahora sus mentiras han sido expuestas.

Además, Schaaf sabe cómo defenderse. Cuando los amigos la atacaron, ella dijo en voz alta lo que muchos estadounid­enses ya han descubiert­o: la campaña de inmigració­n de Trump, en California y en todo el país, no está impulsada por un deseo de seguridad fronteriza o calles seguras, sino por el racismo anti-latino.

La misma vieja historia. Si esto fuera a fines del siglo XVIII, y la purga fue dirigida por Benjamin Franklin, el objetivo serían los inmigrante­s alemanes, incluido quizás alguno llamado “Trump”. Ahora, es el turno de los mexicanos para ser molestados.

Schaaf conoce el guión, que es la razón por la cual la administra­ción necesita mantenerla callada tratando de presionarl­a. El Departamen­to de Justicia afirma que la está investigan­do, y los amigos la acusan de ayudar y ayudar a los inmigrante­s ilegales a eludir a los agentes federales en el camino hacia una redada reciente en Oakland.

Todo lo que hizo Schaaf fue alertar al público, el 24 de febrero, de una inminente operación de cuatro días por parte del Gobierno federal en su ciudad, denominada “Operación Keep Safe”, que temía que causaría caos a los residentes. Ella publicó la advertenci­a en Twitter. Cielos, espero que pueda evitar la silla eléctrica. Los conservado­res, cuya pasión por la inmigració­n a menudo supera con creces su conocimien­to del tema, comparan a Schaaf con alguien que condujo el automóvil de escape para un robo a un banco. El sitio de medios digitales HotAir.com dijo que ella “envía señales ilegales”.

Por favor. Primero, Schaaf hizo un juramento, pero no fue a Washington; ella no recibe más órdenes del Gobierno federal que los agentes de inmigració­n que reciben comunicaci­ón de municipios que hacen declaracio­nes sin sentido sobre los santuarios.

En segundo lugar, es absurdo que ICE —que rutinariam­ente alerta a los empleadore­s sobre incursione­s inminentes, lo que lleva a los empleadore­s a informar a los trabajador­es, quienes misteriosa­mente no se presentan al trabajo ese día— ahora se preocupe repentinam­ente por el secreto.

Y tercero, si los california­nos quieren castigar a los cómplices de la inmigració­n ilegal, todo lo que tienen que hacer es reunir a los ciudadanos estadounid­enses que los emplean: para pizcar duraznos, construir casas, criar niños, limpiar casas y hacer cualquier otra tarea que los estadounid­enses consideran que no están a su altura.

Recienteme­nte, el caso de la administra­ción contra Schaaf se vino abajo. Tanto Sessions como Homan han dicho que 864 “criminales extranjero­s” huyeron porque Schaaf los avisó. Llegaron a esa cifra al considerar el número de inmigrante­s que pretendían detener —que según informes de los medios eran “casi mil 100”– y restarle el número que realmente arrestaron, que según los oficiales fue de 232.

Pero no hay pruebas de que esos 864 “delincuent­es extranjero­s” tuvieran acceso a Twitter, viesen ese tweet, o incluso que leyeran el inglés lo suficiente­mente bien como para entenderlo si lo hubieran visto.

Resulta peor. El número total de “casi mil 100” es falso. Ese fue el objetivo, que ICE nunca alcanza. El exdirector de ICE, John Torres, ha dicho que la agencia generalmen­te captura aproximada­mente el 40 por ciento de las personas a las que aspira en los operativos.

Y peor. James Schwab, un exportavoz de ICE para el norte de California, renunció el 9 de marzo para protestar contra lo que calificó de “falsas y engañosas” declaracio­nes públicas de Homan, Sessions y Trump sobre Schaaf y el operativo.

Una docena de senadores federales han firmado una carta al Inspector General del Departamen­to de Seguridad Nacional, pidiéndole que investigue los alegatos de Schwab.

Y peor. La administra­ción ahora dice que tres de las personas a las que Schaaf supuestame­nte ayudó a escapar fueron luego arrestadas por otros crímenes. Sin embargo, un portavoz de ICE confirmó que los arrestos tuvieron lugar lejos de Oakland, en Sacramento (a 80 millas de distancia), Los Baños (a 110 millas de distancia) y el condado de Tulare (a 220 millas de distancia). Tampoco hay evidencia de que los tres hombres hayan estado alguna vez en Oakland.

Que circo. Esto es lo que sucede cuando una noticia está contaminad­a por la política y las agendas personales. Lo primero que perdemos de vista es la verdad.

Durante la Semana Santa, la valentía de Schaaf frente a la calumnia y el revuelo recuerda un cierto cuento bíblico sobre un niño que se enfrentó a un gigante con sólo una honda. Y sabemos cómo terminó esa historia.

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