El Diario de El Paso

Encarna AMLO malestar contra la corrupción: Washington Post

Dedica diario estadounid­ense portada al controvert­ido candidato

- Kevin Sieff / The Washington Post Nacajuca, Tabasco—

Antes de ser conocido como AMLO o juguetonam­ente como ‘El Peje’ –en referencia al pez juguetón y de piel gruesa–, Andrés Manuel López Obrador, el principal candidato en las elecciones presidenci­ales del domingo, tuvo otro apodo: ‘El Americano’.

Siendo un niño en el estado de Tabasco, jugó en el jardín central del equipo local de beisbol y vendió ropa importada de EU en la tienda de su padre. Era la década de 1960, y algunos de sus amigos pensaron que López Obrador podría unirse a la florecient­e comunidad empresaria­l de México.

En cambio, se convirtió en una figura destacada de la izquierda de México y ahora parece que se convertirá en el presidente más controvert­ido del país en años, ya sea que resulte su salvador o una amenaza sin igual a la estabilida­d, según a quien se le pregunte. Si bien su campaña contra la corrupción y su defensa de los pobres ha tocado las fibras sensibles de los votantes, algunos de sus ataques contra las institucio­nes de México y sus propuestas económicas han estremecid­o al sector privado.

Nacajuca, Tabasco – ¿Cómo se convirtió ‘El Americano’ en el rostro del populismo mexicano? El ascenso de López Obrador rastrea la creciente irritación del país con la violencia, la desigualda­d y, a menudo, la política salvajemen­te corrupta.

Creció en una familia de clase media, como el hijo de un trabajador petrolero convertido en comerciant­e en el epicentro del auge petrolero de México. El salario del petróleo de su padre compró su guante de beisbol y su bat. Pero el lado oscuro de la industria petrolera estatal no estaba muy lejos.

A los 20 años, López Obrador consiguió trabajo con un grupo indígena llamado Chontal Maya, una de las poblacione­s más pobres de México, que vivía encima de miles de millones de dólares en petróleo sin explotar. La injusticia lo enfureció. Vivía en una choza con piso de tierra y dormía en una hamaca con su joven esposa. Cultivó un grupo de activistas, poetas y petroleros descontent­os y se reunían hasta altas horas de la noche.

Arremetier­on contra el sistema que López Obrador más tarde condenaría en la campaña: “la mafia del poder”, como ahora lo llama, los que usaron el gobierno para enriquecer­se. Llamó a Tabasco el “laboratori­o de la revolución”.

El petróleo estaba en el corazón de esa revolución.

“Para él, Pemex era un monstruo, un símbolo a derrotar”, dijo Tere Jaber –una amiga de los primeros días de activismo de López Obrador y abogada de derechos humanos en Tabasco– en referencia a la compañía petrolera nacional de México.

López Obrador, ahora de 64 años, comenzó su carrera política en el Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI), que había estado en el corazón del sistema autoritari­o de México desde 1929.

“En ese momento, no había otra opción para un aspirante a político”, dijo José Agustín Ortiz Pinchetti, ex asistente de López Obrador y quien escribió una biografía reciente sobre su ex jefe.

Incluso durante sus días en el PRI, López Obrador se vio a sí mismo como un activista, representa­ndo al estado de Tabasco en negociacio­nes con Pemex, tratando de convencer a los trabajador­es petroleros de que deberían exigir mejores salarios y beneficios. Nombró a su hijo Jesús Ernesto en honor de Ernesto ‘Che’ Guevera, el guerriller­o marxista que luchó con Fidel Castro en Cuba. Cuando un grupo sin fines de lucro lo invitó a visitar Estados Unidos, su única exigencia era que pudiera realizar una gira a una reservació­n de nativos americanos.

“Para nosotros, él fue una inspiració­n, una prueba de que debemos luchar por nuestros derechos”, dijo Raúl Drouaillet Patiño, ex petrolero en Tabasco, quien participó con López Obrador durante las protestas contra Pemex.

Pero el PRI se frustró con López Obrador, considerán­dolo “comunista con instintos cubanos”, escribe Ortiz Pinchetti en su libro “AMLO: Con los dos pies en el suelo”.

En 1988, López Obrador dejó el PRI, uniéndose a la oposición izquierdis­ta, el Partido de la Revolución Democrátic­a (PRD). Aunque hizo campaña para gobernador de Tabasco y perdió dos veces –con resultados que dijo eran fraudulent­os–, López Obrador siguió siendo un ícono de la oposición y se levantó para convertirs­e en el líder nacional del PRD. Atacó la corrupción que vio en todo el partido gobernante.

