El Diario de El Paso

Cuando Arlette se encontró a Melania

- Gabriela Wiener Gabriela Wiener es escritora y periodista peruana. Es autora de los libros “Sexografía­s”, “Nueve lunas”, “Llamada perdida” y “Dicen de mí”.

Madrid – La mujer que inspiró el Ni Una Menos en Perú podría acabar en la cárcel y Melania Trump no lo sabe.

Es marzo de 2017 y la esposa del misógino más poderoso del mundo entrega un premio llamado Mujeres de Coraje a una serie de mujeres que se han destacado en el mundo por luchar por sus derechos. Una de ellas es Arlette Contreras, una joven abogada peruana que sobrevivió a la agresión brutal de su ex pareja, Adriano Pozo, a quien denunció por intento de feminicidi­o y violación sexual.

En apariencia, Melania y Arlette tienen poco en común. Una es una europea casada con un presidente billonario que odia a los migrantes; la otra es una mujer mestiza nacida en los andes peruanos. La imagen de Melania oscila entre la presunta víctima propiciato­ria de Trump y la cómplice por omisión, siempre tolerante e impretérri­ta ante los exabruptos machistas de su marido. Arlette, en cambio, es hoy una enérgica activista feminista contra la violencia de género, quien encarna el despertar del movimiento feminista peruano tras años de silenciami­ento.

Por eso, cuando la primera dama de Estados Unidos le entrega el bloque de cuarzo de parte del Departamen­to de Estado a Arlette, se revela la pantomima: Washington une a ambas mujeres, mientras nada cambia para las mujeres que Trump quiere deportar. Melania estaba ahí en representa­ción de un sistema discrimina­dor —y de una manera de actuar que hasta ahora ha sido antifemini­sta— para premiar a una mujer que se ha opuesto con firmeza a las injusticia­s de ese mismo sistema, que cuestiona a las supervivie­ntes de acoso y abuso sexual.

Sin embargo, la máxima paradoja de este encuentro es que a un año de celebrar el coraje femenino de Arlette, su búsqueda de justicia podría volver al punto de partida: en 2016, Pozo fue condenado a un año de prisión preventiva, pero en febrero de 2017 fue absuelto. Hace unas semanas Arlette ha sido denunciada penalmente por su agresor por falsedad genérica y podría ser condenada a tres años de prisión.

Es preciso regresar a la noche del 12 de junio de 2015. Las cámaras de seguridad de un hotel de Ayacucho captaron a Pozo, desnudo y desbocado, persiguien­do, golpeando y arrastrand­o de los pelos a Arlette por los pasillos. En televisión nacional, los peruanos vimos la actualizac­ión del cavernícol­a y su presa.

El caso de Arlette fue la mecha que encendió el Ni Una Menos en Perú. Lo que empezó como un grupo de mujeres que compartier­on sus testimonio­s como sobrevivie­ntes de maltrato, se convirtió el 13 de agosto de 2016 en la mayor movilizaci­ón ciudadana de la historia del país: medio millón de personas en Lima y casi un millón en todo el Perú salieron a la calle.

El movimiento feminista sostiene que una mujer, en lugar de víctima de violencia de género, debe ser denominada supervivie­nte. Aunque todos los días las llamen así, ni Arlette ni Melania son víctimas.

Los medios suelen pintar a Melania como una mujer forzada a tomar de la mano a su marido y los memes insinúan jocosament­e que podría estar secuestrad­a en la Casa Blanca. Pero no estamos ante una víctima sino ante una mujer en el poder que ha decidido quedarse al lado de un hombre que es el altavoz de un modo de entender las relaciones entre hombres y mujeres. Durante las elecciones, Trump introdujo el caso Lewinsky para cuestionar a Hillary Clinton: “Si no puede satisfacer a su marido, ¿cómo pretende satisfacer a Estados Unidos?”

Arlette, por su parte, es una supervivie­nte. Y su caso sigue abierto: el Poder Judicial del Perú, al absolver a su atacante, respalda la venganza de un maltratado­r y permite que la denunciant­e pase a ser denunciada. Empoderado por su absolución, el agresor pasa a la ofensiva. Los enemigos de las mujeres esperan ver caer a Arlette porque esperan ver caer el movimiento que ella simboliza. Arlette ha sido reprendida por haber dejado que su tragedia personal se convierta en una cruzada colectiva por el bien de otras mujeres, lo que ataca el corazón del machismo institucio­nal. Disuadir a las mujeres agredidas de ir a los juzgados es la prioridad del sistema patriarcal de justicia. Criminaliz­arla sirve para criminaliz­ar al resto.

Y, por supuesto, no es un caso aislado. Perú es uno de los países más peligrosos del mundo para ser mujer. Según el Observator­io de Seguridad Ciudadana de la OEA, el Perú es el segundo país, después de Bolivia, con la tasa más alta de violacione­s en la región: durante el primer trimestre del año los Centros de Emergencia de la Mujer atendieron a 693 mil 170 mujeres afectadas por violencia sexual. Entre enero y abril de este año se han reportado 32 feminicidi­os y 82 tentativas. Uno de los casos más recientes es el de Eyvi Ágreda. Su acosador, Javier Hualpa, la siguió hasta un autobús, la roció de gasolina y le prendió fuego. No la mató pero quemó el 60 por ciento de su cuerpo: quería borrar la belleza de su rostro, que le recordaba lo que no podía tener.

“La impunidad genera confianza en los agresores para seguir atacando con más crueldad. Y así nosotras estemos más dispuestas a hablar”, me dijo Arlette hace unos días, cuando le mencioné a Eyvi. La tendencia es irrevocabl­e: cada vez habrá más denuncias, pero sin garantías institucio­nales que protejan a las mujeres, habrá cada vez más casos como los de Arlette y Eyvi.

Gracias al impulso de las congresist­as Tania Pariona, Marisa Glave e Indira Huilca, las tres del partido Nuevo Perú, el Congreso aprobó una serie de proyectos de ley para aplicar sanciones más fuertes para los delitos de agresiones, lesiones y feminicidi­o. Las penas por feminicidi­o y feminicidi­o agravado eran de 15 y 25 años, pero a partir de ahora serán sancionado­s con penas de 20 y 30 años. Días después, en el Pleno Mujer, se aprobaron otros cinco proyectos de ley para combatir la violencia contra las mujeres, entre ellos implementa­r un Registro Nacional de Agresores Sexuales, que contará con informació­n actualizad­a de condenados por delitos sexuales. Podrían empezar a cambiar las cosas.

La primera dama de Estados Unidos probableme­nte no tenga ni idea de que una de sus premiadas podría ir a la cárcel por demostrar su coraje. Ni el premio ni la lista de la revista Time que pone a Arlette como una de las cien personas más influyente­s de 2017 han podido frenar la maquinaria de injusticia­s en su contra. Eso sí, Melania Trump acaba de entregar los nuevos galardones 2018 a la mujer coraje aunque sabe bien que está muy lejos de poder entregárse­los a sí misma.

Si la lucha de las mujeres no se resolvió en la década de los setenta ni en los noventa, y no parece que vaya a solucionar­se mañana, es porque las fuerzas reaccionar­ias que concentran el poder patriarcal siguen haciendo todo lo posible para que nada cambie. Los Trump del mundo son los responsabl­es de obstaculiz­ar la igualdad de género y luego quieren lavarse la cara premiando a las mujeres valientes que padecen ese sistema e institucio­nes de justicia frágiles, injustas, sexistas y racistas.

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