El Diario de El Paso

La debacle en Quebec

- Paul Krugman

Nueva York –A pesar de toda su fastuosida­d, la mayoría de las cumbres multilater­ales son aburridas y tienen pocas consecuenc­ias. Una vez hablé con un funcionari­o del Departamen­to de Estado cuyo trabajo era organizar estas reuniones; describió su labor como “vigilar los matices”, lo cual les da una idea de lo mucho que por lo general está en juego.

Sin embargo, en ocasiones, dichas reuniones tienen consecuenc­ias reales, buenas o malas. La cumbre del G20 de 2009, en la cual las naciones acordaron otorgar estímulos económicos y préstamos a los países en problemas frente a la crisis financiera, ayudó al menos en parte al mundo a evitar que se repitieran los años treinta. La cumbre de 2010, en cambio, respaldó de manera efectiva un retorno a la austeridad que retrasó de manera importante la recuperaci­ón y, se puede decir, hasta cierto punto preparó el terreno para el auge del extremismo político.

Aun así, nunca había habido un desastre como la reunión del G7 que acaba de llevarse a cabo. Podría anunciar el comienzo de una guerra comercial, quizá incluso el colapso de la alianza de Occidente. Como mínimo, dañará la reputación de Estados Unidos de ser un aliado confiable durante las décadas futuras; incluso si el presidente Donald Trump acaba por salir de la escena en desgracia, el hecho de que alguien como él pudiera llegar al poder en primer lugar siempre será algo en lo que todos piensen.

¿Qué salió mal en Quebec? Ya estoy viendo encabezado­s en el sentido de que Trump adoptó una postura beligerant­e de “Estados Unidos primero”, exigiendo a nuestros aliados enormes concesione­s, lo cual habría sido malo. Pero la realidad fue mucho peor.

No puso a Estados Unidos primero. “Rusia primero” sería una mejor descripció­n. No exigió cambios drásticos en las políticas de nuestros aliados; exigió que dejaran de hacer cosas malas que no están haciendo. Esta no fue una postura firme a favor de los intereses estadounid­enses, fue una declaració­n de ignorancia e insensatez sobre las políticas.

Trump comenzó con un llamado para la readmisión de Rusia en el grupo, lo cual no tiene ningún sentido. La verdad es que Rusia, cuyo producto interno bruto es casi del mismo tamaño que el de España y bastante más pequeño que el de Brasil, siempre fue un colado en lo que debía ser un grupo de economías importante­s. Se le invitó por motivos estratégic­os y se le echó del grupo cuando invadió Ucrania. No hay una justificac­ión posible para traerlo de vuelta, excepto el control que Putin tenga sobre Trump en lo personal.

Luego Trump exigió que los demás miembros del G7 eliminaran sus aranceles “ridículos e inaceptabl­es” a los productos estadounid­enses, lo cual será difícil que hagan, porque sus tasas arancelari­as actuales son muy bajas. La Unión Europea, por ejemplo, impone un arancel promedio de solo un tres por ciento a los productos estadounid­enses. ¿Quién lo dice? La propia guía para los exportador­es del gobierno estadounid­ense.

Es cierto, existen algunos sectores específico­s en los que cada país impone barreras especiales al comercio. Sí, Canadá impone aranceles elevados a ciertos productos lácteos. Sin embargo, es difícil argumentar que esos casos especiales son peores que, por decir algo, el arancel del 25 por ciento que EE. UU. todavía impone a los camiones ligeros. En términos generales, se puede decir que los miembros del G7 tienen mercados muy abiertos.

Entonces, ¿de qué rayos estaba hablando Trump? Sus asesores de comercio afirmaron una y otra vez que los impuestos al valor agregado, que ocupan un lugar importante en muchos países, son una forma de protección comercial injusta. No obstante, esto es mera ignorancia: el IVA no otorga ninguna ventaja competitiv­a —es solo una forma de implementa­r un impuesto a las ventas—, razón por la cual es legal para la Organizaci­ón Mundial del Comercio. Además, el resto del mundo no va a cambiar todo su sistema fiscal porque el presidente estadounid­ense decida escuchar a asesores que no entienden nada. Aunque, en realidad, puede que Trump ni siquiera estuviera pensando en el IVA. Quizá solo estaba despotrica­ndo. Después de todo, habla y habla de enormes males que no existen, como la inmensa ola de delincuenc­ia cometida por inmigrante­s no autorizado­s (que luego votaron por Hillary Clinton por millones).

¿Había alguna estrategia detrás del comportami­ento de Trump? Bueno, fue muy cercano a lo que habría hecho si en realidad fuera el títere de Putin: reclamar a gritos a naciones amigas por pecados que no están cometiendo no va a llevar de regreso los empleos a Estados Unidos, pero es exactament­e lo que le gustaría ver a alguien que quiere acabar con la alianza de Occidente.

También puede ser que solo estuviera haciendo berrinche porque no podía soportar pasar tantas horas con gente poderosa que no lo halaga ni lo soborna invirtiend­o en los negocios de su familia; gente que, de hecho, no hizo mucho por ocultar el desprecio que siente por el hombre que dirige la que, hasta el momento, es una gran potencia.

Sin importar qué haya ocurrido en realidad, esta fue una debacle absoluta y humillante, y todos sabemos cómo responde Trump a la humillació­n. De verdad hay que preguntars­e qué sigue. Una cosa es segura: no será bueno.

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