La opción del tercer partido
Nueva York—¿Hay espacio para un tercer partido?, si algún independiente montara una candidatura presidencial en 2020, ¿tendría oportunidad? Esas son preguntas que no podremos responder durante algunos años. Si los demócratas nominan a alguien como Mitch Landrieu, la respuesta es no. Landrieu es un ex alcalde progresista de Nueva Orleans cuyo estilo personal agradaría a la clase trabajadora blanca y cuyas convicciones e historia serían apreciadas por los afroestadounidenses y otros grupos. Un demócrata como Landrieu ocuparía todo el espacio que no ocupe Trump y volvería imposible que un tercer partido tuviera una candidatura significativa.
Sin embargo, supongamos que los demócratas nominan a uno de los senadores que en este momento se están inclinando a la izquierda para acercarse a la que perciben como la base demócrata.
En ese caso, habría espacio para un tercer partido. No obstante, esa candidatura no funcionaría si tratara de presentar una alternativa moderada, centrista o pragmática de las ideologías de los otros dos partidos. No hay evidencia de que haya suficientes centristas o “pragmatistas” como para amenazar el duopolio de los partidos actuales.
Para tener una oportunidad, el candidato del tercer partido tendría que destacar como la persona más radical de la contienda. Esa persona tendría que argumentar que los republicanos y demócratas son sólo dos caras de una estructura de poder concentrada en Washington que ha llegado a su límite. Esa persona tendría que prometer la redistribución radical del poder en toda la sociedad estadounidense.
Como Mike Hais, Doug Ross y Morley Winograd lo argumentan en su libro, “Healing American Democracy”, la estructura de poder actual centrada en Washington surgió durante el New Deal (nuevo acuerdo o nuevo trato). En ese entonces y décadas después, el país era bastante homogéneo, había mucha confianza en las grandes instituciones y el Gobierno federal funcionaba de manera más eficaz que los locales y estatales para generar una red de seguridad y desintegrar oligarquías económicas locales.
Sin embargo, actualmente, el país es diverso, no hay mucha confianza en las grandes instituciones y el Gobierno federal está inmovilizado a causa del partidismo y las deudas. Ahora, los gobiernos estatales y locales son más eficaces en muchos ámbitos que se traslapan.
No es sorprendente que la actuación federal haya decepcionado a tantas personas, sobre todo a los millenials (la generación más diversa de electores en nuestra historia).
Sólo el dieciocho por ciento de los estadounidenses dice que el Gobierno federal hace lo correcto la mayor parte o casi todo el tiempo. En julio de 2016, como lo señaló Ronald Brownstein, sólo el 29 por ciento de los simpatizantes de Donald Trump y el 23 por ciento de los simpatizantes de Hillary Clinton creían que elegir a su candidato traería como resultado el progreso.
En este nuevo contexto, el candidato de un tercer partido podría competir armado con lo que Hais, Ross y Winograd llaman localismo constitucional. La parte constitucional significa preservar las garantías individuales contenidas en la Constitución. La parte del localismo implica una descentralización radical de otros poderes para adjudicarlos a niveles de autoridad en los que sí tiene fe la gente.
Todos los candidatos presidenciales recientes han competido contra Washington, pero bajo la premisa de que podrían cambiarlo. Actualmente, el candidato de un tercer partido tendría que contender con la idea de crear distintos tipos de estructuras de poder en diferentes niveles.
Parte de la solución es delegarles poderes a los pueblos y ciudades, pero como Bruce Kats y Jeremy Nowak escriben en su libro “The New Localism”: “El nuevo localismo no es lo mismo que el gobierno local”.
En todo el país, el poder se ejerce de manera más eficaz a través de consejos ciudadanos, es decir, grupos formados orgánicamente de funcionarios locales, líderes empresariales y organizaciones vecinales. Los miembros pueden tener distintas identidades de raza, clase y partido, pero tienen una identidad compartida: el amor por su comunidad. Mi colega Thomas Friedman escribió sobre uno de estos consejos en Lancaster, Pennsylvania. Si queremos ver otros ejemplos quizá no tenemos que ir tan lejos: Winston-Salem, Indianápolis, Detroit, Kalamazoo, Denver, Grand Rapids. El poder en estos lugares no se ejerce sólo en la urna electoral; se ejerce de mil maneras mediante movimientos y colectivos. De acuerdo con una encuesta de Heartland Monitor en 2015, el 66 por ciento de los estadounidenses cree que su localidad se está movilizando en la dirección correcta.
Estos esfuerzos locales necesitan un líder nacional en parte porque, aunque es fácil decir “devuelvan el poder”, hacerlo de verdad es complicado. Los derechos civiles, por ejemplo, son el área en que el Gobierno nacional alguna vez fue claramente superior en muchas partes del país. Pero actualmente, las divisiones partidistas en todo el país se traslapan con nuestras divisiones raciales, así que son los demagogos nacionalistas como Trump quienes más atizan la animosidad racial para obtener poder político.
El progreso de los derechos civiles aún requiere una presencia federal contundente para, digamos, inducir a las fuerzas policiales locales a reformarse e integrarse. No obstante, ese tipo de progreso también requiere esfuerzos locales enérgicos en los que la gente colabore dejando de lado las diferencias raciales en beneficio de pasiones compartidas, como el futuro de los niños de su comunidad.
También necesitamos un líder nacional que cuente una historia nacional distinta. Durante el siglo XX, surgió la narrativa de una superpotencia. En esa historia, el país se movía como uno solo, y una cantidad ridícula de atención se enfocaba en el supuesto superhéroe de la Casa Blanca. El candidato de un tercer partido que trasladara la atención hacia la gente local que en verdad está logrando cosas podría perder, pero él o ella comenzaría a definir una versión nueva y más verosímil de la grandeza estadounidense.