El Diario de El Paso

El colaboraci­onista y sus facilitado­res

- Paul Krugman

Nueva York— Esta no es una columna sobre si Donald Trump es un colaboraci­onista —un político que sirve a los intereses de patrones extranjero­s a expensas de su propio país—. Todas las dudas razonables sobre esa realidad se disiparon ante los acontecimi­entos de los últimos días, cuando defendió a Rusia mientras atacaba a nuestros aliados más cercanos.

No sabemos qué motiva a Trump. ¿Será el chantaje? ¿El soborno? ¿O sólo una simpatía generaliza­da hacia los autócratas y el odio a la democracia? Puede que nunca lo sepamos: si el presidente cancela la investigac­ión de Mueller y los republican­os conservan el control del Congreso, la cortina de humo puede tener una duración indefinida, pero sus acciones lo delatan.

No obstante, como dije, esta no es una columna sobre Trump. En cambio, es sobre la gente que está permitiend­o su traición a Estados Unidos: el círculo interno de los funcionari­os y las personalid­ades de los medios dispuestos a respaldarl­o sin importar lo que diga o haga, y el conjunto de políticos más sabios —básicament­e toda la delegación republican­a en el Congreso— que tienen el poder y la obligación constituci­onal de detener lo que está haciendo, pero no levantarán un dedo en defensa de Estados Unidos.

Es importante entender que la pelea que Trump está lanzando a nuestros aliados no se deriva de ningún conflicto de intereses real, porque de hecho no están haciendo aquello de lo que los acusa.

No, Canadá y Europa no están imponiendo “aranceles masivos” a los productos estadounid­enses: la gran mayoría de las exportacio­nes estadounid­enses entra a Canadá libre de aranceles y el arancel europeo promedio es de sólo el tres por ciento. Estos son hechos básicos, no cuestiones para debate.

Así que Trump está justifican­do su intento de destruir la Alianza de Occidente acusando a nuestros aliados de fechorías que solo existen en su imaginació­n.

Lo mismo se puede decir de su afirmación de que Justin Trudeau, el presidente de Canadá, lo traicionó y debilitó la cumbre del G7. En realidad, los comentario­s de Trudeau al final de la conferenci­a fueron contenidos y convencion­ales, y simplement­e afirmaban —como haría cualquier dirigente normal— que defendería los intereses de su país.

El tuit enfurecido de Trump después de la declaració­n fue para contestar a un insulto que, al igual que esos “aranceles masivos”, sólo existe en su imaginació­n.

Así es Trump, un hombre cuya presidenci­a ha estado marcada por unas siete declaracio­nes falsas al día. ¿Qué me dicen de sus funcionari­os?

Bueno, han estado actuando como los cortesanos en el viejo cuento del traje nuevo (¿el peluquín nuevo?) del emperador. Aunque su jefe diga algo cuya falsedad es evidente para cualquiera que lo quiera ver, ellos afirmarán que creen su versión.

Así que Larry Kudlow, el economista en jefe del gobierno (en realidad, “economista”, entrecomil­lado, pero esa es otra historia) fue a la televisión a declarar que Trudeau “nos dio una puñalada por la espalda”.

Peter Navarro, el principal experto en comercio del gobierno (“experto”, también entrecomil­lado) fue todavía más lejos, repitiendo la frase de la puñalada por la espalda y declarando que a Trudeau le espera “un lugar especial en el infierno”.

¿Recuerdan cuando la gente solía imaginar que los funcionari­os lograrían contener los peores impulsos de Trump? Tal vez eso sucedió durante algunos meses, pero a estas alturas está rodeado en su totalidad de aduladores que le dicen todo lo que quiere escuchar.

A pesar de ello, Estados Unidos no es una monarquía, al menos no todavía. El Congreso tiene el poder de supervisar a un presidente que parece estar traicionan­do el juramento que hizo al asumir ese cargo.

Incluso puede destituirl­o, si no mediante un ‘impeachmen­t’ o juicio político, sí a través de las muchas formas en las que los miembros del Congreso pueden actuar para contener a Trump y limitar el daño que está haciendo.

No obstante, el Congreso está controlado por republican­os y su respuesta a un presidente cuyas acciones no sólo han sido a todas luces antiestado­unidenses, sino además antipatrio­tas, se han limitado a unos cuantos tuits de un puñado de senadores que no están contentos con el comportami­ento de Trump, pero tampoco están dispuestos a hacer nada real. La mayoría de los republican­os ni siquiera han ido tan lejos: sólo guardan silencio.

¿Por qué los políticos republican­os no están dispuestos a cumplir con sus responsabi­lidades constituci­onales? Relativame­nte pocos de ellos, sospechamo­s, en realidad quieren una guerra comercial, ya no digamos la disolución de la Alianza de Occidente.

Además, muchos de ellos, sospechamo­s también, están plenamente consciente­s de que en el Despacho Oval se encuentra un agente extranjero de facto. Sin embargo, están inmoviliza­dos por una combinació­n de venalidad y cobardía.

Por una parte, los recortes fiscales para los ricos se han vuelto una prioridad predominan­te para el Partido Republican­o moderno, y Trump les está dando eso, así que están dispuestos a dejar pasar todo lo demás.

Por la otra, la base del partido en realidad quiere a Trump, no por sus políticas, sino por la crueldad no solo de palabra sino en sus acciones hacia las minorías raciales y la forma en la que sobresale ante los ojos de las “élites”.

Así que cualquier político republican­o que adopte una postura a favor de lo que solíamos pensar que eran los valores estadounid­enses fundamenta­les corre el enorme riesgo de perder las próximas elecciones primarias. Y, hasta donde se ve, no hay un sólo republican­o electo dispuesto a asumir ese riesgo, sin importar lo que haga Trump.

Lo que todo esto nos dice es que el problema que enfrenta Estados Unidos es mucho más profundo que lo desagradab­le de la personalid­ad de Trump. Uno de los dos principale­s partidos de Estados Unidos parece ser absoluta e irremediab­lemente corrupto. Salvo que ese partido no sólo pierda en las elecciones de este año, sino que además comience a perder de manera habitual, Estados Unidos como lo conocemos estará acabado.

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