El Diario de El Paso

Para quién trolea Trump

- ashington— Marian Kamensky Maureen Dowd

WA Donald Trump le afectó profundame­nte ver a su hermano mayor, Freddy, morir de alcoholism­o a los 43 años.

Hizo proselitis­mo en contra de la bebida y el tabaco, advirtiend­o a los niños que se alejaran de esos vicios. Incluso en sus casinos, Trump tampoco apostaba; decía que prefería ser dueño de las máquinas tragamoned­as que jugar en ellas.

Sin embargo, en un extraño giro del destino, Trump acabó siendo un adicto.

Una de las cosas más escalofria­ntes que he escuchado recienteme­nte provino de Jaron Lanier, el padre fundador de Silicon Valley, cuyo nuevo libro se titula “Ten Arguments for Deleting Your Social Media Accounts Right Now”.

Lanier, quien se reunió con Trump en un par de ocasiones en los días de gloria del desarrolla­dor de bienes raíces en Nueva York, piensa que la adicción del presidente a tuitear está reconectan­do su cerebro de manera negativa.

A medida que Trump adquiere velocidad en Twitter, el Despacho Oval se va convirtien­do en una cámara de condiciona­miento operante. Al igual que los otros “imperios de modificaci­ón del comportami­ento”, como Lanier llama a los sitios web de redes sociales, Twitter ofrece un refuerzo positivo para la negativida­d.

“Los adictos al Twitter asumen una especie de cualidad nerviosa, paranoica y cascarrabi­as que parece hacerlos buscar pelea”, comentó Lanier en una entrevista. “Trump solía estar en lo suyo, en sus propias bromas, y ya no lo está. Sólo lanza ataques todas las mañanas, buscando a quién acosar o pendiente de quién lo está acosando a él.

“No creo que esto cause una situación espantosa porque un adicto es fácil de manipular. Es más fácil para los norcoreano­s mentirle si es un adicto”.

Y la hostilidad y la insensibil­idad que fluyen tan fácilmente de sus dedos ahora definen su política migratoria.

Vi un reportaje en PBS sobre una madre en la frontera que se reunió con su hijo de 14 meses de edad tras 85 días de separación. “El bebé seguía llorando cuando llegamos a casa, se aferraba a mi pierna y no me dejaba ir”, escribió la madre. “Cuando le quitamos la ropa, estaba cubierto de mugre y piojos. Parecía que no lo habían bañado en los 85 días que estuvo lejos de nosotros”.

Con motivo del aniversari­o número 242 de la independen­cia de Estados Unidos, debemos preguntarn­os quiénes somos, si podemos ver relatos de bebés arrebatado­s de los brazos de sus padres y devueltos cubiertos de piojos y no preocuparn­os por el alma de nuestro país.

Sin duda, Trump ha vuelto el discurso político más crudo y beligerant­e. Sin embargo, ¿está volviendo a todo el país más mezquino, más vulgar y menos empático? ¿O se fomentó la creación de una figura política como él porque internet ya había vuelto a Estados Unidos más mezquino, más vulgar y menos empático? ¿Ocurrió todo al mismo tiempo?

En su relanzamie­nto, Twitter presentó una versión más implacable. La empresa, escribió Farhad Manjoo de The New York Times, “ajustó su canal principal de contenido para hacer énfasis en lo viral, con lo cual se convierte en un escenario para peleas de cantina violentas en las que surgen los embates políticos y culturales más contencios­os del día”.

Manjoo me dijo: “Ahora, cuando inicias sesión, te muestran los tuits más interesant­es que te perdiste mientras no estabas conectado. Suelen ser tuits de gente que pelea, las noticias de las grandes riñas del día, con el fin de involucrar al resto de la audiencia. Eso lo convierte en un lugar más mezquino”.

Esto sucede incluso mientras Twitter —bajo presión como el resto de Silicon Valley por hacer que los monstruos se salieran de control— está desarrolla­ndo “métricas de salud” para promover la civilidad y comunicar de “manera más holística”.

En su blog corporativ­o, Twitter comentó que se inspiraba en Cortico, una organizaci­ón sin fines de lucro de investigac­ión que está tratando de medir la “salud de las conversaci­ones” mediante cuatro indicadore­s: atención compartida, realidad compartida, variedad de opinión y receptivid­ad. No son exactament­e los atributos que vemos en Trump.

Será difícil para Twitter ser más cívico y holístico dado que en enero instituyó una política para líderes mundiales que exenta a cierto jefe de Estado de todo tipo de esfuerzos por moderarse.

“Bloquear a un líder mundial de Twitter o eliminar sus tuits controvert­idos escondería informació­n importante que la gente debería ver y debatir”, aseveró la empresa.

Eso deja a Trump en libertad de tomar su teléfono a toda hora para empujar, embarrar y lanzar falsedades. Como Michiko Kakutani escribe en su nuevo libro, “The Death of Truth”: “Trump, claro está, es un trol, tanto por temperamen­to como por hábito. Sus tuits y burlas improvisad­as son la esencia misma de ‘trolear’: las mentiras, el desprecio, el vituperio, la lengua viperina y los rabiosos sinsentido­s de un adolescent­e enojado, ofendido, aislado y profundame­nte egocéntric­o que vive en una burbuja construida por él mismo y que atrae la atención que anhela a partir de vituperar a sus enemigos y dejar un rastro de indignació­n y consternac­ión a su paso”. ¡Sean mejores!

Tenemos a un presidente adicto que dirige a un país que se desborda de adictos a los opioides y las redes sociales (en una entrevista con The Times de hace unos días, nuestra reportera de tecnología Nellie Bowles dijo que enfrentó su adicción al teléfono celular deshabilit­ando los colores de la pantalla y mencionó: “Estos teléfonos están diseñados para verse y funcionar como máquinas tragamoned­as: nos atrapan con colores brillantes y pequeñas campanas que hay que activar y complacer” y “todos tenemos que descifrar pequeños ganchos para volver al mundo físico”).

Art Markman, profesor de psicología de la Universida­d de Texas, en Austin, quien ha lamentado los comentario­s extraordin­ariamente agresivos en línea hacia los medios de comunicaci­ón, espera que la gente retome un sentido de decoro cuando se dé cuenta de que “a largo plazo se gana muy poco con un tuit viral”.

“No tenemos que satisfacer esos instintos miserables”, dijo. “Podemos ser mejores que eso”.

Sin embargo, no creo que Trump pueda. Buscó la manera de dominar Twitter, no con el estilo arquetípic­o del niño buena onda que hace bromas de todo, sino como el infame acosador del patio de la escuela.

Sus tuits dan la pauta para las noticias de la televisión por cable y el tono de los reporteros, quienes son adictos al Primer Adicto.

Para Trump, quien además es adicto a la atención, esto es todo lo holístico que se pondrá.

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