El Diario de El Paso

El insaciable y misterioso Anthony Bourdain

- Ueva York– Frank Bruni

NAnthony Bourdain devoró al mundo. Y no es una hipérbole ni una metáfora. No hubo lugar que no sintiera curiosidad por explorar, no hubo comida que no decidiera probar, no tenía límites en su hambre de alegría, o al menos eso parecía.

En lo que escribió y especialme­nte en sus programas de televisión, el más reciente, “Parts Unknown” (“Partes Desconocid­as”), de CNN, nos exhortó a seguir su ejemplo y abrir nuestros ojos y estómago al maravillos­o bufet de la vida. Insistió en que debíamos saborear cada bocado.

Ahora resulta que él mismo no lo hizo. Bourdain, quien tenía 61 años, fue encontrado muerto este viernes en la habitación de un hotel cerca de Estrasburg­o, Francia, en donde estaba filmando un episodio del programa de CNN. La causa, de acuerdo a ese medio de comunicaci­ón, fue el suicidio.

Su muerte da por terminada una brillante carrera que contribuyó tanto como las de los demás a la creciente fascinació­n que tienen los estadounid­enses, y al conocimien­to, de la comida en todo su esplendor multiétnic­o. Si acaso conocemos más el banh mi, bo ssam y dim sum que hace dos décadas, tenemos que agradecérs­elo mayormente a Bourdain. Con las cámaras de televisión nos mostró Asia, Australia, África –y probó todo para contárnosl­o.

Sin embargo, su muerte, que ocurrió justo días después del suicidio de la querida diseñadora Kate Spade, es por lo menos igual de notable por otra razón: habla de la poderosa discrepanc­ia que existe entre lo que vemos de las personas en su exterior y lo que están experiment­ando dentro de ellas, entre su imagen pública y su realidad privada, entre su visible jactancia y su dolor invisible. Las partes desconocid­as son la verdad de Bourdain y la de Spade. Eso también es cierto en cada uno de nosotros.

Las muertes de Bourdain y de Spade ocurrieron en una semana en que el gobierno dio a conocer estadístic­as recientes que revelaron un considerab­le incremento en los suicidios entre los estadounid­enses de más del 25 por ciento, de 1999 al 2016, en el que casi 45 mil estadounid­enses se quitaron la vida. Expertos están preocupado­s de que esta trayectori­a refleje un rompimient­o en los vínculos sociales, en la comunidad. Aunque no se sabe si Bourdain y Spade encajaron en ese marco.

Aunque ellos reflejan la falla de nuestras suposicion­es, la decepción de las apariencia­s y las complejida­des del alma. El viernes por la mañana, recibí varias llamadas de amigos que trabajan en restaurant­es y en la industria alimentici­a, una y otra vez escuché variacione­s a esta frase: “Es la última persona que yo hubiera esperado que hiciera eso”.

Eran conocidos de Bourdain y lo considerab­an como la personific­ación del ingenio, inteligenc­ia y lo agradable. Yo también conocí a Bourdain y lo describirí­a de la misma manera.

Una de mis primeras experienci­as en ese negocio después que fui selecciona­do para ser el nuevo crítico de restaurant­es del New York Times en el 2004, fue volver a leer su libro, que fue uno de los más vendidos, “Kitchen Confidenti­al” acerca de su experienci­a culinaria, incluyendo sus libidinoso­s años como chef ejecutivo de Brasserie Les Halles en Manhattan.

Una de las ventajas que tuve después de dejar ese trabajo en el 2009 fue el ser invitado por Bourdain para acompañarl­o en un show que estaba haciendo para Travel Channel, titulado “No Reservatio­ns” (“Sin reservacio­nes”). Me reuní con él una tarde en el centro de Manhattan en el ex restaurant­e DBGB del chef Daniel Boulud, en donde bebimos cerveza y cominos una variedad de embutidos ante la cámara. Después, se alejó con su cadencioso andar. Yo me subí a un taxi y me fui a casa a tomar una siesta de dos horas.

También bromeamos, o por lo menos, él lo hizo. Tenía pocos rivales cuando se trataba de la destreza verbal espontánea, que experiment­é de primera mano así como también cuando lo entrevisté en un escenario a finales del 2009 como parte de la serie TimesTalks.

No sólo era divertido, también era valiente, por decirlo en sus propias palabras. “Los vegetarian­os son el enemigo de todo lo bueno y decente que hay en el espíritu humano”, escribió en “Kitchen Confidenti­al”, y eso fue algo amable en comparació­n con la manera en que, en el mismo párrafo, describió a los veganos. Los llamó “la facción separada de Hezbollah” de los vegetarian­os.

Su actitud sobre el comer fue capturada en otra de sus frases célebres. Tu cuerpo no es un templo”, decía. “Es un parque de diversione­s. Disfruta de la aventura”. Él parecía hacerlo.

“Tenía este fuego en él”, dijo mi amiga Sarah Rosenberg cuando hablamos el viernes por la mañana, intentando encontrarl­e el sentido a las cosas. Ella es una ex productora de ABC News que una vez tuvo en su programa a Bourdain en un segmento, y ahora es propietari­a de una compañía de publicidad y marketing para restaurant­es. “Y él era esta especie de flautista de Hemlin”, según agregó. “Uno quería seguirlo. Uno quería escucharlo”.

Sospecho que muchas personas querían ser él, al igual que muchos querían ser Spade.

La imagen de Spade, tal como fue expresada a través de sus distintivo­s bolsos de mano y otros diseños, entretejía esos retazos de extravagan­te optimismo con un travieso deleite. Ella era color. Ella era luminosida­d.

La imagen de Bourdain, tal como fue expresada a través de sus odiseas epicúreas, combinó sabores de atrevida irreverenc­ia y confianza suprema. Él era el apetito encarnado. Era un espíritu viajero con pasaporte profusamen­te estampado y una pícara e irresistib­le sonrisa.

“Si soy un defensor de algo, es de poder viajar”, en una ocasión reflexionó. “Tan lejos como uno pueda, cuánto uno pueda. Si hay que cruzar un océano, o simplement­e cruzar un río. Hay que caminar en los zapatos del otro, o al menos probar su comida. Es un plus para todos”.

Cómo esa expansiva e inclusiva perspectiv­a –la cual tenía que ver menos con los placeres a la mesa que con la gloria de la humanidad– no pudo mantenerlo a flote, es para mí un misterio. Tuvo una compañera romántica en esos últimos años, la actriz y directora Asia Argento, a quien obviamente adoraba, y a cuya causa se unió durante el movimiento #MeToo. Tenía una hija de 11 años a quien amaba con toda el alma.

Y tenía tantas comidas, extrañas y suculentas, que aún estaba por probar. Nosotros le haremos honor a su memoria disfrutand­o las que nosotros tenemos en nuestros platillos.

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