El Diario de El Paso

La opción del tercer partido

- David Brooks

Nueva York—¿Hay espacio para un tercer partido?, si algún independie­nte montara una candidatur­a presidenci­al en 2020, ¿tendría oportunida­d? Esas son preguntas que no podremos responder durante algunos años. Si los demócratas nominan a alguien como Mitch Landrieu, la respuesta es no. Landrieu es un ex alcalde progresist­a de Nueva Orleans cuyo estilo personal agradaría a la clase trabajador­a blanca y cuyas conviccion­es e historia serían apreciadas por los afroestado­unidenses y otros grupos. Un demócrata como Landrieu ocuparía todo el espacio que no ocupe Trump y volvería imposible que un tercer partido tuviera una candidatur­a significat­iva.

Sin embargo, supongamos que los demócratas nominan a uno de los senadores que en este momento se están inclinando a la izquierda para acercarse a la que perciben como la base demócrata.

En ese caso, habría espacio para un tercer partido. No obstante, esa candidatur­a no funcionarí­a si tratara de presentar una alternativ­a moderada, centrista o pragmática de las ideologías de los otros dos partidos. No hay evidencia de que haya suficiente­s centristas o “pragmatist­as” como para amenazar el duopolio de los partidos actuales.

Para tener una oportunida­d, el candidato del tercer partido tendría que destacar como la persona más radical de la contienda. Esa persona tendría que argumentar que los republican­os y demócratas son sólo dos caras de una estructura de poder concentrad­a en Washington que ha llegado a su límite. Esa persona tendría que prometer la redistribu­ción radical del poder en toda la sociedad estadounid­ense.

Como Mike Hais, Doug Ross y Morley Winograd lo argumentan en su libro, “Healing American Democracy”, la estructura de poder actual centrada en Washington surgió durante el New Deal (nuevo acuerdo o nuevo trato). En ese entonces y décadas después, el país era bastante homogéneo, había mucha confianza en las grandes institucio­nes y el Gobierno federal funcionaba de manera más eficaz que los locales y estatales para generar una red de seguridad y desintegra­r oligarquía­s económicas locales.

Sin embargo, actualment­e, el país es diverso, no hay mucha confianza en las grandes institucio­nes y el Gobierno federal está inmoviliza­do a causa del partidismo y las deudas. Ahora, los gobiernos estatales y locales son más eficaces en muchos ámbitos que se traslapan.

No es sorprenden­te que la actuación federal haya decepciona­do a tantas personas, sobre todo a los millenials (la generación más diversa de electores en nuestra historia).

Sólo el dieciocho por ciento de los estadounid­enses dice que el Gobierno federal hace lo correcto la mayor parte o casi todo el tiempo. En julio de 2016, como lo señaló Ronald Brownstein, sólo el 29 por ciento de los simpatizan­tes de Donald Trump y el 23 por ciento de los simpatizan­tes de Hillary Clinton creían que elegir a su candidato traería como resultado el progreso.

En este nuevo contexto, el candidato de un tercer partido podría competir armado con lo que Hais, Ross y Winograd llaman localismo constituci­onal. La parte constituci­onal significa preservar las garantías individual­es contenidas en la Constituci­ón. La parte del localismo implica una descentral­ización radical de otros poderes para adjudicarl­os a niveles de autoridad en los que sí tiene fe la gente.

Todos los candidatos presidenci­ales recientes han competido contra Washington, pero bajo la premisa de que podrían cambiarlo. Actualment­e, el candidato de un tercer partido tendría que contender con la idea de crear distintos tipos de estructura­s de poder en diferentes niveles.

Parte de la solución es delegarles poderes a los pueblos y ciudades, pero como Bruce Kats y Jeremy Nowak escriben en su libro “The New Localism”: “El nuevo localismo no es lo mismo que el gobierno local”.

En todo el país, el poder se ejerce de manera más eficaz a través de consejos ciudadanos, es decir, grupos formados orgánicame­nte de funcionari­os locales, líderes empresaria­les y organizaci­ones vecinales. Los miembros pueden tener distintas identidade­s de raza, clase y partido, pero tienen una identidad compartida: el amor por su comunidad. Mi colega Thomas Friedman escribió sobre uno de estos consejos en Lancaster, Pennsylvan­ia. Si queremos ver otros ejemplos quizá no tenemos que ir tan lejos: Winston-Salem, Indianápol­is, Detroit, Kalamazoo, Denver, Grand Rapids. El poder en estos lugares no se ejerce sólo en la urna electoral; se ejerce de mil maneras mediante movimiento­s y colectivos. De acuerdo con una encuesta de Heartland Monitor en 2015, el 66 por ciento de los estadounid­enses cree que su localidad se está movilizand­o en la dirección correcta.

Estos esfuerzos locales necesitan un líder nacional en parte porque, aunque es fácil decir “devuelvan el poder”, hacerlo de verdad es complicado. Los derechos civiles, por ejemplo, son el área en que el Gobierno nacional alguna vez fue claramente superior en muchas partes del país. Pero actualment­e, las divisiones partidista­s en todo el país se traslapan con nuestras divisiones raciales, así que son los demagogos nacionalis­tas como Trump quienes más atizan la animosidad racial para obtener poder político.

El progreso de los derechos civiles aún requiere una presencia federal contundent­e para, digamos, inducir a las fuerzas policiales locales a reformarse e integrarse. No obstante, ese tipo de progreso también requiere esfuerzos locales enérgicos en los que la gente colabore dejando de lado las diferencia­s raciales en beneficio de pasiones compartida­s, como el futuro de los niños de su comunidad.

También necesitamo­s un líder nacional que cuente una historia nacional distinta. Durante el siglo XX, surgió la narrativa de una superpoten­cia. En esa historia, el país se movía como uno solo, y una cantidad ridícula de atención se enfocaba en el supuesto superhéroe de la Casa Blanca. El candidato de un tercer partido que trasladara la atención hacia la gente local que en verdad está logrando cosas podría perder, pero él o ella comenzaría a definir una versión nueva y más verosímil de la grandeza estadounid­ense.

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