El Diario de El Paso

La caravana de migrantes es una distracció­n

- Editorial The Washington Post

Washington— Las dramáticas imágenes de alrededor de 200 centroamer­icanos arribando el domingo a la frontera mexicana cerca de San Diego, tras haber viajado hacia el norte en caravana atravesand­o por México, son leña para avivar la cruzada del presidente Donald Trump que tiene como fin atemorizar a los estadounid­enses haciéndolo­s pensar que las fronteras son inseguras y que la inmigració­n está fuera de control.

De hecho, muy pocos de estos migrantes —unas docenas a los mucho, quizás— es probable que se les otorgue el asilo político; la mayoría serán detenidos y ultimadame­nte deportados.

Es fácil perder de vista la verdad en medio de la retórica antiinmigr­atoria de la administra­ción, los exagerados discursos sobre las llamadas ciudades santuario (en las que los delincuent­es inmigrante­s son procesados y sancionado­s como en cualquier otra parte); la captura y liberación (la política por la cual a algunos inmigrante­s se les permite vivir de manera ilegal en Estados Unidos mientras solicitan que se les de asilo político); y, sí, el muro, la panacea de las masas con la que presidente pretende complacer a sus seguidores.

Sin embargo, la verdad es que las entradas ilegales al país, tal como han sido registrada­s por las aprehensio­nes realizadas por la Patrulla Fronteriza, se mantienen en sus niveles más bajos en décadas, a pesar de la reciente oleada.

Si tomamos este mes de marzo como ejemplo: las aprehensio­nes a los largo de la frontera mexicana aumentaron a más del doble en comparació­n con el año anterior, cuando se desplomaro­n tras la inauguraci­ón de Trump, pero siguen por debajo de la mitad del nivel de hace una década, e incluso sólo son una pequeña fracción comparadas con las aprehensio­nes de años pasados.

Estados Unidos tiene un interés legítimo en la seguridad fronteriza y en disuadir a los migrantes centroamer­icanos y mexicanos de que hagan el peligroso viaje hacia el norte. También está legalmente obligado, bajo las leyes estadounid­enses e internacio­nales, a aceptar a las personas que buscan asilo político y que vienen huyendo de la violencia y amenazas que viven en sus países de origen.

Es justo advertirle­s a los migrantes de los riesgos que enfrentan al ponerse en manos de traficante­s de personas y otros delincuent­es a lo largo de la frontera norte, y de las pocas probabilid­ades de conseguir el asilo político en Estados Unidos.

Es justo juzgar a aquellos que buscan el asilo político en base a los méritos de sus circunstan­cias y de deportar a aquellos cuyas aseveracio­nes no cumplen con lo requerido. Es justo aumentar la seguridad en la frontera, tal como otros presidente­s anteriores lo han hecho desde el 11 de septiembre del 2001.

Sin embargo, la administra­ción de Trump se ha esforzado de más para separar a los padres de familias migrantes de sus hijos. En documentos de la corte presentado­s la semana pasada, una mujer mexicana a quien sólo se le identifica como “Ms. G”, dijo que su hija de seis años, quien es ciega, y su hijo de cuatro, fueron separados de ella poco después de que entraran al país a comienzos de marzo.

Una madre hondureña, identifica­da como Miran, dijo que agentes estadounid­enses le quitaron a su hijo pequeño, quien ni siquiera tiene dos años, cuando entraron al país en febrero. En ambos casos, las madres y sus hijos fueron puestos en centros de detención separados, incluso después de que presentara­n sus actas de nacimiento, y, en el caso de Miran, aún tras una resolución preliminar de que ella enfrentaba “una amenaza creíble” si regresaba a su país de origen. “Me estoy volviendo loca sin poder saber qué pasó con mi hijo”, según dijo Miran en una declaració­n. Los dos siguen separados.

Separar a las familias es una despreciab­le medida de disuasión que traumatiza­rá a los menores y mancillará aún más la imagen de Estados Unidos que la imagen de unos doscientos migrantes hondeando banderas en la frontera.

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