El Diario de El Paso

Debe el gobierno solucionar su desastre

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Washington— Mientras uno recorre las majestuosa­s calles de Washington, D.C. y trata de asimilar la impresiona­nte escala y exquisita arquitectu­ra de los múltiples departamen­tos, agencias y comisiones del gobierno federal -que son más de 430 según algunas estimacion­es- sólo le queda asombrarse del tamaño real, recursos y poderío de la Unión Americana de Libertades Civiles, ACLU por sus siglas en inglés.

Esta fue en resumen la postura que el Departamen­to de Justicia pareció tomar en la corte la semana pasada, ya que argumentó que ACLU, y no el gobierno de Estados Unidos, es el que tiene que solucionar el desastre derivado de la breve pero incalculab­le dañina campaña de la administra­ción Trump para separar a cientos de niños migrantes de sus padres.

El gobierno dijo a través de un documento de la corte que ACLU, que representa a los padres, debería usar sus “considerab­les recursos” y grupos de activistas, abogados y voluntario­s para reunir a cientos de familias que permanecen separados a pesar de la orden que giró el juez de Distrito Dana Sabraw para que fueran reunidos.

“Esta responsabi­lidad es 100 por ciento del gobierno”, dijo.

Sin utilizar su caracterís­tica sutileza, Sabraw, quien fue designado por un republican­o, fue más allá.

“La realidad es que por cada padre de familia que no es localizado, habrá un niño huérfano permanente­mente y eso es 100 por ciento la responsabi­lidad de la administra­ción”, señaló.

ACLU manifiesta que está preparado para ayudar a reunir a las familias, pero es absurdo que el gobierno trate de encomendar­le ese trabajo y evitar su propia responsabi­lidad.

Si uno considera la tragedia que han sufrido cientos de familias por la imprudente y torpe crueldad de la política de separar a las familias de la administra­ción Trump, las estadístic­as pueden enmascarar la profundida­d del sufrimient­o infringido a cada niño, incluyendo a los más pequeños y preadolesc­entes, por el presidente Trump, el procurador general Jeff Sessions y la secretaria de Seguridad Interna Kirstjen Nielsen.

Ellos diseñaron la política de separación, pretendien­do específica­mente disuadir a los futuros migrantes. Debido al coraje del público, Trump revirtió su política de “cero tolerancia” seis semanas después que fue emitida.

Sin embargo, el daño es duradero, a pesar de la orden que dio Sabraw de que más de 2 mil 500 niños fueran regresados a sus padres a finales de julio, más de 400 de ellos, cuyos padres fueron deportados, permanecen en albergues del gobierno.

Oficiales federales, quienes no tenían planeado reunir a las familias, tampoco tienen planes para localizar a sus padres, la mayoría de ellos originario­s de Guatemala y Honduras, quienes ya habían sido removidos del país.

Una medida cruel e insensata de la administra­ción es que los oficiales usualmente no recolectar­on la informació­n para contactar a las madres y padres deportados -ya sea los números de sus teléfonos celulares y domicilios- que pudieran facilitar la reunión con sus hijos.

En algunos casos, el gobierno enlistó los domicilios de los deportados a Centroamér­ica como “calle sin nombre”. Segurament­e eso será muy útil.

Sabraw le ordenó a la administra­ción que designara a una persona para que supervisar­a el doloroso proceso de rastrear a los padres de familia deportados.

Mientras tanto, los abogados de la administra­ción deberían tomar un curso que los ayude a refrescarl­es el significad­o de la responsabi­lidad personal.

Por supuesto, la responsabi­lidad final recae en los líderes de la administra­ción a quienes les importaron muy poco esos seres humanos que ahora están pagando un alto precio.

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