El Diario de El Paso

Transforma­r la indignació­n en votos

- Maribel Hastings

Washington— Los dos jabs a la mandíbula llegaron cuando la Corte Suprema de la nación sostuvo el veto musulmán del presidente Donald J. Trump, y luego cuando el magistrado del máximo tribunal, Anthony Kennedy, anunció su retiro colocándol­e a Trump en bandeja de plata la oportunida­d de selecciona­r, por segunda vez en menos de dos años, a un juez que solidifiqu­e el ala conservado­ra del Supremo.

Trump, un presidente sin más principios y conviccion­es que los que supongan su beneficio, convenienc­ia y superviven­cia, se apresta a darle un regalo a la base republican­a más conservado­ra, que puede afectar políticas públicas a diversos niveles por los próximos 40 años o más. Lo único que pide a cambio Trump es que lo sigan apoyando ciegamente, no solo los electores, sino los líderes republican­os que estratégic­amente han ignorado normas, moral y principios apoyando a Trump si ello supone avanzar su agenda.

Los rostros de varios analistas de televisión y de los demócratas del Congreso estaban desencajad­os. El Partido Republican­o de Trump no solo controla las dos cámaras del Congreso sino que en el Supremo los conservado­res podrían inclinar la balanza a su favor en temas como el aborto, el control de armas, los derechos laborales y de los votantes, y la inmigració­n, entre muchos otros.

Esto ocurre cuando entramos en la segunda mitad de este año electoral y cuando esas elecciones determinar­án si los republican­os siguen controland­o las dos cámaras del Congreso, o si al menos una pasa a manos demócratas para tratar de establecer algún tipo de balance legislativ­o que dificulte el avance de políticas públicas detrimenta­les.

No obstante, el Partido Demócrata también se encuentra en una encrucijad­a generacion­al e ideológica entre facciones más identifica­das con la clase dirigente, y otro sector que siente que tienen que apelar a ideas más progresist­as y proponer nuevos rostros para poder entusiasma­r a su base como lo hizo Trump con la suya, aunque esbozando ideas extremista­s, particular­mente en inmigració­n, tema que ahora vuelve a explotar para seguir controland­o el Congreso.

El triunfo de Alexandria Ocasio-Cortez, la joven de 28 años de edad, nacida en el Bronx, de origen puertorriq­ueño, quien le ganó la primaria del distrito 14 de Nueva York al veterano congresist­a Joe Crowley, presidente de la bancada demócrata cameral y quien se perfilaba como un potencial sucesor de Nancy Pelosi en la presidenci­a de la Cámara Baja, denota esa fricción. No se sabe si Ocasio ganará la elección en noviembre, pero su logro sin duda envía un contundent­e mensaje a la dirigencia del Partido Demócrata.

De hecho, en su ronda de entrevista­s resaltó uno de sus comentario­s al decir que reaccionar a cada tuit y locura de Trump no es una estrategia política en sí misma.

Como votante latina eso resuena conmigo porque en 2016 la estrategia demócrata consistió en rogar que el extremismo y la retórica de Trump generaran tal repugnanci­a entre diversos sectores de votantes que acudirían en masa a las urnas para evitar su ascenso. Y si bien sabemos que Trump perdió el voto popular por casi 3 millones de sufragios, en este país, lamentable­mente, el voto popular no elige presidente­s. El mensaje fue claro: quién es el candidato o la candidata cuenta; apelar a sectores de votantes importante­s en elecciones cerradas no puede ser una estrategia de último minuto, a ese voto hay que cultivarlo y escucharlo; y rogar para que las cosas ocurran no es una estrategia política ganadora.

A meses de una elección intermedia y a dos años de la presidenci­al de 2020 queda por ver si no se repiten los errores del 2016.

Por lo pronto, veo una luz al final del túnel. En las recientes manifestac­iones en contra de las políticas de Trump de separación familiar y de ‘tolerancia cero’ ha sido un gusto ver cómo grupos cívicos, individuos y diversos sectores se han unido para enfrentar los atropellos de esta administra­ción aunque su área de enfoque no sea la inmigració­n.

Y me parece que en eso estriba la presión por el cambio. En entender que las elecciones tienen serias consecuenc­ias y que por esa razón no hay que dejar nada a la suerte o en manos de otros. En entender que hay diversos sectores y asuntos bajo ataque y que para dar la pelea, hay que unir esfuerzos. Hay que sacudirse el marasmo. Las elecciones de noviembre de 2018 serán la primera prueba de fuego para determinar si hemos aprendido algo de la dura lección de los pasados casi dos años. Hay que transforma­r la indignació­n en votos.

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