Perdiendo la guerra comercial
Washington — Si es que nos vamos a enfrascar en una “guerra comercial” con China, será mejor que la ganemos. Deberíamos estar mejor luego que la lucha terminara. Desafortunadamente, las posibilidades de que eso llegue a suceder son casi nulas, debido a que el plan de ataque del presidente Trump sugiere que todos —ellos y nosotros— terminemos perdiendo.
Lo interesante de esto, es que estamos ampliamente de acuerdo en algunas de nuestras metas de guerra. He aquí lo que escribe el economista Peter Navarro, director del Consejo de Comercio de la Casa Blanca, en el Wall Street Journal:
“El gobierno chino… tiene audaces planes de dominar las emergentes industrias tecnológicas. Muchos de estos sectores puestos en la mira, tales como la inteligencia artificial y la robótica, tienen claras implicaciones de defensa. China busca lograr su meta de dominación económica y militar en parte por medio de adquirir la mejor tecnología estadounidense y propiedad intelectual”.
Casi nadie duda de que China está a la caza de las tecnologías más avanzadas “por medio de la vía legal si es posible, y por la vía ilegal, si es necesario”, tal como dijo recientemente Michael Wessel de la Comisión de Revisión Económica y Seguridad de Estados Unidos y China, una dependencia vigilante del Congreso.
En su artículo del Wall Street Journal, Navarro argumenta que “Los nuevos aranceles de Trump ofrecerán un importante escudo protector en contra de esta agresión”.
Pero se equivoca. De hecho, al enfocarse en reducir el déficit comercial de Estados Unidos —más de 500 mil millones de dólares en el 2017— hará que sea más difícil obstaculizar la habilidad de China para adquirir tecnologías avanzadas con términos favorables.
Tal como lo señala el economista de la Institución Brookings, David Dollar, Estados Unidos no puede alcanzar este grado de vigilancia por su cuenta. Frustrado por las restricciones tecnológicas estadounidenses, China podría recurrir a otros países avanzados —como Japón, Alemania, Canadá, Corea del Sur, y Francia— para conseguir tecnologías similares. Nosotros no mantenemos un monopolio de tecnologías avanzadas. Para ser efectivos, necesitamos de una coalición global que coopere en frenar estos abusos. (La mayoría de las tecnologías de rutina no tienen ningún valor, y deberán estar disponibles bajo términos comerciales ordinarios).
El problema es que los grandilocuentes ataques de Trump en contra de nuestros asociados comerciales tradicionales —y aliados militares— virtualmente garantizan que la cooperación esencial será muy difícil, si no es que imposible, de obtener. “El enfoque de Trump en el déficit comercial está ocasionando daños muy específicos a la seguridad nacional estadounidense, incluyendo la distorsión de las relaciones y alianzas extranjeras de Estados Unidos y la pérdida de una ventaja contra China”, según escribe Derek Scissors del conservador Instituto American Enterprise.
Consideremos lo siguiente. Trump sugirió imponer un arancel de 25 por ciento a los autos importados, camionetas, vehículos deportivos de utilidad y refacciones. Esto podría reducir el déficit comercial (en el 2017, estas importaciones de Estados Unidos sumaban en total 324 mil millones de dólares de parte de todos los países, según reporta Scissors) pero sólo debido a que los vehículos con precios más elevados reducirán la demanda de los consumidores y la producción vehicular.
Otros países tomarán represalias, según un estudio del Instituto Peterson. La pérdida laboral estimada en Estados Unidos sumará un total de 624 mil empleos en el transcurso de uno a tres años.
Los resultantes antagonismos por parte de nuestros aliados —los cuales ya son evidentes en su reacción hacia los primeros pasos de Trump dirigidos a frenar los déficits comerciales— se intensificarán.
Los mismos países que cuentan con tecnologías avanzadas (Japón, Alemania, Canadá y Corea del Sur) también son exportadores de autos. “Esto está ocasionando un daño a largo plazo.
Trump está cambiando drásticamente la política comercial que Estados Unidos ha mantenido desde la Segunda Guerra Mundial —una de las más exitosas políticas en la historia”, según dice el economista Mark Zandi, de Moody’s Analytics.
La realidad es que la obsesión de Trump con el déficit comercial está mal implementada. Desde 1976, Estados Unidos continuamente ha administrado los déficits comerciales en productos y servicios. Si Estados Unidos fuera un país normal y el dólar fuera una moneda normal, una corrección ya habría ocurrido hace mucho tiempo atrás. El dólar se habría desplomado en los mercados extranjeros de divisas, abaratando las exportaciones estadounidenses y haciendo que las importaciones de Estados Unidos fueran más costosas. Nuestro comercio se habría deslizado hacia el balance o hacia los excedentes.
Pero Estados Unidos no es cualquier país y el dólar no es cualquier moneda. Sigue siendo el tipo de dinero más importante a nivel global, utilizado para establecer transacciones comerciales y hacer inversiones transfronterizas. Esta demanda extra de dólares estabiliza su tasa de cambio. Esto hace que las exportaciones de Estados Unidos sean más costosas y sus importaciones más baratas. Surgen entonces los déficits.
Aún no nos queda claro cuáles controles tecnológicos Estados Unidos deberá adoptar para proteger las transacciones con China. El resultado final es muy probable que sea una combinación de poderes agregados y otorgados al Comité de Inversiones Extranjeras en Estados Unidos, el cual supervisa las inversiones foráneas en el país, y controles de exportación, los cuales regulan las ventas de tecnología en el extranjero, según dice Martin Chorzempa, del Instituto Peterson.
Pero sea lo que sea lo que el Congreso y Trump hagan no será efectivo al menos que sea igualado por otros importantes países comerciales. Trump quizás no se dé cuenta de esto o simplemente no le importa. Está enfureciendo a los países cuyo apoyo necesita desesperadamente. Sus políticas, más que equivocadas, están atrasadas.