¿Hastiado de Donald Trump? Haz esto
Nueva York— Todo nos salió mal en 2016. Podemos emendar las cosas en 2018. Existe un lado opuesto a esta desgracia estadounidense, una forma de contener el daño, que es tan directa como efectiva.
Se llama votar. Desde hoy y hasta el 6 de noviembre debemos mantener nuestra concentración total en eso: en registrar a los electores, contar el porcentaje de votantes elegibles, enviar dinero a los candidatos correctos, donar tiempo en los lugares correctos.
La moraleja del circo de Helsinki, la tragicomedia de la OTAN y los niños enjaulados cerca de la frontera no es sólo que Donald Trump carece de toda conciencia discernible, una preocupación auténtica por su país y una apreciación madura de la historia y el papel elevado que jugamos en ella. Es que esta próxima elección importa, inconmensurablemente.
No es exagerada la afirmación frecuente de que se trata de la elección intermedia más importante de esta generación y que quienes nos sentimos apabullados con justa razón por este presidente debemos destinar toda la energía posible a dar a los demócratas el control de por lo menos una de las Cámaras del Congreso –así como la capacidad de ponerle límites– y buscar nuevos métodos para ridiculizarlo. Un dirigible en pañales es gracioso. Un poder legislativo con el pie sobre su garganta es una póliza de seguros.
No podemos perder de vista eso, pero entre toda nuestra furia y nuestros sentimientos de impotencia a veces lo hacemos. Demasiadas personas destinaron mucho a gritar y dejaron muy poco para los planes, y Trump es muy bueno para dejarnos moralmente devastados. Es una aplanadora… pero si aguantamos, no tendremos que dejarnos aplastar.
Mi petición no es partidista, ni tampoco idealizo al Partido Demócrata, que tiene problemas en abundancia. Estoy reconociendo que tratándose de vigilar al presidente, el Partido Republicano es una causa perdida. Claro, los republicanos del Congreso descubrieron algunos eslabones perdidos en los últimos días; vimos a Mitch McConnell fruncir el ceño en un par de ocasiones y algunos gimoteos apenas perceptibles de Paul Ryan. Sin embargo, Trump podría poner una ‘babushka’ en la Estatua de la Libertad y esos dos buscarían la forma de hacerse de la vista gorda o dirían que luce más bonita que nunca.
Eso se debe a que leen las encuestas, incluyendo una sorprendente que hizo SurveyMonkey para Axios. Reveló que el 79 por ciento de los republicanos aprobaron la adulación de Trump en la conferencia de prensa con Vladimir Putin, mientras que un 85 por ciento considera que la investigación de la intrusión rusa en nuestras elecciones es una distracción. Cada vez se parecen menos a los seguidores de una ideología congruente y más a los miembros de un culto. Esa palabra está cobrando peso en nuestro discurso político por una razón excelente.
Los republicanos del Congreso han decidido que votar por Trump es cometer suicidio. Necesitan convencerse de que no votar por Trump es tan funesto como una maldición. Eso es lo que haría una ola demócrata lo suficientemente grande, y por eso los republicanos antes leales que no pueden tolerarlo –el columnista George Will, por mencionar un ejemplo destacado– han pasado de reprender al Partido Republicano a vitorear al Partido Demócrata y exhortar a los estadounidenses a darle su apoyo en noviembre; es el último recurso.
Me siento angustiado. En parte se debe a mi naturaleza, en parte a lo que está en riesgo y en parte al hecho de que Trump ya antes ha prevalecido a pesar de la profunda repulsión que inspira. No creo, ni he visto pruebas, de que haya habido más estadounidenses que lo quisieran tener de presidente de los que querían a Hillary Clinton. Sin embargo, casi un 40 por ciento de los estadounidenses que podían votar no lo hicieron. Clinton gozaba de mayor preferencia entre los electores más jóvenes, de entre 18 y 29 años, pero menos de uno de cada dos fue a las urnas.
Además, Trump ganó la Presidencia por unos 78 mil votos en tres estados. El rumbo de un país puede pender de un margen así de pequeño. Cada voto cuenta.
Cada votante cuenta también. El Partido Demócrata y los grupos aliados con los demócratas como Swing Left e Indivisible están usando el software de MobilizeAmerica y otras herramientas digitales sofisticadas para enviar ese mensaje, reclutar a voluntarios y canalizarlos hacia donde harán la mayor diferencia.
Por ejemplo, la página de Internet del Comité de Campaña Demócrata del Congreso permite a los visitantes teclear su dirección, ubicar los distritos de la Cámara de Representantes más cercanos disponibles y saber cómo ayudar a los candidatos demócratas ahí. No sólo pide donaciones; también enumera los turnos para hacer llamadas telefónicas de invitación al voto en los que falta personal.
“Básicamente, estamos armando a la gente”, me dijo Dan Sena, director ejecutivo del DCCC. Enfatizó que no vivir en un distrito donde el voto puede cambiar “no significa que no haya nada que hacer para recuperar la Cámara de Representantes”. Hacer llamadas telefónicas o enviar correos electrónicos de invitación al voto demócrata puede ser más tedioso que crear publicaciones atrevidas en las redes sociales como las que circulan entre amigos y les hablan a los mismos de siempre. Además, tal vez tenga un mayor impacto.
Hace unos días, Michelle Obama anunció que su principal contribución a las elecciones intermedias será aumentar la cantidad de votantes. Ella entiende que ya hay mucha palabrería y que no llega a más. La cantidad de votos es lo que decidirá nuestro destino… y el de Trump.
Algunas de esas cantidades se ven bien. En el segundo trimestre de 2018, alrededor de 55 candidatos demócratas a la Cámara de Representantes recaudaron más dinero que los republicanos en funciones contra los que contienden.
No obstante, no todas las primarias de este año han producido el tipo de participación que los demócratas habían esperado; algunos sugirieron que el compromiso de los republicanos es tan fuerte como el de los demócratas.
“Sí nos preocupan algunas cosas”, afirmó Sena. Luego de esta última semana desdichada y que nos dejó estupefactos, es hora de disiparlas.
¿Nuestra disciplina está a la altura de nuestro enojo?, ¿y nuestra voluntad? Una participación de electores que se oponen a Trump lo suficientemente grande superaría las fuerzas de la manipulación y aplastaría a los hermanos Koch. La lucha puede no ser justa, pero su resultado no está predestinado. Hay una posibilidad –una excelente– de ponerle freno a los peores impulsos del presidente y limitar el daño que está causando, pero tenemos que aprovecharla.
No podemos depender de Robert Mueller, el fiscal especial, porque no sabemos qué acabará informando o si, después de la ardiente campaña para desacreditarlo, golpeará a Trump. Sin embargo, las elecciones sí golpean. Pregúntele a Hillary Clinton.
Para mitigar el ataque de Trump a nuestra democracia, tenemos que usar nuestra democracia. Podemos restablecer la fe en ella teniendo fe en ella. A pesar de toda su corrupción y defectos, sigue otorgándonos un poder –a través de nuestros votos– que está incluso por encima del poder del presidente más hambriento de poder.