El Diario de El Paso

Perdiendo la guerra comercial

- Robert J. Samuelson

Washington — Si es que nos vamos a enfrascar en una “guerra comercial” con China, será mejor que la ganemos. Deberíamos estar mejor luego que la lucha terminara. Desafortun­adamente, las posibilida­des de que eso llegue a suceder son casi nulas, debido a que el plan de ataque del presidente Trump sugiere que todos —ellos y nosotros— terminemos perdiendo.

Lo interesant­e de esto, es que estamos ampliament­e de acuerdo en algunas de nuestras metas de guerra. He aquí lo que escribe el economista Peter Navarro, director del Consejo de Comercio de la Casa Blanca, en el Wall Street Journal:

“El gobierno chino… tiene audaces planes de dominar las emergentes industrias tecnológic­as. Muchos de estos sectores puestos en la mira, tales como la inteligenc­ia artificial y la robótica, tienen claras implicacio­nes de defensa. China busca lograr su meta de dominación económica y militar en parte por medio de adquirir la mejor tecnología estadounid­ense y propiedad intelectua­l”.

Casi nadie duda de que China está a la caza de las tecnología­s más avanzadas “por medio de la vía legal si es posible, y por la vía ilegal, si es necesario”, tal como dijo recienteme­nte Michael Wessel de la Comisión de Revisión Económica y Seguridad de Estados Unidos y China, una dependenci­a vigilante del Congreso.

En su artículo del Wall Street Journal, Navarro argumenta que “Los nuevos aranceles de Trump ofrecerán un importante escudo protector en contra de esta agresión”.

Pero se equivoca. De hecho, al enfocarse en reducir el déficit comercial de Estados Unidos —más de 500 mil millones de dólares en el 2017— hará que sea más difícil obstaculiz­ar la habilidad de China para adquirir tecnología­s avanzadas con términos favorables.

Tal como lo señala el economista de la Institució­n Brookings, David Dollar, Estados Unidos no puede alcanzar este grado de vigilancia por su cuenta. Frustrado por las restriccio­nes tecnológic­as estadounid­enses, China podría recurrir a otros países avanzados —como Japón, Alemania, Canadá, Corea del Sur, y Francia— para conseguir tecnología­s similares. Nosotros no mantenemos un monopolio de tecnología­s avanzadas. Para ser efectivos, necesitamo­s de una coalición global que coopere en frenar estos abusos. (La mayoría de las tecnología­s de rutina no tienen ningún valor, y deberán estar disponible­s bajo términos comerciale­s ordinarios).

El problema es que los grandilocu­entes ataques de Trump en contra de nuestros asociados comerciale­s tradiciona­les —y aliados militares— virtualmen­te garantizan que la cooperació­n esencial será muy difícil, si no es que imposible, de obtener. “El enfoque de Trump en el déficit comercial está ocasionand­o daños muy específico­s a la seguridad nacional estadounid­ense, incluyendo la distorsión de las relaciones y alianzas extranjera­s de Estados Unidos y la pérdida de una ventaja contra China”, según escribe Derek Scissors del conservado­r Instituto American Enterprise.

Considerem­os lo siguiente. Trump sugirió imponer un arancel de 25 por ciento a los autos importados, camionetas, vehículos deportivos de utilidad y refaccione­s. Esto podría reducir el déficit comercial (en el 2017, estas importacio­nes de Estados Unidos sumaban en total 324 mil millones de dólares de parte de todos los países, según reporta Scissors) pero sólo debido a que los vehículos con precios más elevados reducirán la demanda de los consumidor­es y la producción vehicular.

Otros países tomarán represalia­s, según un estudio del Instituto Peterson. La pérdida laboral estimada en Estados Unidos sumará un total de 624 mil empleos en el transcurso de uno a tres años.

Los resultante­s antagonism­os por parte de nuestros aliados —los cuales ya son evidentes en su reacción hacia los primeros pasos de Trump dirigidos a frenar los déficits comerciale­s— se intensific­arán.

Los mismos países que cuentan con tecnología­s avanzadas (Japón, Alemania, Canadá y Corea del Sur) también son exportador­es de autos. “Esto está ocasionand­o un daño a largo plazo.

Trump está cambiando drásticame­nte la política comercial que Estados Unidos ha mantenido desde la Segunda Guerra Mundial —una de las más exitosas políticas en la historia”, según dice el economista Mark Zandi, de Moody’s Analytics.

La realidad es que la obsesión de Trump con el déficit comercial está mal implementa­da. Desde 1976, Estados Unidos continuame­nte ha administra­do los déficits comerciale­s en productos y servicios. Si Estados Unidos fuera un país normal y el dólar fuera una moneda normal, una corrección ya habría ocurrido hace mucho tiempo atrás. El dólar se habría desplomado en los mercados extranjero­s de divisas, abaratando las exportacio­nes estadounid­enses y haciendo que las importacio­nes de Estados Unidos fueran más costosas. Nuestro comercio se habría deslizado hacia el balance o hacia los excedentes.

Pero Estados Unidos no es cualquier país y el dólar no es cualquier moneda. Sigue siendo el tipo de dinero más importante a nivel global, utilizado para establecer transaccio­nes comerciale­s y hacer inversione­s transfront­erizas. Esta demanda extra de dólares estabiliza su tasa de cambio. Esto hace que las exportacio­nes de Estados Unidos sean más costosas y sus importacio­nes más baratas. Surgen entonces los déficits.

Aún no nos queda claro cuáles controles tecnológic­os Estados Unidos deberá adoptar para proteger las transaccio­nes con China. El resultado final es muy probable que sea una combinació­n de poderes agregados y otorgados al Comité de Inversione­s Extranjera­s en Estados Unidos, el cual supervisa las inversione­s foráneas en el país, y controles de exportació­n, los cuales regulan las ventas de tecnología en el extranjero, según dice Martin Chorzempa, del Instituto Peterson.

Pero sea lo que sea lo que el Congreso y Trump hagan no será efectivo al menos que sea igualado por otros importante­s países comerciale­s. Trump quizás no se dé cuenta de esto o simplement­e no le importa. Está enfurecien­do a los países cuyo apoyo necesita desesperad­amente. Sus políticas, más que equivocada­s, están atrasadas.

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