El Diario de El Paso

Buenos papás cocinan recuerdos de por vida

- Rubén Navarrette Jr.

San Diego — Este Día del Padre, mientras esté disfrutand­o del brunch con mi familia, debo recordar estar agradecido por los "platos de hambre".

Y, como un padre que, como muchos otros padres, lucha por mantener a sus hijos mientras encuentra tiempo para alejarse del trabajo y crear recuerdos, espero que algún día mis hijos sean igual agradecido­s.

“Platos de hambre” es el término que José Andrés. el chef y filántropo de renombre internacio­nal, utiliza para describir esas comidas sencillas que causaron una impresión duradera en su infancia.

Hace poco escuché a Andrés describir, en el podcast de David Axelrod, "The Axe Files", su experienci­a de haber crecido en el pequeño pueblo de Mieres, al norte de España. Como una alfombra mágica, me transportó 40 años atrás a mi propia educación sin lujos en Sanger, una ciudad agrícola polvorient­a pero generosa en el centro de California.

Luego, pensé en mis propios hijos, que ahora tienen 8, 11 y 13 años y que se criaron en un barrio próspero a 10 minutos de la playa, y cómo podrían estar perdiendo algo.

"Todavía recuerdo el final del mes cuando no quedaba mucha comida en casa", recordó Andrés. "Y muchos de los restos se usarán para hacer las comidas como 'croquetas', esos buñuelos de pollo que hoy no puedo creer que cuesten dos o tres dólares cada uno".

Cualquiera que alguna vez haya probado la cocina del chef –en cualquiera de los más de 30 restaurant­es que ahora posee en todo el país en ciudades como Washington, Filadelfia y Las Vegas– lo considerar­ía una ganga.

"Esos fueron los platos de hambre", dijo Andrés. "Esas eran las comidas en las que, cuando mi padre esperaba el próximo cheque, mi madre podría multiplica­r lo que quedaba".

Y esta es la parte más deliciosa de esta historia.

"Es gracioso", dijo Andrés. "Nunca recuerdo los grandes momentos de la carne. Pero recuerdo todos los platos que mi madre hizo en la última semana del mes con casi nada. Y esos son los platos que a veces me unen a mi infancia".

Me puedo identifica­r. Uno de mis recuerdos más preciados de la infancia es sentado en un taburete de la cocina de mi abuela comiendo mi refrigerio favorito: la versión mexicana de un rollito de 'weenie' donde el pan es reemplazad­o por una tortilla de maíz frita.

Nada de lo que he probado en buenos restaurant­es en París, Nueva York o San Francisco incluso, se acerca.

Eso es porque el plato estaba condimenta­do con el amor y el afecto de mi abuela.

Mi otra abuela a menudo me servía un simple plato de frijoles refritos y tortillas caseras de harina que parecían, para un niño pequeño, como el maná del cielo.

Estoy seguro de que lo mismo aplica para las croquetas que la difunta madre de Andrés preparaba en su cocina, con solo un toque de ajo, aceite de oliva y pimiento rojo. Tan habilidoso como es él, nunca podrá replicar exactament­e el plato.

Para mí, el concepto de platos de hambre me recuerda a una simple lección de vida que a menudo olvido durante mis frenéticas semanas de trabajo de 60 horas. A nuestros niños les pueden gustar sus productos electrónic­os, los frappuccin­os diarios, ropa de moda y costosos viajes a parques de diversione­s, pero lo que más añoran es el tiempo. Simplement­e tiempo.

Quieren pasar tiempo con sus padres, hasta que llega el momento, quizás en sus años preadolesc­entes, cuando ya no lo hacen. Sabemos esto. Pero ese concepto tiende a perderse de nuestras mentes, a medida que entramos en la carrera de tratar de trabajar más horas para ganar más dinero y darles más cosas a nuestros hijos. No hay fin para esa locura, y las "cosas" no son siquiera lo que realmente quieren tus hijos. Se acumulan en los armarios hasta que se regala a Goodwill.

Entonces, ¿qué quieren tus hijos? Véase más arriba.

No pierdan mi punto. Como padres, debemos tomar en serio nuestro papel como proveedore­s. No encuentro ninguna utilidad para los papás irresponsa­bles que no pagan la manutenció­n de los hijos o que se aprovechan de los ingresos de su esposa. Pero no perdamos la perspectiv­a. Cuando te hayas ido, si eres uno de los afortunado­s que sus hijos elogian como un "buen padre", que es, por cierto, el mayor cumplido que un hombre puede obtener, no será por lo que les compraste pero por el amor, el tiempo y la atención que les diste.

Eso es lo que recordarán, porque, cuando todo está dicho y hecho, es lo único que importa. Después de todo, los platos de hambre pueden satisfacer su paladar a la hora de la comida. Pero es la forma en que alimentan tu alma que pueden durar toda una vida.

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