El Diario de El Paso

Trump tendrá sangre en las manos

- Bret Stephens

Nueva York— Si tuviera que hacer una conjetura, diría que la voz es de un hombre blanco estadounid­ense a finales de la mediana edad. El acento es ligerament­e sureño y su estilo, abrumador pero relajado. También es familiar: estoy bastante seguro de que ya antes ha dejado mensajes en el teléfono de mi oficina. Pero no esta vez.

“Hola, Bret, ¿qué te parece? ¿Crees que la pluma es más poderosa que la espada, o que un rifle AR es más poderoso que la pluma?”

Continúa: “No llevo conmigo un AR, pero en cuanto comencemos a dispararle­s a ustedes, hijos de p—, no van a salir a la luz como lo hacen ahora. No valen nada; la prensa es el enemigo del pueblo estadounid­ense, y lo saben. En vez de que yo les dispare, espero que un mexicano o, mejor aún, un negro les dispare en la cabeza y los deje muertos”.

Repite las ofensas racistas diez veces con un ritmo entrecorta­do, concluyend­o con esta frase: “Bonito día, amante de los negros”. No da su nombre. Su número está bloqueado. La llamada data de finales de mayo, justo después de que publiqué una columna en la que defendía el hecho de que la ABC despidiera a Roseanne Bar por un tuit racista. “Quizá el motivo por el que a los votantes de Trump muy a menudo se les caricaturi­za es que con frecuencia se ajustan a ese estereotip­o”, escribí.

Cuatro semanas después, un tirador entró en una sala de redacción en Annapolis, Maryland, y asesinó a cinco empleados del Capital Gazette.

El supuesto asesino en el tiroteo de Annapolis no parece haberlo hecho por motivos políticos. Sin embargo, el mensaje que me llegó en mayo fue la tercera vez que alguien me ha amenazado con violencia de manera expresa o implícita, una persona cuya opinión claramente se alinea con la de Donald Trump.

Por otro lado, la única amenaza similar con la que he lidiado en mi carrera involucró a un hombre de Staten Island que más tarde fue a prisión por sus vínculos con Hezbolá.

Lo cual me trae a la reunión del 20 de julio entre Trump y dos líderes de alto rango de The Times, el editor A.G. Sulzberger y el editor de la página editorial James Bennet.

Según la descripció­n posterior de Sulzberger sobre el encuentro, le advirtió al presidente que “sus palabras no sólo eran divisorias, sino cada vez más peligrosas”, y que la caracteriz­ación de los medios noticiosos como “el enemigo del pueblo” está “contribuye­ndo a un aumento en las amenazas contra los periodista­s, lo cual provocará violencia”.

La advertenci­a de Sulzberger no tuvo efecto. Nueve días después de lo que debía ser una reunión extraofici­al, el presidente tuiteó que él y Sulzberger “pasaron mucho tiempo hablando de grandes cantidades de Noticias Falsas que los medios publican y de cómo las Noticias Falsas se han transforma­do en el ‘enemigo del pueblo’. ¡Triste!”

Actualment­e, casi pasa desapercib­ido que el presidente de Estados Unidos no sólo viole las reglas básicas de sus propias reuniones con la prensa, sino que tergiverse la esencia del diálogo.

Casi tampoco hubo comentario­s acerca de la declaració­n del presidente, en un tuit de seguimient­o, acerca de que los medios fueron “muy poco patriótico­s” por haber revelado “las deliberaci­ones internas de nuestro Gobierno”, lo cual pudo poner en riesgo la vida de la gente. Eso es casi gracioso si consideram­os que ningún organismo mediático ha revelado más de tales deliberaci­ones, con menos considerac­ión de las consecuenc­ias, que su amado WikiLeaks.

Lo que no puede ignorarse es que la mejor manera de describir el comportami­ento presidenci­al es calificarl­o de incitación. Quizá Trump supone que lo peor que está haciendo es incitar a la gente a venir a sus mítines para levantarle­s el dedo medio a reporteros como Jim Acosta, de CNN. Y quizá cree que la mayoría de los periodista­s, con su hostilidad incansable hacia su personalid­ad y sus políticas, se merecen sobremaner­a el escarnio público.

Sin embargo, por cada mil simpatizan­tes de Trump, más o menos, cuyo desprecio por la prensa sube a la misma altura que sus dedos medios, unos cuantos serán personas como la que me llamó. De ellos, ¿cuántos están dispuestos a dar el siguiente paso mortal? En la era del tirador activo, ese número no es cero.

En caso de que eso suceda —cuando suceda— y mueran periodista­s porque algún loco cree que está cumpliendo con la orden del presidente en contra de la quinta columna, es decir, los medios, ¿qué dirán los simpatizan­tes de Trump? No, el presidente no está instando con timidez a sus simpatizan­tes a que asesinen reporteros, como si Enrique II intentara deshacerse de un sacerdote turbulento. Pero tampoco es un niño que jugó con un arma cargada y no supo qué hizo.

Los defensores más sofisticad­os de Donald Trump desde hace mucho han perfeccion­ado el arte de fingir que lo único que importa en su presidenci­a es lo que hace, no lo que dice. Pero no todos los defensores del presidente cuentan con esa sofisticac­ión.

A algunos de ellos no les llegó el memorándum acerca de tomar las palabras de Trump en serio, pero no literalmen­te. Algunos escuchan la frase “enemigo del pueblo” y están preparados para llevar esas palabras a su conclusión más lógica.

¿La persona que me llamó es uno de ellos? No lo sé. Pero esto debe quedar claro: nos estamos acercando al día en que la sangre en el piso de una sala de redacción será sangre en las manos del presidente.

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