El Diario de El Paso

No juzgues a los latinos que patrullan la frontera

- Esther J. Cepeda estherjcep­eda@washpost.com

Es visto por algunos como una de las muchas paradojas que encontrará­s en la frontera. Pero si lo piensas bien, tiene sentido que aproximada­mente la mitad de los agentes de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos sean hispanos.

Se trata de un concierto constante del gobierno con beneficios dignos y paga en una ubicación geográfica con muchos hispanos bilingües buscando para ganar un punto de apoyo en la clase media de Estados Unidos.

Desde que el presidente Trump anunció que quiere contratar a 5 mil agentes más de la patrulla fronteriza, los latinos interesado­s en unirse a la agencia han acudido en masa a las academias de ciudadanos patrocinad­as por CBP, reportó The Los Angeles Times la semana pasada.

Durante estas academias, los participan­tes recorren la frontera y participan en demostraci­ones interactiv­as sobre temas tales como seguimient­o, búsqueda y rescate, autodefens­a, tácticas de armas de fuego e inspeccion­es de artículos agrícolas prohibidos.

Un reportero de The Times siguió a un grupo de 11 personas, 10 de las cuales eran latinas, que participab­an en la academia de ciudadanos de la Patrulla Fronteriza del Sector El Centro.

Esto no sorprender­á a nadie que haya viajado a la frontera últimament­e. La última vez que recorrí el paso fronterizo del Puente de las Américas en El Paso, Texas, en 2015, fue difícil encontrar personal de CBP que (BEG ITAL) no fuera (END ITAL) hispano.

Cuando se les pregunta qué piensan sus amigos y familiares sobre su línea de trabajo, la mayoría de los agentes fronterizo­s con los que he hablado a lo largo de los años han reconocido que son hábiles para cambiar el tema o soportar con gracia conversaci­ones incómodas.

Pero los empleados latinos de CBP también expresan un gran orgullo por poder ganarse vida para ellos y su familia. Los agentes casi no siempre notan que el Departamen­to de Seguridad Nacional, que supervisa el CBP, es un gran lugar para construir una carrera profesiona­l, sino que también le dicen que es una de las pocas oportunida­des de empleo que quedan en esta economía que no requiere una licenciatu­ra.

Aquellos de nosotros que nos rebelamos ante las indignidad­es, las injusticia­s y, francament­e, las violacione­s de los derechos humanos que ocurren en la frontera, nos imaginamos que nunca aceptaríam­os un trabajo para un buró gubernamen­tal asociado con un trabajo que ha sido tan destructiv­o para las comunidade­s y familias. Pero un análisis justo revela que muchos de nosotros tenemos muchos privilegio­s que nos permiten ni siquiera tener que considerar esa línea de trabajo.

Muy pocos latinos que buscan carreras en CBP asistieron a la universida­d y tienen suficiente capital social para iniciar una búsqueda de trabajo de cuello blanco.

Incluso menos empleados de CBP son como Francisco Cantú, un ex becario Fulbright, agente de la patrulla fronteriza de cuatro años y autor de “The Line Becomes a River”. Cantú fue atrapado por los manifestan­tes en sus recientes lecturas de libros por ser un “vendido” y aprovechar­se de contar las historias trágicas que presenció y tomó parte en el trabajo.

Cantú dejó el CBP para recuperars­e de la tensión mental y emocional de vigilar la frontera y se refugió en completar su maestría en Bellas Artes en Escritura de No Ficción. Ciertament­e no es el chico del cartel para el tipo de gente de clase trabajador­a que normalment­e recurren a empleos federales para convertirs­e en los primeros en su familia en tener una casa o ayudar a financiar la universida­d por primera vez en su familia para intentar un título.

Para Cantú, un mexicano-estadounid­ense de tercera generación, ser acusado de obtener renombre a costa del dolor de aquellos que estaba vigilando en la frontera es segurament­e desagradab­le. Pero ser una figura literaria altamente educada, y ahora ganadora de premios, sin duda hace más dolorosos los piquetes.

Un conocido mío trabaja para CBP a pesar de la mala reputación y las preguntas ocasionale­s sobre sus lealtades étnicas, para tener un hogar cómodo y enviar a sus hijos a la universida­d, para que su esposa pueda darse el lujo de ser maestra de escuela pública.

Al final, los latinos –como siempre lo hacen– pasan por las penosas afliccione­s personales que se requieren para triunfar en este país, dando crédito al estereotip­o de que tomarán cualquier trabajo para rascar una vida mejor para ellos mismos y sus familias.

Es fácil criticar tales decisiones, algunas personas piensan que hay un lugar especial en el infierno para los latinos que forman parte del complejo de militariza­ción fronteriza del gobierno estadounid­ense, pero esto también es de alguna manera un privilegio y merece un poco de empatía.

Los latinos no deberían aumentar la enemistad con sus hermanos oficiales en la frontera hasta que hayan caminado con sus zapatos polvorient­os, no muy variados.

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