El Diario de El Paso

No necesitamo­s ninguna educación

- Paul Krugman

Nueva York— Hace unos días, Matt Bevin, el gobernador republican­o y conservado­r de Kentucky, perdió la cabeza. Miles de maestros en su estado habían abandonado sus puestos de trabajo, obligando a muchas escuelas a cerrar por un día, en protesta por su oposición a un mayor financiami­ento para la educación. Así que Bevin arremetió en su contra con una acusación extraña: “Les garantizo que hoy en algún lugar de Kentucky, un niño fue abusado sexualment­e porque se quedó solo en casa y no había nadie que lo cuidara”.

Después se disculpó, pero su arrebato histérico estaba muy arraigado: a nivel estatal y local, la obsesión conservado­ra con los recortes fiscales ha obligado al Partido Republican­o a entrar a lo que equivale a una guerra contra la educación y, en específico, una guerra contra los maestros. Esta guerra es la razón por la cual hemos visto huelgas de maestros en varios estados. Es por ello que a personas como Bevin les está costando mucho trabajo lidiar con la realidad que han creado.

Para entender cómo llegamos a este punto, necesitamo­s saber qué hace el Gobierno en Estados Unidos con los dólares de los impuestos que pagan los contribuye­ntes.

El Gobierno federal, como dice una vieja frase, es básicament­e una compañía de seguros con un ejército: el gasto que no se destina a la defensa se asigna principalm­ente a la Seguridad Social, Medicare y Medicaid. No obstante, los gobiernos estatales y locales básicament­e son distritos escolares con departamen­tos de Policía. La educación representa más de la mitad de la fuerza laboral estatal y local; los servicios de protección como los departamen­tos de Policía y Bomberos representa­n buena parte del resto.

Así que, ¿qué sucede cuando conservado­res inflexible­s gobiernan un estado, tal como sucedió en buena parte del país después de la ola del Tea Party en 2010? Insisten constantem­ente en que se aprueben enormes recortes fiscales.

Por lo general, estos recortes fiscales se promueven con la promesa de que los impuestos más bajos darán un impulso enorme a la economía estatal.

No obstante, esta promesa nunca –y nunca es nunca– se cumple; la creencia continuada de la derecha en los beneficios mágicos de los recortes fiscales representa el triunfo de la ideología sobre la abrumadora evidencia negativa.

En cambio, lo que los recortes fiscales hacen es reducir los ingresos súbitament­e, causando estragos en las finanzas estatales, ya que la ley exige a una gran mayoría de los estados equilibrar sus presupuest­os. Esto quiere decir que cuando los ingresos fiscales se desploman, los conservado­res que gobiernan a nivel estatal no pueden hacer lo que Trump y sus aliados en el Congreso están haciendo a nivel federal, que es sencillame­nte dejar que el déficit fiscal aumente. En cambio, tienen que recortar el gasto.

Dada la crucial importanci­a que tiene la educación en los presupuest­os estatales y locales, eso coloca a los maestros en la mira.

Después de todo, ¿cómo pueden los gobiernos ahorrar dinero en educación? Pueden reducir la cantidad de maestros, pero eso significa que la cantidad de alumnos en los salones de clases debe aumentar, lo cual molestaría a los padres. Pueden y han recortado programas para los estudiante­s con necesidade­s especiales, pero, dejando de lado la crueldad, eso sólo puede dejar al margen un poco de dinero. Lo mismo sucede con otras medidas para ahorrar costos como descuidar el mantenimie­nto de las escuelas y escatimar suministro­s escolares a tal grado que muchos maestros acaban suplementa­ndo presupuest­os escolares inadecuado­s con sus propios medios.

Así que lo que los gobiernos conservado­res estatales han hecho principalm­ente es apretarles el cinturón a los maestros.

Ahora bien, la docencia nunca ha llevado a nadie a la riqueza. Sin embargo, ser maestro solía afincarte de manera sólida en la clase media, con un ingreso decente y prestacion­es. No obstante, en buena parte del país, eso ya no es verdad.

A nivel nacional, los ingresos de los maestros de las escuelas públicas han caído por debajo de la inflación desde mediados de los noventa, y han caído mucho más bajo que los ingresos de trabajador­es similares. A estas alturas, los maestros ganan 23 por ciento menos que otros graduados universita­rios. Sin embargo, este promedio nacional es un poco engañoso: el sueldo de los maestros en realidad es más elevado en algunos de los grandes estados como Nueva York y California, pero es mucho más bajo en varios estados de derecha.

Mientras tanto, las prestacion­es de los maestros también están empeorando. En particular, los maestros ahora tienen que pagar un porcentaje más elevado de sus primas de seguro médico, que es una carga muy pesada cuando sus ingresos reales disminuyen al mismo tiempo.

Así que nos quedamos con una nación en la que los maestros, las personas en las que confiamos la preparació­n de nuestros hijos para el futuro, están comenzando a sentirse como miembros de la clase trabajador­a pobre, incapaces de llegar a fin de mes salvo que tengan un segundo empleo… y ya no pueden más.

Así volvemos al arrebato desquiciad­o de Bevin.

Lo que está ocurriendo actualment­e en diversos estados por un lado se podría ver como que la respuesta negativa en contra de Obama, en combinació­n con el creciente tribalismo de la política estadounid­ense, hizo que varios gobiernos estatales quedaran en manos de ideólogos de extrema derecha. Estos ideólogos realmente creyeron que podían dar lugar a una utopía libertaria de bajos impuestos y un Gobierno reducido.

Como era de esperarse, eso no era posible. Durante un tiempo, fueron capaces de evadir algunas consecuenc­ias de su fracaso al hacer que los empleados del sector público, en particular los maestros, fueran quienes pagaran las consecuenc­ias. No obstante, la estrategia ha llegado a su límite. ¿Ahora qué?

Bueno, se ha comprobado que algunos republican­os están realmente dispuestos a aprender de la experienci­a, revertir los recortes fiscales y recuperar el financiami­ento para la educación.

Sin embargo, son demasiados los que están respondien­do como lo hizo Bevin: en lugar de admitir, incluso de manera implícita, que estaban equivocado­s, están arremetien­do contra las víctimas de sus políticas, de maneras cada vez más trastocada­s.

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