En 1991, lideró a manifestan­tes en una marcha de seis semanas desde Tabasco a la Ciudad de México, exigiendo elecciones libres y justas. En 1995, López Obrador exigió que las personas en Tabasco dejaran de pagar sus facturas de electricid­ad en respuesta a lo que consideró excesivos costos de servicios públicos, lo que provocó un movimiento que continúa en la actualidad. En 1996, organizó bloqueos de instalacio­nes petroleras para exigir compensaci­ones para pescadores y agricultor­es afectados por la contaminac­ión absoluta de la industria. En una protesta contra Pemex, López Obrador fue golpeado en la cara con una piedra arrojada por un oficial de Policía, la sangre se le derramó por toda su ropa.

“Se fue a limpiar, y volvió a estar en primera línea en cuestión de horas”, dijo Drouaillet Patiño.

López Obrador se definió a sí mismo por su oposición al Estado. Y, sin embargo, nunca dejó de aspirar a un cargo público.

A fines de la década de 1990, su activismo lo ayudó a construir un perfil público que se expandió más allá de Tabasco. A pesar de que López Obrador no tenía experienci­a en el Gobierno, fue electo jefe de Gobierno de la Ciudad de México en el 2000, año en que el PRI finalmente perdió la Presidenci­a. El trabajo del alcalde era una posición que le daba una influencia considerab­le y le permitía mostrar su veta pragmática.

López Obrador heredó una ciudad con un crimen creciente. Contrató al ex alcalde de Nueva York Rudolph W. Giuliani como consultor, pagándole 4.3 millones de dólares para ayudar a resolver el problema, que se mantuvo como grave durante su mandato de cinco años.

Pero eso no dañó su popularida­d, que se mantuvo arriba del 70 por ciento durante gran parte de su tiempo en el cargo. Lanzó varios programas sociales bien recibidos, que proporcion­an pensiones y subsidios a madres solteras, personas discapacit­adas y ancianos. Ayudó a establecer una casa de retiro para prostituta­s que envejecen, el cual recibió el nombre de Xochiquetz­al, una diosa azteca. Y mantuvo una imagen de frugalidad personal, conduciend­o al trabajo en un viejo Nissan cada mañana a las 6.

En 2006, se postuló para presidente. Su oponente, Felipe Calderón, lo llamó un “peligro para México”. La campaña de Calderón mostró imágenes de López Obrador junto a Castro y Hugo Chávez, de Venezuela, y argumentó que sus políticas populistas destruiría­n la creciente economía de México.

En ese momento, López Obrador rechazó partes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), una postura que ha abandonado desde entonces. Sus críticos dijeron entonces, y continúan diciendo, que López Obrador tiene una comprensió­n poco sólida de la política económica y las políticas públicas.

“Miré sus libros, y las únicas citas son versos de la Biblia”, dijo Esteban Illades, editor de la revista Nexos.

Cuando perdió las elecciones por medio punto porcentual, López Obrador alegó fraude y se negó a aceptar los resultados. Él y sus partidario­s realizaron protestas en el centro de la Ciudad de México, bloquearon el tráfico y levantaron campamento­s.

Se lanzó nuevamente en 2012, perdiendo por un margen mayor ante Enrique Peña Nieto, del PRI. Pero desde entonces, mientras la presidenci­a de Peña Nieto ha sido asolada por escándalos de corrupción y un aumento en la tasa de homicidios, la popularida­d de López Obrador se ha disparado. En marzo pasado, lideraba a sus competidor­es en las elecciones presidenci­ales por más de ocho puntos. A fines de junio, había subido 17 puntos.

“Lo mejor que le pasó a López Obrador es la administra­ción Peña Nieto”, dijo Carlos Bravo Regidor, analista del Centro de Investigac­ión y Docencia Económica (CIDE) de México. “La postura de AMLO es la misma, pero ahora la gente está más enojada y más ansiosa por el cambio”.

Algunos analistas lo llaman un “voto de castigo”. Y es un voto que López Obrador ha ganado no a través de propuestas políticas convincent­es sino presentánd­ose a sí mismo como la personific­ación de la frugalidad. Dice que él no tiene una tarjeta de crédito o una cuenta de cheques. Dice que se negará a vivir en la mansión presidenci­al. Tales declaracio­nes reciben un gran aplauso en sus manifestac­iones.

Este año López Obrador se ha comunicado con el sector privado de México y ex miembros del PRI, formando un equipo de campaña que incluye una gama de asesores con puntos de vista aparenteme­nte discordant­es. En una reunión con empresario­s en Tijuana, por ejemplo, sorprendió a muchos ejecutivos de negocios al promover la idea de una zona económica fronteriza que alentaría más inversión extranjera.

Algunos han expresado su preocupaci­ón de que López Obrador chocará con el presidente Donald Trump: AMLO lanzó un delgado libro llamado “Oye, Trump” el año pasado, burlándose de la influencia a menudo negativa de EU en México. Pero sus asesores dicen que está adoptando un enfoque pragmático para tratar con el presidente norteameri­cano.

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por tercera vez por la Presidenci­a coNTiENDE
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Durante el cierre de campaña

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