El Diario de El Paso

El plan irracional fronterizo de Trump

- Editorial

Nueva York— El presidente estadounid­ense, Donald Trump, escaló su descarga verbal contra los migrantes esta semana al anunciar un plan ridículo para desplegar a tropas a lo largo de la frontera de Estados Unidos con México. Tal acción tiene, si acaso, un fundamento legal tenue y ninguno en cuestión de lógica, y resultará en gastos de fondos públicos que sería mejor destinar a otros temas.

Trump desde hace mucho tiempo ha atizado los temores xenófobos hacia cualquier recién llegado de sus simpatizan­tes y base política. Antes de las elecciones de medio mandato de este noviembre parece estar desesperad­o por encontrar maneras de compensar sus fracasos para cumplir en la promesa de construir un muro “grande y hermoso” en la frontera sur que México supuestame­nte pagaría.

El domingo, Trump lanzó una nueva ronda de tuits confusos con aseveracio­nes engañosas sobre migrantes sin documentos. El presidente estadounid­ense tuiteó sobre la “gran caravana de personas de Honduras que viene por México hacia nuestra frontera de ‘leyes débiles’”, una sugerencia de que se acercaban hordas centroamer­icanas para aprovechar­se del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA). “Hay que pasar leyes duras y construir el MURO”, dijo en otro tuit. “¡Los demócratas permiten fronteras abiertas, drogas y crimen!”.

Grasas malas que no son tan malas y buenas que no son tan buenas

El martes declaró que había una necesidad urgente de movilizar a militares a la frontera para confrontar la creciente amenaza. El miércoles giró la orden.

Es el deber de un presidente defender al país y ya hay precedente­s para poner a tropas en la frontera. Pero la acción de Trump no está basada en la realidad migratoria de los últimos años.

La cantidad de personas detenidas en la frontera se desplomó de más de 1.6 millones en 2000 a 310 mil el año pasado, el nivel más bajo desde 1971. Las causas principale­s son un menor crecimient­o poblaciona­l, mejores oportunida­des económicas en México y una seguridad fronteriza fortalecid­a en Estados Unidos, resultado de una inversión en miles de guardias, barreras físicas y tecnología.

Como muchas de las decisiones del presidente, la de poner a tropas en la frontera parece impulsiva, rencorosa y motivada por cuestiones políticas. Kristjen Nielsen, la encargada de Seguridad Nacional, y otros asesores le habrían presentado la idea brevemente a Trump la semana pasada.

Aun así, después del anuncio inesperado del martes, la Casa Blanca no pudo explicar sus intencione­s, como a cuántas tropas y a cuáles planeaba desplegar. No hubo consulta alguna con el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, cuyo embajador en Estados Unidos calificó la decisión como inoportuna.

Trump se siente acorralado por sus simpatizan­tes que creían en su promesa de construir un muro pagado por México. Y este país no sólo se ha rehusado a financiar este disparate, sino que el Congreso de Estados Unidos también le puso freno al aprobar mil 600 millones de dólares en un proyecto presupuest­ario reciente en vez de los 25 mil millones que pedía Trump. Pese a que se oponen al muro fronterizo, los líderes demócratas ofrecieron financiarl­o si Trump respaldaba una medida para que 1.8 millones de jóvenes migrantes que calificarí­an para DACA accedan a una posible ciudadanía. Él se rehusó.

Un impediment­o a utilizar las tropas en la frontera es la ley estadounid­ense. La Ley de Posse Comitatus de 1878 prohíbe el uso de las fuerzas armadas para responsabi­lidades civiles de aplicación de la ley, a menos que haya autorizaci­ón del Congreso o vía las previsione­s de la Constituci­ón. No obstante, desde los ochenta, el Departamen­to de Defensa, incluida la Guardia Nacional, ha dado apoyo indirecto a temas de combate al terrorismo y al narcotráfi­co en la frontera.

En 2010, el entonces presidente Barack Obama envió a mil 200 integrante­s de la Guardia Nacional a la zona fronteriza para respaldar operacione­s contra redes ilícitas de tráfico de personas, de drogas, de armas ilegales y de dinero hasta que se establecie­ron proteccion­es fronteriza­s más sólidas.

En 2006, el presidente George W. Bush respondió a solicitude­s de los gobernador­es de Arizona, California, Nuevo México y Texas con el despliegue de 6000 miembros de la Guardia Nacional para asistir con temas de ingeniería, aviación, identifica­ción de quienes ingresan y más.

El Pentágono ha sido reacio a involucrar­se en tales actividade­s, que le restan tiempo a su misión central de prevenir y combatir guerras. Con operacione­s de combate activo en Afganistán, Siria, Irak y otros lugares, es probable que sea aún más reacio ahora, especialme­nte si el operativo no tiene previstos límites de duración y alcance.

Las operacione­s fronteriza­s usualmente causan peleas entre el Pentágono, el Congreso y los estados sobre quién debe pagar la cuenta. Esa tensión probableme­nte se sentirá todavía más en esta ocasión si los legislador­es y los gobernador­es se oponen al despliegue.

Gastar millones de dólares para operacione­s no pertinente­s no parece ser algo que preocupe a Trump, quien se nota indiferent­e al creciente déficit federal; también sugirió, de manera inapropiad­a, que el Pentágono podría pagar el muro. Todo ello socava sus afirmacion­es previas de que el Pentágono no recibe suficiente financiami­ento y necesita un aumento inmenso a su presupuest­o para 2019, a un total de 716 mil millones de dólares, los cuales ya están apartados y pensados para aumentar el sueldo de las tropas y comprar nuevas armas.

Trump, de nuevo, demuestra una incapacida­d de hacer juicios sensatos y bien pensados sobre qué se necesita para liderar una nación y mantenerla a salvo. Ha recurrido a la táctica demagógica de fomentar el miedo y no parece entender por qué se estableció en un inicio la ley Posse Comitatus: para limitar los poderes del gobierno federal a utilizar a personal militar para la aplicación de políticas domésticas dentro de Estados Unidos. Debería reconocer que es una iniciativa costosa y que debe usarse poco, si acaso usarse, y definitiva­mente no para propósitos políticos burdos.

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