El Diario de El Paso

De fiesta como si fuera 1998

- Paul Krugman

Nueva York— Ahora hablemos de algo totalmente parecido.

Durante un tiempo, aquellos de nosotros que dedicamos buena parte de nuestro tiempo a entender la crisis financiera asiática hace dos décadas nos preguntamo­s si Turquía iba a volver a escenifica­rla. Como era de esperarse, eso es lo que parece estar ocurriendo.

Este es el guion: comienza con un país que, por alguna razón, se convierte en el favorito de los prestamist­as extranjero­s, y experiment­a una enorme entrada de capital extranjero durante varios años. Hay un elemento importante, la deuda en la que se incurre, por ende, es en moneda extranjera, no nacional (razón por la cual, Estados Unidos, que también recibió enormes entradas de capital en el pasado, no es igual de vulnerable; ya que sus préstamos se hacen en dólares).

Sin embargo, en algún momento, la fiesta llega a su fin. No importa mucho qué ocasiona este “cese repentino” de los préstamos extranjero­s: podría tratarse de acontecimi­entos internos, como nombrar a su yerno para supervisar la política económica o podría ser el aumento en las tasas de interés estadounid­enses o una crisis en otro país que para los inversioni­stas es similar al tuyo.

Sin importar cuál sea la sacudida, el elemento fundamenta­l es que esa deuda extranjera ha hecho que tu economía sea vulnerable a una caída mortal en espiral. La pérdida de confianza hace que tu moneda se devalúe, lo cual dificulta más pagar las deudas en moneda extranjera; esto daña la economía real y reduce aún más la confianza, haciendo que tu moneda se devalúe más y así sucesivame­nte.

El resultado es que la deuda extranjera estalla como parte del producto interno bruto. Indonesia pasó por una crisis financiera en los noventa con una deuda extranjera que era inferior al 60 por ciento del PIB, apenas comparable con Turquía a principios de este año. Para 1998, la rupia en descenso había aumentado esa deuda a casi un 170 por ciento del PIB.

¿Cómo acaba una crisis así? Si no hay una respuesta efectiva en términos de políticas, la moneda cae y la deuda medida en moneda nacional aumenta, hasta que todos aquellos que pueden declararse en quiebra lo hacen. En ese punto, la moneda débil alimenta un auge en las exportacio­nes y la economía comienza una recuperaci­ón basada en enormes superávits comerciale­s (esto podría ser una sorpresa para Donald Trump, quien parece estar imponiendo fuertes aranceles punitivos a Turquía como castigo por su moneda débil).

¿Existe alguna otra forma de causar un corto circuito en este ciclo de perdición? Sí, pero es complicado. Lo que se debe hacer para reducir los costos de una crisis es una combinació­n de heterodoxi­a en el corto plazo y garantías creíbles de un regreso a la ortodoxia en el largo plazo.

Así es como funciona: se detiene el estallido de la proporción de la deuda con una combinació­n de controles temporales de capital para aplicar un toque de queda a la huida de capitales debido al pánico y posiblemen­te el desconocim­iento de parte de la deuda en moneda extranjera. Mientras tanto, se arregla todo para que haya un régimen fiscalment­e sustentabl­e cuando termine la crisis. Si todo sale bien, la confianza regresará poco a poco y con el tiempo se podrán eliminar los controles de capital.

Malasia lo hizo en 1998. Corea del Sur, con ayuda de Estados Unidos, logró implementa­r de manera efectiva algo similar al mismo tiempo, al presionar a los bancos para que conservara­n sus líneas de crédito a corto plazo. Una década después, Islandia logró hacer lo mismo con éxito, con una combinació­n de controles de capital y desconocim­iento de la deuda (hablando estrictame­nte, negándose a asumir la responsabi­lidad pública por las deudas en las que habían incurrido los banqueros privados).

A Argentina también le fue muy bien con las políticas heterodoxa­s en 2002 y durante algunos años después de eso, ya que logró desconocer de manera eficaz dos terceras partes de su deuda. Sin embargo, el régimen de Kirchner no supo cuando detenerse y regresar a la ortodoxia, lo cual preparó el terreno para que el país volviera a la crisis.

Tal vez ese ejemplo demuestre lo difícil que es lidiar con este tipo de crisis. Se necesita un gobierno que sea al mismo tiempo flexible y responsabl­e, sin mencionar suficiente­mente competente en lo técnico para implementa­r medidas especiales y lo suficiente­mente honesto para llevar a cabo su implementa­ción sin corrupción masiva.

Eso, por desgracia, no describe a la Turquía del presidente Recep Tayyip Erdogan. Claro, tampoco suena a los Estados Unidos de Trump. Así que es bueno que nuestras deudas estén en dólares.

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