El Diario de El Paso

Sin permiso, drogan a menores detenidos

Los obligan a tomar psicotrópi­cos en refugios para migrantes

- Caroline Chen y Jess Ramírez/Propublica

Huyendo de un padrastro abusivo en El Salvador, Gabriela se dirigió a Oakland, California, donde su abuela le había prometido que le daría alojamient­o. Cuando la adolescent­e llegó a la frontera de Estados Unidos en enero del 2017, fue llevada a un albergue financiado por el Gobierno federal en Texas.

Al inicio, el personal la describió como receptiva y resistente. Pero después de que fue trasladada de un albergue a otro en Texas, se tornó cada vez más depresiva.

Sin consultar a su abuela, ni a su madre en El Salvador, el personal del albergue le recetó numerosos medicament­os, incluyendo dos fármacos psicotrópi­cos cuyas etiquetas advertían que podían provocar un comportami­ento suicida en los adolescent­es, de acuerdo con documentos de la Corte.

Aun así, languideci­endo en un albergue después de 18 meses, Gabriela, de 17 años, ya no quiere tomar los medicament­os, pero lo hace de todas maneras, debido a que el personal en el centro le dijo que no sería liberada hasta que se le considere psicológic­amente sana.

La experienci­a de Gabriela ejemplific­a un problema que la práctica de separar a las familias, de la administra­ción de Trump, exacerbó: el error de los centros financiado­s por el Gobierno de no solicitar un consentimi­ento informado antes de medicar a los inmigrante­s adolescent­es.

Alrededor de 12 mil menores indocument­ados se encuentran bajo la custodia de la Oficina de Reasentami­ento de Refugiados (ORR) del Departamen­to de Servicios Humanos y de Salud de Estados Unidos (HHS), mientras que más de 2 mil 500 fueron separados de sus padres cuando la política de “cero tolerancia” de Trump fue puesta en vigor entre abril y junio del presente año.

El sufrimient­o emocional y problemas de salud mental prevalecen entre los menores, a veces como resultado de las traumática­s experienci­as que han vivido en sus países de origen, en otras provocados por haber sido separados de sus padres en la frontera, o por el miedo a que nunca serán liberados de los centros de la ORR. Ex empleados de los refugios, doctores y abogados que trabajan para los grupos defensores dicen que los albergues no cuentan con suficiente­s consejeros y muy a menudo recurren a poderosos medicament­os psicotrópi­cos cuando los menores pierden el control.

Bajo las leyes de la mayoría de los estados, antes de que un menor sea medicado, un padre, tutor, o cualquier autoridad en representa­ción del padre de familia –ya sea un tutor ad litem, nombrado por un tribunal– debe ser consultado y rendir consentimi­ento informado. Pero en estos albergues, los niños están solos.

El personal de los albergues quizá no sepa nada sobre el paradero de los padres o familiares, e incluso cuando dicha informació­n está disponible, según los defensores, los albergues por lo regular no se contactan con las personas indicadas. Ni siquiera buscan la aprobación de la Corte. En su lugar, ellos actúan de manera unilateral, administra­ndo medicament­os psicotrópi­cos a los menores que no saben lo que se están tomando ni qué efectos dichos medicament­os puedan tener.

“Estos medicament­os no son dados a los menores sin costo alguno, con sus cerebros y cuerpos aún en crecimient­o los medicament­os psicotrópi­cos tienen un sustancial costo en el presente y futuro de un menor”, dijo la doctora Amy Cohen, una psiquiatra que trabaja como voluntaria en los albergues fronterizo­s.

“Una persona cuya única obligación es ver, con los mejores intereses en mente, por la preservaci­ón y bienestar de cualquier menor –ya sea un padre o tutor ad litem– el papel de estas personas es desesperad­amente necesario en estos momentos”.

Gabriela es una de cinco inmigrante­s menores de 18 años que fungen como demandante­s en una demanda colectiva presentada el mes pasado en una Corte federal en Los Ángeles en contra de Alex Azar, jefe del HHS, y Scott Lloyd, director de la ORR. La demanda sostiene que los menores están siendo sobremedic­ados sin consentimi­ento informado.

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