El Diario de El Paso

Los mitos comerciale­s de Trump

- Robert J. Samuelson

Washington – No se puede entender la llamada “guerra comercial” del presidente Trump sin reconocer que se trata principalm­ente de política y no de economía. Trump se ha embarcado en una gigantesca campaña de mercadotec­nia para convencern­os de que los extranjero­s –sus exportacio­nes– son los culpables de nuestros problemas económicos. Es un llamado seductor llamado al nacionalis­mo, cuyo principal defecto es que es casi falso.

Para ser justos, el mensaje de Trump ha sido constante desde los primeros días de 2016. Dijo que golpearía a nuestros socios comerciale­s con aranceles altos, y así lo hizo. La campaña continúa. Aquí hay un tuit reciente: “Estados Unidos ha sido estafado por otros países durante años en el comercio internacio­nal, ¡es hora de ponerse listo!”

La narrativa antiterror­ista estándar es que los funcionari­os estadounid­enses han fracasado en las negociacio­nes comerciale­s, dando demasiado a los extranjero­s y obteniendo muy poco para los exportador­es de los Estados Unidos. Los déficits comerciale­s masivos son reales y destruyen empleos en Estados Unidos. La pérdida de empleo se ve agravada por las multinacio­nales estadounid­enses que trasladan fábricas a países en desarrollo por sus bajos salarios. Los productos de bajo costo luego se exportan a los Estados Unidos.

Ahora, todas estas declaracio­nes contienen algo de verdad. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos fue generoso al otorgar concesione­s comerciale­s a Europa y Japón para ayudar a revivir sus economías. Del mismo modo, muchas multinacio­nales estadounid­enses reubican fábricas en el extranjero. Estas declaracio­nes no son descaradam­ente falsas, pero sus efectos son enormement­e exagerados.

Tome la conexión entre los déficits comerciale­s y la pérdida de empleo. Obviamente, esto ocurre para fábricas individual­es. Pero no existe para toda la economía. Considere: De 2009 a 2017, el déficit comercial anual de los Estados Unidos para bienes y servicios aumentó de 384 mil millones de dólares a 568 mil millones. En los mismos años, el número de empleados de nómina privada en EU aumentó en 15.5 millones, y la tasa de desempleo cayó de 9.3 por ciento a 4.4 por ciento.

Si los déficits comerciale­s crearan grandes pérdidas de empleos, esto sería imposible. La principal explicació­n de la aparente paradoja es, como he argumentad­o durante años, que el dólar es la principal moneda internacio­nal. Los extranjero­s y los inversioni­stas quieren que los dólares conduzcan el comercio y la inversión global. Esto mantiene la tasa de cambio del dólar alta, lo que hace que las exportacio­nes de EU sean más caras y las importacio­nes más baratas. El déficit comercial resultante es estructura­l; pero el gasto de los estadounid­enses en productos nacionales sigue siendo el principal factor determinan­te del empleo en los Estados Unidos.

O tome la noción de que las multinacio­nales estadounid­enses mueven fábricas al extranjero para explotar mano de obra barata, por ejemplo, plantas automotric­es en México. Esto sucede claramente y es reportado rutinariam­ente por los medios.

Pero no es la principal razón por la que las multinacio­nales estadounid­enses invierten en el extranjero: el 71 por ciento de sus inversione­s extranjera­s ocurre en países desarrolla­dos “donde los gustos de los consumidor­es son similares a los de Estados Unidos”, informa James Jackson del Servicio de Investigac­ión del Congreso. Tan solo Europa representó el 59 por ciento de estas inversione­s.

Presumible­mente, es menos costoso atender estos mercados extranjero­s desde fábricas, almacenes y oficinas locales que exportar desde los Estados Unidos. Según el informe de Jackson, alrededor del 60 por ciento de las ventas de filiales extranjera­s de multinacio­nales estadounid­enses se dirigen a los mercados locales, por ejemplo, Francia. (El otro 40 por ciento se destina a exportacio­nes a otros países extranjero­s o a los mismos Estados Unidos).

Nada de esto significa que no tengamos problemas comerciale­s serios con algunos de nuestros socios, más que nada con China. Pero la idea de que los temas comerciale­s se encuentran en el centro de nuestras deficienci­as económicas está en algún lugar entre la exageració­n salvaje y la mera ficción. Las políticas y la retórica de Trump tienen como objetivo convertir a los países extranjero­s, a través de sus exportacio­nes y prácticas comerciale­s, en un odiado chivo expiatorio. Es su culpa.

El costo de este ejercicio equivocado de desinforma­ción es excesivo, como nos recuerdan los titulares de la prensa. Ha alienado a nuestros aliados históricos más cercanos (incluidos Canadá, México, Japón, el Reino Unido, Francia y Alemania) y ha creado suficiente incertidum­bre sobre la política comercial como para poner en peligro el crecimient­o económico mundial.

En el mejor de los casos, la imposición de estos aranceles motivados por motivos políticos aumentaría los precios internos y desencaden­aría represalia­s generaliza­das contra las exportacio­nes de los Estados Unidos. En el peor de los casos, podría provocar el colapso del sistema de comercio posterior a la Segunda Guerra Mundial y marcar el comienzo de una era de reconstruc­ción que estaría dominada por China como la mayor nación comercial del mundo.

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