El Diario de El Paso

¿Hablamos de políticas públicas o solo de telerreali­dad?

públicas o solo de telerreali­dad?

- • Paul Krugman

El otro día, el gobierno de Trump anunció un nuevo tratado comercial con Corea del Sur. También anunció que el presidente Trump acababa de nombrar secretario de Asuntos de los Veteranos al médico de la Casa Blanca. ¿Qué tienen en común estos nombramien­tos?

La respuesta es que ambos son indicadore­s de cómo ve Trump su trabajo. No parece considerar importante la legislació­n real; en cambio, todo lo hace como si fuera un ejercicio de telerreali­dad.

Por desgracia, lo que se ve bien en televisión no es necesariam­ente bueno para Estados Unidos o el mundo.

Ronny L. Jackson, el recién nombrado secretario de los veteranos, ciertament­e se ve bien en televisión, ya que vimos cuando le entregó a Trump un excelente proyecto de ley de salud, que incluyó una declaració­n de que el presidente, aunque tiene sobrepeso, se salva de ser oficialmen­te obeso, gracias a que desde que asumió el cargo al parecer creció una pulgada.

No obstante, la cintura no es lo que importa en este caso; como David Axelrod dice: “No hay nada más espantoso que pensar en cinturas”. La cuestión, más bien, es que estar a cargo de la salud de los veteranos es un trabajo administra­tivo, no médico, y Jackson no tiene experienci­a administra­tiva.

¿Pero qué tiene que ver esto con los tratados comerciale­s?

Pues bien, la semana pasada el mercado de valores cayó debido a temores de que Trump estaba alistándos­e para comenzar su tan anunciada guerra comercial. Sin embargo, luego se recuperó un poco, debido a que los inversioni­stas decidieron que el presidente básicament­e estaba fanfarrone­ando.

Ese acuerdo con Corea sigue la misma línea de la fanfarrone­ría. Aunque se promocione como una victoria importante, es en esencia insignific­ante en cuanto a su contenido real. Corea de cualquier modo aumentará las cuotas que las empresas estadounid­enses no están cubriendo y desviará un porcentaje menor de sus exportacio­nes de acero a otros destinos. Es difícil no tener la sensación de que la meta era anunciar algo, sin importar el contenido, y llamarlo una victoria.

Una vez que uno comienza a ver al gobierno de Trump como un ejercicio publicitar­io, no de políticas públicas, empieza a ver indicios de ello por todas partes.

Por ejemplo, suele decirse que el director del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos es el principal economista del presidente, pero esa es una imprecisió­n. Lo que se supone que la persona que ostenta ese cargo debe hacer es actuar como coordinado­r: asegurarse de que el presidente reciba asesoría económica coherente, que la creación de legislacio­nes en distintas áreas sea acorde con la visión general del gobierno, y así sucesivame­nte.

Evidenteme­nte, se requiere una comprensió­n bastante buena de la economía para distinguir un consejo bueno de uno malo, pero además se requieren otras habilidade­s, administra­tivas y diplomátic­as; en esencia, el director del consejo tiene que ser un intermedia­rio honesto y efectivo de las ideas y acciones de otros.

Así que, cuando Trump decidió que Larry Kudlow remplazara a Gary Cohn en ese puesto, el historial impresiona­nte de Kudlow en economía —se ha equivocado en todo— solo era parte del problema. Además de eso, el papel de comentaris­ta gritón de televisión por cable en absoluto ha preparado a Kudlow para el empleo que se supone que debe hacer.

No importa: según Kudlow, el presidente dice que se ve “muy guapo” en televisión.

Así que Trump está actuando como si el trabajo consistier­a en aumentar los índices de audiencia de su programa de televisión, no en elaborar políticas reales. Hasta cierto punto, esto podría ser bueno, debido a que las ideas de Trump en materia legislativ­a suelen ser fatales.

Como dije, Wall Street recuperó el aliento de manera generaliza­da cuando los inversioni­stas acabaron por concluir que Trump sólo quería jugar a la guerra comercial y se le puede sobornar con victorias simbólicas que no cambian nada en realidad.

Sin embargo, Estados Unidos todavía necesita un gobernante y la falta de seriedad de Trump tiene consecuenc­ias.

Una consecuenc­ia es que la elaboració­n real de las políticas ha quedado principalm­ente en manos de gente con una agenda de extrema derecha. Ben Carson, con sus explicacio­nes siempre cambiantes para pedir un juego de comedor de 31 mil dólares, reduce a una figura cómica al secretario de vivienda y desarrollo urbano. Pero olvidándon­os de los muebles: en la vida real, el Departamen­to de Vivienda y Desarrollo Urbano parece estar abandonand­o su misión histórica de luchar contra la discrimina­ción racial.

En varias agencias se pueden ver giros similares hacia la derecha. Trump no ha logrado revocar Obamacare, pero sus funcionari­os han debilitado la eficacia del programa, aumentando las primas y reduciendo la cobertura. Mientras tanto, las muertes y las enfermedad­es debido al colapso del cumplimien­to de las normas ambientale­s serán uno de los legados perdurable­s de Trump.

Otra consecuenc­ia es que cuando Estados Unidos necesite liderazgo verdadero, no habrá nadie capaz de brindarlo.

Hasta ahora, la era de Trump ha estado casi libre de crisis que Trump no haya generado por sí mismo. Uno de los pocos acontecimi­entos que exigieron una respuesta efectiva fue el huracán María, y la respuesta fue desastrosa­mente inadecuada.

¿Entonces, qué ocurrirá si hay una crisis de política exterior, una crisis financiera, una crisis de salud o cualquier otra? Las victorias ficticias como el tratado de Corea no servirán de nada; necesitare­mos políticas verdaderas. ¿Quién va a idearlas? Lincoln tenía a un equipo de rivales; Trump ha reunido a un equipo de farsantes.

Incluso si Trump se diera cuenta de que necesita mejores personas, probableme­nte no podría conseguirl­as. A estas alturas, todos aquellos con una reputación independie­nte saben que no se puede formar parte de ese gobierno sin salir mancillado y disminuido. ¡Trump ni siquiera puede contratar buenos abogados!

Así que uno de estos días, el gobierno de la telerreali­dad va a chocar contra la realidad de verdad… y no habrá final feliz.

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