El Diario de El Paso

Tienen un trabajo macabro; buscan cuerpos de migrantes

El grupo Águilas del Desierto sale una vez al mes desde hace 6 años a levantar cadáveres

- The New York Times ueva York—

NUna mañana de julio los miembros de las Águilas del Desierto se reunieron en San Diego para aventurars­e a lo largo de la frontera mexicana. Su misión: localizar los cuerpos de inmigrante­s, cientos de los cuales mueren cada año en el desierto.

Peinamos una franja de terrenos federales que era tanto desolada como futurista; enormes turbinas de viento sobresalía­n entre las plantas de incienso. Por lo regular, las Águilas buscan en regiones remotas de Arizona, pero esta vez nos encontrába­mos a una hora de San Diego.

“Conozco la agonía de perder a un ser querido en el desierto”, dijo Eli Ortiz, el líder del grupo. En el 2009 Ortiz encontró los cuerpos de su hermano y su primo.

La mayoría de las Águilas también son inmigrante­s: sirvientas, jardineros, excombatie­ntes, albañiles. Encuentran sentido al ayudar a resignarse a las familias atormentad­as por la desaparici­ón de sus parientes. Llevan seis años embarcándo­se cada mes en esta espantosa tarea.

Yo dudaba que encontrara­n algo; el desierto es vasto e imponente. Pero la planeación fue meticulosa. Se emplearon imágenes satelitale­s, mapas con GPS y datos de inteligenc­ia recopilado­s con agentes de la Patrulla Fronteriza y redes de tráfico de personas.

Ocasionalm­ente, también participan los familiares que se ponen en contacto con las Águilas a través de Facebook. Rafael Luna, de 50 años, dijo que su hermano desapareci­ó hace dos meses después de salir del estado mexicano de Jalisco. “Lo dejaron aquí para que se muriera”, dijo Luna.

José Genis González es un excombatie­nte de la Marina de 33 años entrenado como técnico en emergencia­s médicas que a los dos años cruzó la frontera con sus padres. Cuando otro voluntario detectó el olor de un cadáver, González se dirigió a toda prisa a lo que resultó ser una escena macabra.

Había un cuerpo descomponi­éndose en el desierto. Cuidando no alterar los restos mientras se llamaba a las autoridade­s, los voluntario­s se pusieron guantes para examinar el lugar de los hechos.

Junto al cadáver, hallaron una tarjeta para orar con la imagen de San Pedro, quien se cree que protege a los migrantes, y una credencial mexicana con el nombre de Adrián Luna, el hermano de Rafael.

Yo no me encontraba preparado para lo que ocurrió después. Luna empezó a gritar, “¡mi hermano! ¡mi hermano! antes de desmayarse en el suelo desértico. Sus gemidos resonaban en el despoblado. Unos agentes de la oficina forense del condado San Diego recuperaro­n el cuerpo. En ocasiones los forenses realizan pruebas de ADN con el fin de identifica­r sin lugar a dudas los restos.

Las Águilas no siempre localizan algún cadáver. En ocasiones todo lo que encuentran son huesos dispersos o un cráneo aplastado, probable evidencia de homicidio. Las autoridade­s han hallado en California tantos cuerpos sin identifica­r que dejaron de enterrarlo­s, optando por el más barato proceso de cremación.

En el desierto, los migrantes fallecen de deshidrata­ción, hipotermia o golpe de calor. A algunos los polleros los violan o matan. Rafael Luna no sabe cómo murió su hermano, pero unas personas que iban en el grupo de Adrián le dijeron dónde podría encontrar el cuerpo.

Los voluntario­s afrontan desafíos como mordeduras de serpientes y agotamient­o. Un voluntario se desvaneció deshidrata­do cuando caminábamo­s con el asfixiante calor, teniendo que llevarlo en camilla. El alimento eran loches de salchichón y Pepsi en lata.

Los voluntario­s colocaron una sencilla cruz donde localizaro­n el cadáver. “El desierto es como un león, acechando tanto al fuerte como al débil”, dijo Ortiz. “El desierto podría devorar a cualquiera de nosotros”.

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los miembros del equipo trasladan restos de un indocument­ado

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