Pero, ¿vivimos realmente un boom de productividad?
Washington— Viajemos en el tiempo a 1995. La mayoría de los estadounidenses aún recuerda la calamitosa inflación de finales de la década de los setentas (los precios se elevaron en un 13 por ciento en 1979). Muchos beneficios federales, incluyendo el Seguro Social, estaban (y aún lo están) vinculados a la inflación. Pero ¿acaso la inflación estaba sobrepresupuestada, tal como muchos economistas creían? Si era así, le economía podría estar mucho mejor de lo que se ha reportado. Para responder a dicha pregunta, el Senado nombró una comisión, dirigida por el economista de Stanford, Michael Boskin, para analizar la evidencia.
A finales de 1996, la Comisión Boskin, tal como era conocida, presentó sus hallazgos: La inflación –definida como incrementos en el índice de precios al consumidor, o IPC– estaba sobrepresupuestada por 1.1 puntos de porcentaje. Si, por ejemplo, el incremento de año tras año en el IPC era del cuatro por ciento, la tasa verdadera se acercaba al tres por ciento.
Desde entonces, ¿acaso hemos progresado? Bueno, sí y no. Pero primero recordemos lo que la Comisión Boskin encontró.
El problema más grande, tomando en cuenta alrededor de la mitad de la magnificación en los precios, tenía que ver con nuevos productos o mejoras hechas a los ya existentes. Supongamos que usted compra un neumático que tenía un 20 por ciento adicional de duración por millas que su predecesor, pero no había un incremento en el precio. En realidad, usted recibía un recorte del 20 por ciento en el precio. Pero el índice por lo regular no detectaba estos recortes en los precios, debido a que es muy difícil hacer un ajuste en base a la calidad.
Un problema similar afectó a los nuevos productos –computadoras personales, servicios de Internet, hornos de microondas y otros parecidos. Cuando fueron introducidos al IPC, sus existentes ganancias no eran consideradas como recortes a sus precios. Sólo después de que el producto fuera insertado al IPC los futuros recortes al precio eran reconocidos.
Había otras omisiones. Una era un cambio en los hábitos de compra –lo que los economistas llaman ‘substitución’. Si el precio de la carne subía, algunos consumidores optaban por comprar pollo a precios más bajos. Estos recortes en los precios no eran tomados en cuenta. Como tampoco lo eran las tendencias de los consumidores de comprar en las tiendas (como Walmart, y Target) con precios más bajos.
Estos recortes en los precios no eran tomados en cuenta. (El término que los economistas utilizan para estos errores de cálculo es ‘sesgo en el punto de venta’ significando que las estadísticas no reflejan con precisión el verdadero comportamiento de los consumidores).
Saber cuánto los cambios en producción de la economía representan incrementos en los precios y cuánto representan verdaderos cambios en la producción es un factor crucial. Si los incrementos en los precios son sobreestimados, entonces la producción de la economía, la productividad y los estándares de vida son subestimados. Dos décadas después, se tienen buenas noticias. En un artículo, recién dado a conocer del Instituto Brookings, Brent Moulton –un ex funcionario de alto rango del Buró de Análisis Económicos (BEA) del Departamento de Comercio– argumenta que docenas de pequeños cambios técnicos que se han realizado en el transcurso de los años por el BEA y el Buró de Estadísticas Laborales (BLS) del Departamento del Trabajo han reducido el sesgo inflacionario. Moulton ahora estima que dicho sesgo está en 0.85 puntos de porcentaje, por debajo de los 1.1 puntos de porcentaje de la Comisión Boskin. La mejora es casi de un cuarto.
El IPC es ‘actualizado con mayor frecuencia, permitiendo que nuevos productos y servicios entren... con mayor rapidez’, según escribió Moulton. El índice de precios al productor (IPP), el cual mide los precios al mayoreo, ha incrementado su cobertura de proveedores de servicios –abogados, arquitectos, agentes de seguros.
Para Greg Ip, el columnista de Economía del Wall Street Journal, estos datos desmienten la noción de un ‘sigiloso boom de productividad’ –una vasta cantidad de producción, habilitada por las nuevas tecnologías, que no es registrada por las estadísticas convencionales. “Incluso si todos los beneficios de las redes sociales, las compras en línea y las menos invasivas cirugías fueran medidos apropiadamente, probablemente no cambiaría el panorama en general”, según escribió. Debido a que la brecha entre la medida e inmedible inflación se ha hecho más estrecha, al igual que la probabilidad de un enorme e invisible dividendo en la productividad.
Aun así, el problema de contar con precisión estará con nosotros por siempre. La razón: Hay un constante influjo de nuevos productos y servicios que no son fáciles de medir –el cuidado de la salud y la educación son los ejemplos más obvios.
Hay otro punto: Los grupos cuyos beneficios están vinculados a la inflación –notablemente los beneficiarios del Seguro Social– no necesariamente quieren mejores estadísticas.
Así que incluso cuando esas mejoras están a nuestro alcance, simplemente no son adoptadas.