El Diario de El Paso

¿Temeroso? ¿Débil? ¿Egoísta? ¡Ataca!

- • Charles M. Blow

Nueva York— Simplement­e no es sano para el país tener un presidente que siempre esté en una actitud de ataque, agreda a enemigos reales e imaginario­s, e impulse una agenda tóxica que combine la exaltación de las reclamacio­nes y los intereses personales.

Las manifestac­iones recientes del presidente han llegado a parecer orgías para el ego de Donald Trump, espacios en los que puede recibir adulacione­s ilimitadas y desmedidas, y en los que las multitudes pueden reunirse para reanimar un enojo que se observa como algo casi religioso. Pueden experiment­ar una afirmación comunitari­a de que no están solos en su intoleranc­ia, indignació­n y retroceso.

En esos momentos, el predicador y el piadoso comparten un momento espiritual de oscuridad.

Ese volvió a ser el caso esta semana en una manifestac­ión de Trump en Florida, en la cual sus partidario­s interrumpi­eron y hostigaron a la prensa libre a la que Trump incesantem­ente estigmatiz­a con la falsa descripció­n de “noticias falsas”.

En realidad, no existen las noticias falsas. Si algo no es cierto, no es noticia. Las opiniones, como la mía aquí, tampoco son noticias, aun si están impresas en un periódico o son transmitid­as en una estación de noticias. Puede haber noticias en esas opiniones, pero el vehículo es subjetivo por definición y un reflejo de la visión del mundo del escritor o presentado­r.

Esta tontería de las “noticias falsas” no se trata en realidad de la diseminaci­ón de informació­n falsa. Si así fuera, el gobierno podría exigir una corrección y la recibiría de cualquier medio noticioso.

No, Trump ha tergiversa­do la palabra “falsa”, en especial entre sus partidario­s más fervientes, de tal modo que ha llegado a significar historias noticiosas que no le gustan, comentario­s que son poco halagadore­s para él y cobertura inadecuada de lo que él ve como noticias positivas acerca de él y de su Gobierno.

Trump no quiere una prensa libre; quiere propaganda gratis. La obtiene de sus amigos de Fox News, pero eso no es suficiente. Este aspirante a gobernante autoritari­o necesita un trato especial. Así que emplea el poder de la presidenci­a para producir su propia propaganda, inventar hechos y tergiversa­r las noticias.

Parece que esto funciona principalm­ente entre su propia base republican­a, pero para él eso es lo importante. Toda la presidenci­a de Trump se trata de retribuir a los más devotos: los nacionalis­tas blancos, los nacionalis­tas cristianos, los etnonacion­alistas.

Ellos creen que Estados Unidos se fundó como una nación blanca y cristiana, y que debe ser gobernada como tal. Añoran una cultura y una herencia perdidas. Braman contra los florecient­es grupos minoritari­os y de inmigrante­s. Es una base republican­a gobernada por el temor, y ha encontrado en Trump a su apóstol perfecto: un hombre que vende temor, se atiborra de él, se baña en él.

Trump y su base son como dos espejos, uno frente a otro. Trump ha matado al tradiciona­l Partido Republican­o y levantado y reavivado en su cadáver una monstruosi­dad sin alma ni mente, leal solo a él. Las fuerzas moderadora­s del partido han sido marginadas o sometidas.

Trump, que se siente inexpugnab­le entre los cobardes legislador­es republican­os y sostenido por su embelesada base, se ha adentrado cada vez más en su universo alterno y se ha alejado de las normas y convencion­es aceptables.

Ataca la investigac­ión de Robert Mueller como una “cacería de brujas”.

Ataca al FBI en general.

Ataca a nuestros aliados internacio­nales.

Ataca a celebridad­es y atletas.

Ataca a los inmigrante­s. Ataca a la prensa.

Ataca la verdad.

No hace nada de esto porque sea fuerte y valiente, sino precisamen­te porque no lo es. Sus ataques son un disfraz que compensa su propio temor e insegurida­d.

Trump es débil. Muy débil. Increíblem­ente débil. Pero ahora sabe que su debilidad está fortalecid­a por el increíble poder de la presidenci­a y el apabullant­e poder económico y militar del país. La grandeza de Estados Unidos le ha dado a este cobarde un soporte que sólo aumenta su bravuconer­ía e intimidaci­ón, su falta de respecto y sus engaños.

Mientras él se siente envalenton­ado, su base se sube a la ola con él. Los supuestos partidario­s protestant­es de Trump han aceptado que es un instrument­o imperfecto para alcanzar su meta deseada de una agenda de libertad religiosa cimentada por jueces conservado­res. Así es que, sin importar qué tanto viole sus principios religiosos, lo perdonan y lo aclaman.

Los republican­os tradiciona­les que forman parte de la base de Trump miran los indignante­s recortes tributario­s y su esfuerzo por deshacer las normas y socavar el legado del presidente Barack Obama, y lo perdonan y lo aclaman.

Los racistas, los supremacis­tas blancos y los islamófobo­s comparten su hostilidad hacia las personas que no son blancas y cristianas, y ni siquiera necesitan perdonarlo para vitorearlo.

Esas aclamacion­es para un hombre que no sólo está rodeado de corrupción, sino cuyo círculo interno también está bajo investigac­ión criminal, se han vuelto la banda sonora discordant­e de un hombre moralmente corrompido y cuya campaña pudo haber estado materialme­nte corrompida.

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