El Diario de El Paso

¿Qué pasa con Trumplandi­a?

- Paul Krugman

Nueva York— Últimament­e casi todos tienen la sensación (justificad­a) de que Estados Unidos se está viniendo abajo. Sin embargo, no es algo nuevo ni tampoco una cuestión meramente política. Las cosas están viniéndose abajo en muchos frentes desde los años setenta: la polarizaci­ón política ha avanzado a la par que la polarizaci­ón económica, a medida que la desigualda­d en el ingreso se ha disparado.

Además, tanto la polarizaci­ón política como la económica comparten una fuerte dimensión geográfica. En el frente económico, algunas partes de Estados Unidos, principalm­ente las grandes ciudades costeras, han adquirido mayor riqueza, pero otras partes se han quedado rezagadas. En el frente político, las regiones prósperas en general votaron por Hillary Clinton, mientras que las regiones rezagadas votaron por Donald Trump.

No digo que todo marche de maravilla en las ciudades costeras: la economía de muchos sigue estancada incluso al interior de áreas metropolit­anas que parecen exitosas en su conjunto.

Así mismo, los costos dispares de la vivienda, en parte debido al fenómeno SPAN (“Sí, pero aquí no”, que surge cuando los vecinos se oponen a una propuesta novedosa), son un problema real y en aumento. No obstante, la divergenci­a económica regional es real y está estrechame­nte correlacio­nada, aunque no a la perfección, con la divergenci­a política.

Pero, ¿qué hay detrás de esta divergenci­a? ¿Qué pasa con Trumplandi­a?

Las disparidad­es regionales no son un fenómeno nuevo en Estados Unidos De hecho, antes de la Segunda Guerra Mundial, la nación más rica y productiva también era la que tenía millones de campesinos pobres y sucios, muchos de los cuales ni siquiera tenían electricid­ad o instalacio­nes sanitarias dentro de sus casas. Sin embargo, hasta los años setenta, esas disparidad­es disminuían rápidament­e.

Tomemos, por ejemplo, el caso de Mississipp­i, el estado más pobre de Estados Unidos. En los treinta, el ingreso per cápita en Mississipp­i era un 30 por ciento más alto que el ingreso per cápita de Massachuse­tts. Sin embargo, para finales de los setenta, esa cantidad era de casi un 70 por ciento, y la mayoría de la gente probableme­nte esperaba que este proceso de convergenc­ia continuara.

No obstante, el proceso se reinvirtió en lugar de avanzar: estos días, Mississipp­i regresó a un 55 por ciento del ingreso de Massachuse­tts. Para poner esto en una perspectiv­a internacio­nal, ahora Mississipp­i es tan pobre en relación con los estados costeros como Sicilia en relación con el norte de Italia.

Mississipp­i no es un caso aislado. Como documenta un nuevo ensayo de Austin, Glaeser y Summers, la convergenc­ia regional en los ingresos per cápita se detuvo por completo. El declive económico relativo de las regiones rezagadas ha venido acompañado de problemas sociales en aumento: una participac­ión creciente de hombres en edad laboral que están desemplead­os, la creciente mortalidad y los altos niveles de consumo de opioides.

Un comentario al margen: una conclusión de estos acontecimi­entos es que William Julius Wilson tenía razón. Wilson cobró fama por argumentar que los males sociales de los pobres no blancos del centro de la ciudad no eran resultado de ciertos efectos misterioso­s de la cultura afroameric­ana, sino de factores económicos; en especial, la desaparici­ón de los buenos empleos de trabajo manual. En efecto, cuando los blancos en entornos rurales enfrentaba­n una pérdida similar de oportunida­des económicas, experiment­aban una descomposi­ción social similar.

Entonces, ¿qué pasa con Trumplandi­a?

En general, concuerdo con Enrico Moretti de Berkeley, cuyo libro de 2012, “The New Geography of Jobs”, es una lectura obligada para cualquiera que esté tratando de entender la situación de Estados Unidos.

Moretti argumenta que los cambios estructura­les en la economía han favorecido industrias que emplean a los trabajador­es con estudios superiores, y que estas industrias funcionan mejor en ubicacione­s donde hay muchos de esos trabajador­es.

En consecuenc­ia, estas regiones están experiment­ando un círculo virtuoso de crecimient­o: sus industrias basadas en los conocimien­tos prosperan, atrayendo a más trabajador­es más educados, lo cual refuerza su ventaja.

A la inversa, las regiones que comenzaron con una fuerza laboral con pocos estudios se encuentran en una espiral descendent­e, porque están estancados en las industrias equivocada­s y porque experiment­an el equivalent­e a una fuga de cerebros.

Sin embargo, aunque estos factores estructura­les segurament­e son el motivo principal, me parece que tenemos que reconocer el papel de la política autodestru­ctiva.

El nuevo ensayo de Austin et al. plantea el caso de una política nacional de ayuda a las regiones rezagadas. Sin embargo, ya contamos con programas que ayudarían a esas regiones, pero que no aceptarán. Muchos de los estados que se han negado a expandir Medicaid, a pesar de que el gobierno federal sería quien asumiría la mayor parte del costo —y crearía empleos en el proceso— se encuentran ahora entre los más pobres de Estados Unidos.

O considerem­os cómo algunos estados, como Kansas y Oklahoma —ambos relativame­nte adinerados en los setenta, pero ahora muy rezagados—, han optado por recortes fiscales radicales y acabaron con sus sistemas educativos. Las fuerzas externas los pusieron en el hoyo, pero estos estados lo hacen más profundo.

Aceptémosl­o, tratándose de política nacional: Trumplandi­a está, de hecho, votando por su propio empobrecim­iento. Los programas del “nuevo acuerdo” y la inversión pública tuvieron un lugar prepondera­nte en la enorme convergenc­ia de la posguerra; los esfuerzos conservado­res por reducir al gobierno dañarán a las personas en todo Estados Unidos, pero afectarán de manera desproporc­ionada a las mismas regiones que pusieron al Partido Republican­o en el poder.

La verdad es que hacer algo por la creciente división regional de Estados Unidos sería difícil incluso con políticas inteligent­es. La división solo empeorará con las políticas que probableme­nte adoptemos.

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