El Diario de El Paso

¿Qué pasa en Europa?

- • Paul Krugman

Nueva York – Si tuvieran que identifica­r un lugar y un momento en los que el sueño humanitari­o —la visión de una sociedad que ofrece una vida decente a todos sus miembros— estuvo a punto de ser realidad, ese lugar y momento segurament­e estarían en Europa Occidental en las seis décadas posteriore­s a la Segunda Guerra Mundial. Fue uno de los milagros de la historia: un continente devastado por la dictadura, el genocidio y la guerra que se transformó en un modelo de democracia y prosperida­d compartida de manera generaliza­da.

De hecho, para los primeros años de este siglo, los europeos estaban mejor que los estadounid­enses en muchos sentidos. A diferencia de estos últimos, tenían servicios médicos garantizad­os, que traían consigo mejores expectativ­as de vida; sus tasas de pobreza fueron mucho más bajas; de hecho, sus posibilida­des de tener empleos remunerado­s durante sus años más productivo­s eran mayores.

Sin embargo, ahora Europa está en graves problemas. Estados Unidos también, por supuesto. A pesar de que la democracia está bajo asedio en ambos lados del Atlántico, si el colapso de la libertad llega, sucederá primero en Estados Unidos. No obstante, vale la pena darse un respiro de la pesadilla trumpiana para ver los males de Europa, algunos de los cuales, aunque no todos, son paralelos a los estadounid­enses.

Muchos de los problemas de Europa provienen de la decisión desastrosa tomada hace una generación de adoptar una moneda única. La creación del euro condujo a una ola temporal de euforia, con vastas cantidades de dinero que fluyeron a naciones como España y Grecia; después, la burbuja reventó. Mientras países como Islandia, que conservaro­n su propia moneda, pudieron recuperar competitiv­idad al devaluarla, las naciones de la eurozona se vieron obligadas a entrar en una depresión extendida, con un desempleo extremadam­ente elevado, mientras luchaban para reducir sus costos.

Esta depresión empeoró debido al consenso de una élite respecto de que la raíz de los problemas de Europa no eran los costos desalinead­os sino el derroche fiscal, a pesar de las evidencias, y de que la solución era una austeridad draconiana que empeoró todavía más dicha depresión.

Algunas de las víctimas de la crisis del euro, como España, por fin lograron recuperar la competitiv­idad. Sin embargo, otras no lo han hecho. Grecia sigue siendo una zona de desastre, e Italia, una de las tres grandes economías restantes en la Unión Europea, ahora ha sufrido dos décadas perdidas: el PIB per cápita no es mayor de lo que era en el año 2000.

Así que en realidad no sorprende que, en las elecciones de Italia en marzo, los grandes ganadores fueron los partidos que se oponen a la Unión Europea: el populista Movimiento 5 Estrellas y el ultraderec­hista la Liga. De hecho, la sorpresa es que no haya ocurrido antes.

Esos partidos ahora se proponen formar un gobierno. Aunque las políticas de ese gobierno no son del todo claras, con seguridad incluyen una ruptura con el resto de Europa en múltiples frentes: la revocación de la austeridad fiscal que bien puede acabar con la salida del euro, junto con la mano dura en materia de inmigrante­s y los refugiados.

Nadie sabe cómo terminará esto, pero los acontecimi­entos en otras partes de Europa ofrecen algunos precedente­s alarmantes. Hungría se ha convertido de hecho en una autocracia de un solo partido, gobernada por una ideología etnonacion­alista. Polonia parece ir exactament­e por el mismo camino.

Entonces, ¿qué pasó con el “proyecto europeo”: la larga marcha hacia la paz, la democracia y la prosperida­d, apuntalada por la integració­n económica y política cada vez más estrecha? Como apunté antes, el enorme error del euro tuvo un peso enorme. Sin embargo, Polonia, que nunca se unió al euro, sorteó la crisis económica bastante ilesa; a pesar de ello, ahí la democracia también está colapsando.

No obstante, sugeriría que hay una historia más profunda detrás de todo esto. Siempre ha habido fuerzas oscuras en Europa (como las hay en Estados Unidos). Cuando cayó el Muro de Berlín, un politólogo que conozco bromeó: “Ahora que Europa del Este está libre de la ideología extranjera del comunismo, puede regresar a su verdadero camino: el fascismo”. Ambos sabíamos que tenía algo de razón.

Lo que mantuvo a estas fuerzas oscuras a raya fue el prestigio de una élite europea comprometi­da con los valores democrátic­os. No obstante, despilfarr­aron ese prestigio con malos manejos y el daño estuvo compuesto por una indisposic­ión a enfrentar lo que ocurría. El gobierno de Hungría le ha dado la espalda a todo lo que Europa representa, pero todavía obtiene ayuda a gran escala de Bruselas.

Ahí, me parece, es donde veo un paralelo con los acontecimi­entos en Estados Unidos.

Es cierto, en Estados Unidos no sufrimos un desastre al estilo del euro (sí, tenemos una moneda para todo el continente, pero contamos con las institucio­nes fiscales y bancarias federaliza­das que hacen que esa moneda funcione). Sin embargo, el mal juicio de nuestras élites “centristas” ha competido con el de sus contrapart­es europeas. Recuerden que en 2010-11, cuando Estados Unidos todavía padecía un desempleo masivo, la mayoría de la “gente muy seria” de Washington estaba obsesionad­a con... la reforma de los subsidios.

Mientras tanto, los centristas estadounid­enses, junto con buena parte de los medios noticiosos, pasaron años negando la radicaliza­ción del Partido Republican­o, empeñándos­e en una equivalenc­ia falsa casi patológica y ahora Estados Unidos se encuentra gobernado por un partido con tan poco respeto por las normas democrátic­as o el Estado de derecho como la Hungría de Fidesz. El punto es que lo que está mal en Europa es, en el fondo, lo mismo que está mal en Estados Unidos. Y, en ambos casos, el camino a la redención será extremadam­ente difícil.

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