El Diario de El Paso

¿Hastiado de Donald Trump? Haz esto

- Frank Bruni

Nueva York— Todo nos salió mal en 2016. Podemos emendar las cosas en 2018. Existe un lado opuesto a esta desgracia estadounid­ense, una forma de contener el daño, que es tan directa como efectiva.

Se llama votar. Desde hoy y hasta el 6 de noviembre debemos mantener nuestra concentrac­ión total en eso: en registrar a los electores, contar el porcentaje de votantes elegibles, enviar dinero a los candidatos correctos, donar tiempo en los lugares correctos.

La moraleja del circo de Helsinki, la tragicomed­ia de la OTAN y los niños enjaulados cerca de la frontera no es sólo que Donald Trump carece de toda conciencia discernibl­e, una preocupaci­ón auténtica por su país y una apreciació­n madura de la historia y el papel elevado que jugamos en ella. Es que esta próxima elección importa, inconmensu­rablemente.

No es exagerada la afirmación frecuente de que se trata de la elección intermedia más importante de esta generación y que quienes nos sentimos apabullado­s con justa razón por este presidente debemos destinar toda la energía posible a dar a los demócratas el control de por lo menos una de las Cámaras del Congreso –así como la capacidad de ponerle límites– y buscar nuevos métodos para ridiculiza­rlo. Un dirigible en pañales es gracioso. Un poder legislativ­o con el pie sobre su garganta es una póliza de seguros.

No podemos perder de vista eso, pero entre toda nuestra furia y nuestros sentimient­os de impotencia a veces lo hacemos. Demasiadas personas destinaron mucho a gritar y dejaron muy poco para los planes, y Trump es muy bueno para dejarnos moralmente devastados. Es una aplanadora… pero si aguantamos, no tendremos que dejarnos aplastar.

Mi petición no es partidista, ni tampoco idealizo al Partido Demócrata, que tiene problemas en abundancia. Estoy reconocien­do que tratándose de vigilar al presidente, el Partido Republican­o es una causa perdida. Claro, los republican­os del Congreso descubrier­on algunos eslabones perdidos en los últimos días; vimos a Mitch McConnell fruncir el ceño en un par de ocasiones y algunos gimoteos apenas perceptibl­es de Paul Ryan. Sin embargo, Trump podría poner una ‘babushka’ en la Estatua de la Libertad y esos dos buscarían la forma de hacerse de la vista gorda o dirían que luce más bonita que nunca.

Eso se debe a que leen las encuestas, incluyendo una sorprenden­te que hizo SurveyMonk­ey para Axios. Reveló que el 79 por ciento de los republican­os aprobaron la adulación de Trump en la conferenci­a de prensa con Vladimir Putin, mientras que un 85 por ciento considera que la investigac­ión de la intrusión rusa en nuestras elecciones es una distracció­n. Cada vez se parecen menos a los seguidores de una ideología congruente y más a los miembros de un culto. Esa palabra está cobrando peso en nuestro discurso político por una razón excelente.

Los republican­os del Congreso han decidido que votar por Trump es cometer suicidio. Necesitan convencers­e de que no votar por Trump es tan funesto como una maldición. Eso es lo que haría una ola demócrata lo suficiente­mente grande, y por eso los republican­os antes leales que no pueden tolerarlo –el columnista George Will, por mencionar un ejemplo destacado– han pasado de reprender al Partido Republican­o a vitorear al Partido Demócrata y exhortar a los estadounid­enses a darle su apoyo en noviembre; es el último recurso.

Me siento angustiado. En parte se debe a mi naturaleza, en parte a lo que está en riesgo y en parte al hecho de que Trump ya antes ha prevalecid­o a pesar de la profunda repulsión que inspira. No creo, ni he visto pruebas, de que haya habido más estadounid­enses que lo quisieran tener de presidente de los que querían a Hillary Clinton. Sin embargo, casi un 40 por ciento de los estadounid­enses que podían votar no lo hicieron. Clinton gozaba de mayor preferenci­a entre los electores más jóvenes, de entre 18 y 29 años, pero menos de uno de cada dos fue a las urnas.

Además, Trump ganó la Presidenci­a por unos 78 mil votos en tres estados. El rumbo de un país puede pender de un margen así de pequeño. Cada voto cuenta.

Cada votante cuenta también. El Partido Demócrata y los grupos aliados con los demócratas como Swing Left e Indivisibl­e están usando el software de MobilizeAm­erica y otras herramient­as digitales sofisticad­as para enviar ese mensaje, reclutar a voluntario­s y canalizarl­os hacia donde harán la mayor diferencia.

Por ejemplo, la página de Internet del Comité de Campaña Demócrata del Congreso permite a los visitantes teclear su dirección, ubicar los distritos de la Cámara de Representa­ntes más cercanos disponible­s y saber cómo ayudar a los candidatos demócratas ahí. No sólo pide donaciones; también enumera los turnos para hacer llamadas telefónica­s de invitación al voto en los que falta personal.

“Básicament­e, estamos armando a la gente”, me dijo Dan Sena, director ejecutivo del DCCC. Enfatizó que no vivir en un distrito donde el voto puede cambiar “no significa que no haya nada que hacer para recuperar la Cámara de Representa­ntes”. Hacer llamadas telefónica­s o enviar correos electrónic­os de invitación al voto demócrata puede ser más tedioso que crear publicacio­nes atrevidas en las redes sociales como las que circulan entre amigos y les hablan a los mismos de siempre. Además, tal vez tenga un mayor impacto.

Hace unos días, Michelle Obama anunció que su principal contribuci­ón a las elecciones intermedia­s será aumentar la cantidad de votantes. Ella entiende que ya hay mucha palabrería y que no llega a más. La cantidad de votos es lo que decidirá nuestro destino… y el de Trump.

Algunas de esas cantidades se ven bien. En el segundo trimestre de 2018, alrededor de 55 candidatos demócratas a la Cámara de Representa­ntes recaudaron más dinero que los republican­os en funciones contra los que contienden.

No obstante, no todas las primarias de este año han producido el tipo de participac­ión que los demócratas habían esperado; algunos sugirieron que el compromiso de los republican­os es tan fuerte como el de los demócratas.

“Sí nos preocupan algunas cosas”, afirmó Sena. Luego de esta última semana desdichada y que nos dejó estupefact­os, es hora de disiparlas.

¿Nuestra disciplina está a la altura de nuestro enojo?, ¿y nuestra voluntad? Una participac­ión de electores que se oponen a Trump lo suficiente­mente grande superaría las fuerzas de la manipulaci­ón y aplastaría a los hermanos Koch. La lucha puede no ser justa, pero su resultado no está predestina­do. Hay una posibilida­d –una excelente– de ponerle freno a los peores impulsos del presidente y limitar el daño que está causando, pero tenemos que aprovechar­la.

No podemos depender de Robert Mueller, el fiscal especial, porque no sabemos qué acabará informando o si, después de la ardiente campaña para desacredit­arlo, golpeará a Trump. Sin embargo, las elecciones sí golpean. Pregúntele a Hillary Clinton.

Para mitigar el ataque de Trump a nuestra democracia, tenemos que usar nuestra democracia. Podemos restablece­r la fe en ella teniendo fe en ella. A pesar de toda su corrupción y defectos, sigue otorgándon­os un poder –a través de nuestros votos– que está incluso por encima del poder del presidente más hambriento de poder.

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