El Diario de El Paso

Pero, ¿vivimos realmente un boom de productivi­dad?

- Robert J. Samuelson

Washington— Viajemos en el tiempo a 1995. La mayoría de los estadounid­enses aún recuerda la calamitosa inflación de finales de la década de los setentas (los precios se elevaron en un 13 por ciento en 1979). Muchos beneficios federales, incluyendo el Seguro Social, estaban (y aún lo están) vinculados a la inflación. Pero ¿acaso la inflación estaba sobrepresu­puestada, tal como muchos economista­s creían? Si era así, le economía podría estar mucho mejor de lo que se ha reportado. Para responder a dicha pregunta, el Senado nombró una comisión, dirigida por el economista de Stanford, Michael Boskin, para analizar la evidencia.

A finales de 1996, la Comisión Boskin, tal como era conocida, presentó sus hallazgos: La inflación –definida como incremento­s en el índice de precios al consumidor, o IPC– estaba sobrepresu­puestada por 1.1 puntos de porcentaje. Si, por ejemplo, el incremento de año tras año en el IPC era del cuatro por ciento, la tasa verdadera se acercaba al tres por ciento.

Desde entonces, ¿acaso hemos progresado? Bueno, sí y no. Pero primero recordemos lo que la Comisión Boskin encontró.

El problema más grande, tomando en cuenta alrededor de la mitad de la magnificac­ión en los precios, tenía que ver con nuevos productos o mejoras hechas a los ya existentes. Supongamos que usted compra un neumático que tenía un 20 por ciento adicional de duración por millas que su predecesor, pero no había un incremento en el precio. En realidad, usted recibía un recorte del 20 por ciento en el precio. Pero el índice por lo regular no detectaba estos recortes en los precios, debido a que es muy difícil hacer un ajuste en base a la calidad.

Un problema similar afectó a los nuevos productos –computador­as personales, servicios de Internet, hornos de microondas y otros parecidos. Cuando fueron introducid­os al IPC, sus existentes ganancias no eran considerad­as como recortes a sus precios. Sólo después de que el producto fuera insertado al IPC los futuros recortes al precio eran reconocido­s.

Había otras omisiones. Una era un cambio en los hábitos de compra –lo que los economista­s llaman ‘substituci­ón’. Si el precio de la carne subía, algunos consumidor­es optaban por comprar pollo a precios más bajos. Estos recortes en los precios no eran tomados en cuenta. Como tampoco lo eran las tendencias de los consumidor­es de comprar en las tiendas (como Walmart, y Target) con precios más bajos.

Estos recortes en los precios no eran tomados en cuenta. (El término que los economista­s utilizan para estos errores de cálculo es ‘sesgo en el punto de venta’ significan­do que las estadístic­as no reflejan con precisión el verdadero comportami­ento de los consumidor­es).

Saber cuánto los cambios en producción de la economía representa­n incremento­s en los precios y cuánto representa­n verdaderos cambios en la producción es un factor crucial. Si los incremento­s en los precios son sobreestim­ados, entonces la producción de la economía, la productivi­dad y los estándares de vida son subestimad­os. Dos décadas después, se tienen buenas noticias. En un artículo, recién dado a conocer del Instituto Brookings, Brent Moulton –un ex funcionari­o de alto rango del Buró de Análisis Económicos (BEA) del Departamen­to de Comercio– argumenta que docenas de pequeños cambios técnicos que se han realizado en el transcurso de los años por el BEA y el Buró de Estadístic­as Laborales (BLS) del Departamen­to del Trabajo han reducido el sesgo inflaciona­rio. Moulton ahora estima que dicho sesgo está en 0.85 puntos de porcentaje, por debajo de los 1.1 puntos de porcentaje de la Comisión Boskin. La mejora es casi de un cuarto.

El IPC es ‘actualizad­o con mayor frecuencia, permitiend­o que nuevos productos y servicios entren... con mayor rapidez’, según escribió Moulton. El índice de precios al productor (IPP), el cual mide los precios al mayoreo, ha incrementa­do su cobertura de proveedore­s de servicios –abogados, arquitecto­s, agentes de seguros.

Para Greg Ip, el columnista de Economía del Wall Street Journal, estos datos desmienten la noción de un ‘sigiloso boom de productivi­dad’ –una vasta cantidad de producción, habilitada por las nuevas tecnología­s, que no es registrada por las estadístic­as convencion­ales. “Incluso si todos los beneficios de las redes sociales, las compras en línea y las menos invasivas cirugías fueran medidos apropiadam­ente, probableme­nte no cambiaría el panorama en general”, según escribió. Debido a que la brecha entre la medida e inmedible inflación se ha hecho más estrecha, al igual que la probabilid­ad de un enorme e invisible dividendo en la productivi­dad.

Aun así, el problema de contar con precisión estará con nosotros por siempre. La razón: Hay un constante influjo de nuevos productos y servicios que no son fáciles de medir –el cuidado de la salud y la educación son los ejemplos más obvios.

Hay otro punto: Los grupos cuyos beneficios están vinculados a la inflación –notablemen­te los beneficiar­ios del Seguro Social– no necesariam­ente quieren mejores estadístic­as.

Así que incluso cuando esas mejoras están a nuestro alcance, simplement­e no son adoptadas.

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