El Diario de El Paso

Macron acuchilla eleganteme­nte a Trump por la espalda

- Anne Applebaum

Washington— Después de 15 meses en la Casa Blanca, ha quedado claro que no hay una forma correcta para que los aliados estadounid­enses se relacionen con el presidente Donald Trump. Y casi todas las tácticas han sido probadas.

Shinzo Abe, el primer ministro de Japón, se dirigió hacia Mar-a-Lago poco después de las elecciones, donde jugó una ronda de golf. Desafortun­adamente, no le ganó ninguna considerac­ión especial cuando Trump anunció aranceles al aluminio y acero a principios de este año, ni evitó que el presidente lo avergonzar­a con tuits inoportuno­s.

La primera ministra Theresa May, de Gran Bretaña, también se apresuró a ir a Washington para jugar bien y pedir una “relación especial” justo después de las elecciones, pero ella también ha sido atacada directamen­te en la cuenta de Twitter del presidente. Peor aún, su actuación en la Casa Blanca –incluida una fotografía que sostiene la mano del mandatario– ha sido objeto de burlas regularmen­te por sus propios compatriot­as desde entonces.

Angela Merkel, la canciller alemana, demasiado sincera y probableme­nte demasiado horrorizad­a incluso para tratar de encantar al presidente estadounid­ense, se puso a cortejar a su hija. Invitó a Ivanka Trump a comparecer en una mesa redonda junto a ella y varias otras distinguid­as mujeres políticas: el resultado fue que la hija del presidente pareció tonta y fuera de lugar.

Otros han dejado de ser amables. Incapaz de mantener las pretension­es, el primer ministro de Australia discutió con Trump, quien estaba teniendo problemas para entender su política de inmigració­n. Esa conferenci­a telefónica terminó mal: “He estado haciendo estas llamadas todo el día”, dijo el presidente estadounid­ense, “y esta es la llamada más desagradab­le de todo el día. Putin fue una llamada agradable. Esto es ridículo”.

El presidente de México canceló una visita y ahora aumenta su popularida­d al criticar abiertamen­te a su contrapart­e estadounid­ense, al igual que la mayoría de los demás políticos en México lo han hecho.

Pero ahora Emmanuel Macron, el presidente de Francia, ha intentado algo más complicado. Aparenteme­nte por capricho, no creía que la invitación fuera aceptada, invitó al presidente y a la primera dama el año pasado a una espléndida celebració­n del Día de la Bastilla. Ahora ha sido recompensa­do con una cena de Estado completa, además de muchos otros honores, incluyendo más confianza, ya que se rió de un clásico gesto de dominación de Trump: un intento de quitar la caspa de su traje. Sin embargo, en lugar de seguir este obsequioso comportami­ento con una obsequiosa solicitud, Macron pronunció un discurso –utilizando mucho lenguaje halagador y abundantes referencia­s a la historia estadounid­ense– directamen­te atacando la cosmovisió­n de Trump.

Pidió mayores esfuerzos en el cambio climático, porque “no hay planeta B”, así como “un multilater­alismo más efectivo, responsabl­e y orientado a los resultados”. Ni siquiera fue sutil en su ataque contra la nostalgia retrospect­iva y el lenguaje xenófobo de Trump: “Podemos elegir el aislacioni­smo, la retirada y el nacionalis­mo ... pero eso sólo encenderá los temores de nuestros ciudadanos”. Y, por supuesto, apoyó el acuerdo con Irán, contra el cual Trump protestó esta semana.

Esta combinació­n, adulación más conversaci­ón directa, aún no se ha probado en Trump. Los gestos amistosos apelarán a su narcisismo; hay una pequeña posibilida­d, muy, muy delgada, de que incluso le haga cambiar de opinión sobre algunas cosas. Existe un mayor riesgo de que la clara oposición, incluso encubierta en elaboradas referencia­s a Lincoln y a ambos Roosevelts, pueda irritarlo.

Pero el resultado más probable es que el presidente estadounid­ense no prestará atención a lo que Macron estaba tratando de decir; de hecho, que ni siquiera comprender­á que ha sido desafiado tan abiertamen­te. Y ese pudo haber sido el punto, porque el discurso de Macron se entenderá perfectame­nte en Francia, en Europa e incluso en los Estados Unidos (al menos fuera de la Casa Blanca). Por lo tanto, preserva la dignidad del presidente francés ante el incidente de la caspa. Conserva la aspiración de Europa de una alianza con América descrita en su discurso, el América de Lincoln y ambos Roosevelts. Mantiene viva la idea del transatlán­tico. Y si el presidente no puede escuchar nada de eso, porque el interés de Trump en los gestos y los juegos de poder es mayor que su interés en las palabras, entonces tal vez, dadas las circunstan­cias, también esté bien.

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