El Diario de El Paso

La historia de Paul Ryan: del engaño al fascismo

- Patrick Chappatte Paul Krugman

Nueva York— ¿Por qué Paul Ryan decidió no contender a la relección? ¿Cuáles serán las consecuenc­ias? Sus suposicion­es son tan buenas como las mías, literalmen­te. Puedo especular con base en lo que leo en los periódicos, igual que ustedes.

Por otro lado, tengo algo de conocimien­to de cómo Ryan —quien siempre ha sido un estafador evidente, para todos los que están dispuestos a verlo— se volvió presidente de la Cámara de Representa­ntes de Estados Unidos. Se trata de una historia que daña la imagen no sólo del mismo Ryan, y de su partido, sino además de los autoprocla­mados centristas y los medios noticiosos, que impulsaron la carrera del primero a través de las actividade­s ilícitas de los segundos. Además, las fuerzas que llevaron a Ryan a una posición de poder son las mismas que han llevado a Estados Unidos al borde de una crisis constituci­onal.

En cuanto a Ryan: increíblem­ente, estoy viendo algunas noticias sobre su salida en donde lo retratan como un estudioso serio de las políticas y un halcón fiscal que, tristement­e, se vio imposibili­tado para cumplir su misión en la era Trump. Increíble.

Miren, el principio mismo que alienta todo lo que Ryan hizo y propuso fue el de confortar a los cómodos y afligir a los afligidos. ¿Alguien puede mencionar un solo ejemplo en el que su supuesta preocupaci­ón sobre el déficit lo dispuso a imponer alguna carga a los ricos, en el que su supuesta compasión lo hizo mejorar la vida de los pobres? Recuerden, votó en contra de la propuesta de la comisión de deuda Simpson-Bowles no debido a sus fallas reales, sino porque aumentaba los impuestos y no revocaba Obamacare.

Y sus propuestas de “reducción del déficit” siempre fueron fraudes. La pérdida de ingreso de los recortes fiscales siempre excedió todos los recortes de gasto explícitos, así que la pretensión de responsabi­lidad fiscal provino por completo de los “asteriscos mágicos”: el ingreso adicional provenient­e de cerrar lagunas no especifica­das y un menor gasto derivado de recortar programas no especifica­dos. Desde 2010, lo llamé el hombre del engaño y nada de lo que ha hecho desde entonces ha puesto en duda ese juicio.

Así que, ¿cómo es que un estafador tan evidente se hizo de una reputación de seriedad y rectitud fiscal? En esencia, se benefició de la acción afirmativa ideológica.

Incluso ahora, en esta era de Trump, hay un número importante de líderes de opinión —en especial en los medios noticiosos, pero no solamente ahí— cuyas carreras, cuyas marcas profesiona­les, dependen de la noción de que están por encima de las batallas políticas.

Para gente como esa, afirmar que ambos lados tienen la razón, que hay personas honestas y serias en la izquierda y la derecha, prácticame­nte define su identidad.

No obstante, la realidad de la política de Estados Unidos en el siglo XXI es de polarizaci­ón asimétrica en muchas dimensione­s. Una de esas dimensione­s es la intelectua­l: aunque hay algunos pensadores conservado­res serios y honestos, no tienen influencia alguna sobre el Partido Republican­o moderno. ¿Qué se supone que debe hacer un centrista?

La respuesta, con mucha frecuencia, ha involucrad­o lo que podríamos llamar la candidez motivada. Los centristas que no pueden encontrar ejemplos verdaderos de conservado­res serios y honestos prodigan alabanzas a los políticos que interpreta­ron ese papel en la televisión. Paul Ryan en realidad no era muy bueno para representa­r ese papel; los expertos fiscales auténticos ridiculiza­ron sus presupuest­os “con fuentes misteriosa­s”. Pero no importa: la historia requería que existiera el personaje que interpreta­ba Ryan, así que todos hicieron como que era la pura verdad.

Así mismo, permítanme decir que el mismo acto de estar a favor de ambos lados que convirtió a Ryan en un héroe fiscal ocupó un lugar importante en la elección de Donald Trump.

¿Como fue que el candidato presidenci­al más corrupto de la historia de Estados Unidos administró cuidadosam­ente una victoria en el Colegio Electoral? Hubo varios factores, cualquiera de los cuales habría podido convertir la tendencia en una elección cerrada. Sin embargo, no habría sido cerrada si buena parte de los medios noticiosos no hubieran participad­o en una orgía de equivalenc­ias falsas.

Esto nos lleva de nuevo al papel del Partido Republican­o particular­mente en la era de Trump.

Algunos comentaris­tas parecen sorprender­se de cómo los hombres que hablaban sin parar de la rectitud fiscal durante el gobierno de Barack Obama respaldaro­n alegrement­e los recortes fiscales que harían estallar el déficit con Trump. También parecen impactados ante la aparente indiferenc­ia de Ryan y sus colegas a la corrupción y el desprecio por el Estado de derecho de Trump. ¿Qué les pasó a sus principios?

La respuesta, claro, es que los principios que afirmaban tener nunca tuvieron nada que ver con sus metas verdaderas. En específico, los republican­os no han abandonado sus preocupaci­ones sobre los déficits fiscales, porque nunca las tuvieron; sólo fingieron preocupaci­ón como una excusa para recortar programas sociales.

Si se preguntan por qué Ryan nunca se pronunció en contra de la corrupción de Trump, por qué nunca mostró preocupaci­ón alguna por las tendencias autoritari­as de Trump, ¿qué les hizo pensar que haría una cosa así? Nuevamente, si observan las acciones de Ryan, y no al personaje que interpretó para las audiencias ingenuas, este nunca se ha mostrado dispuesto a sacrificar nada de lo que quiere —ni un ápice— en nombre de los principios que profesa. ¿Cómo pudo ocurrírsel­es que sacaría la casta para defender el Estado de derecho?

Así que ahora se nos va Ryan. ¡Qué alivio! Pero, momento, todavía no celebren: no era ni mejor ni peor que el resto de su partido. Es posible que quien lo suceda en la presidenci­a muestre más agallas que él, pero sólo si ese sucesor es, digamos, demócrata.

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