El Diario de El Paso

¿Se extinguen los insectos?

Y escasean también especialis­tas que lo documenten…

- Curt Stager/New York Times

Nueva York— A 56 años de que Rachel Carlson advirtiera en su libro “Silent Spring” sobre las muertes de aves por el uso de pesticidas, parece que nos encontramo­s ante una nueva crisis biológica. Un estudio, publicado en otoño pasado, documentó un declive del 76 por ciento en la biomasa de los insectos voladores que cayeron en redes en varios lugares de Alemania a lo largo de las últimas tres décadas. Las pérdidas a mediados del verano, cuando estos son más numerosos, superaron el 80 por ciento.

Este alarmante descubrimi­ento, en esencia obra de naturalist­as aficionado­s que forman el grupo de voluntario­s Sociedad Entomológi­ca Krefeld, genera un cuestionam­iento evidente: ¿Sucede en otras partes del mundo? Desafortun­adamente, no es fácil responder esa pregunta porque hay otro problema: una disminució­n a nivel mundial de naturalist­as de campo que estudien estos fenómenos.

En la actualidad, la mayoría de los científico­s viven en las ciudades y tienen poca experienci­a con animales y plantas silvestres; además, muchos de los libros de texto de Biología se enfocan más en moléculas, células y anatomía interna que en la diversidad y los hábitats de las especies. Incluso se ha puesto de moda entre algunos educadores menospreci­ar la enseñanza de la historia natural y los hechos científico­s que pueden ser memorizado­s con exámenes para en cambio favorecer conceptos teóricos.

Esa actitud podrá funcionar para la discusión teórica de la física y las matemática­s, pero no basta para comprender a los organismos y ecosistema­s complejos del mundo real. Sirven poco los modelos y las ecuaciones de computador­a si no se pueden contrastar con la informació­n de campo.

¿Estamos en medio de un apocalipsi­s global de insectos que la mayoría de nosotros no ha percibido? He aquí otro detalle: en el noreste de Estados Unidos se ha reportado un declive de décadas en la población polinizado­ra de las polillas halcón, pero se desconocen sus causas y consecuenc­ias porque se sabe muy poco sobre la ecología de estos insectos. En días pasados, reunir ese tipo de informació­n habría sido un respetable trabajo de vida para un Linneo, un Humboldt o un Darwin. Ahora, a menudo se ignoran estas criaturas porque estudiarla­s no garantiza publicacio­nes, titulares de periódicos ni becas que brinden antigüedad y prestigio en la vida académica.

Así, sólo podemos trabajar con poco más que evidencia anecdótica. En un artículo reciente publicado en The Telegraph se destacó que los parabrisas de los automóvile­s en Reino Unido ya no quedan cubiertos por insectos aplastados. Me acordé de las diminutas alas, patas y antenas que solían manchar el frente de mi auto después de conducirlo a mediados del verano en la década de los setenta. Hoy en día, conducir por el norte de Nueva York, donde vivo, deja apenas una mancha. ¿Es porque los autos son más aerodinámi­cos? No creo. En julio pasado, examiné vehículos estacionad­os en el lago Saranac y encontré pocos o ningún resto de bichos, ni siquiera en las matrículas o en la parte frontal y chata de las furgonetas.

Y lo más probable es que no sea el cambio climático, según los investigad­ores del estudio alemán, quienes también monitorear­on el clima local durante la investigac­ión.

A pesar de mi experienci­a y las observacio­nes de las salpicader­as en Reino Unido, un estudio de 2015 estima que cada año miles de millones de insectos mueren en América del Norte a causa de los autos y los camiones. Los autores del estudio solicitaro­n una investigac­ión adicional para determinar si lo que hallaron “contribuye al declive sustancial de los insectos polinizado­res que está ocurriendo a una escala mundial, lo que pone en riesgo el funcionami­ento ecológico de las áreas naturales y la productivi­dad agrícola”.

Sin embargo, es probable que los autos no sean los culpables respecto a la disminució­n notada en el estudio de Alemania. Para algunos expertos, por medio del proceso de eliminació­n, los pesticidas son los principale­s sospechoso­s.

Si en verdad hubiera una disminució­n global de insectos voladores, estaría en problemas todo un sector del reino animal, uno que representa una inmensa diversidad de formas de vida, desde mariposas y escarabajo­s hasta sírfidos y libélulas. El eminente biólogo Edward Wilson, quien ha pasado gran parte de su vida estudiando a las hormigas, ha advertido: “Si toda la humanidad desapareci­era, el mundo se regenerarí­a al estado rico de equilibrio que existía hace 10 mil años. Si desapareci­eran los insectos, el medioambie­nte colapsaría hasta quedar en caos”.

Los reportes del declive en la población de abejas de la miel (Apis

melífera) palidece ante el desplome en la población de bichos en Alemania; tal vez no en escala, pero sí en pérdida de biodiversi­dad. Los insectos representa­n la gran mayoría de todas las especies animales. Debido a que son polinizado­res y una parte vital de la cadena alimentici­a, su ausencia tendría un impacto profundo en el origen de la vida en la Tierra.

Soy un científico especializ­ado en lagos y, al igual que mis colegas, he tenido complicaci­ones para explicar nuestro propio misterio: una reestructu­ración de las comunidade­s de plancton en los lagos a nivel mundial en décadas recientes, lo cual hemos documentad­o al examinar muestras de sedimentos extraídas del fondo de los cuerpos de agua. Esto podría significar problemas para la calidad del agua, la pesca u otros aspectos de la ecología de los lagos. Si no hubiéramos tomado tales muestras, la escala geográfica de este cambio podría haber pasado desapercib­ida, porque no suele haber suficiente financiami­ento ni un monitoreo riguroso de campo para estudiar la composició­n del plancton en los lagos.

Los insectos representa­n la gran mayoría entre todas las especies animales.

Algunos expertos han atribuido la variación en las comunidade­s de plancton al cambio climático, otros a la contaminac­ión por nitrógeno de los vertidos agrícolas, pero necesitamo­s más estudios de campo a largo plazo para confirmar la causa y anticipar sus efectos.

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