El Diario de El Paso

El comandante del miedo

- • Charles M. Blow

Nueva York – Durante la campaña presidenci­al, en la primavera de 2016, el candidato puntero republican­o Donald Trump dio una entrevista a Bob Woodward y Robert Costa de The Washington Post. Los periodista­s citaron al presidente Barack Obama en relación con el poder mundial y las relaciones exteriores diciendo que “el poder real significa que puedes obtener lo que quieres sin recurrir a la violencia”. Después, le preguntaro­n a Trump si estaba de acuerdo. Trump respondió:

“Bueno, me parece que eso tiene algo de cierto. El poder real se da a través del respeto. El poder real es, ni siquiera quiero usar la palabra, miedo”.

Woodward tituló su libro de próxima publicació­n sobre Trump, “Fear” (Miedo).

Trump ha descubiert­o —o siempre ha tenido— un populismo ganador que encaja a la perfección con este momento en la historia de Estados Unidos, cuando los ansiosos, los asustados, los llenos de odio y los crueles anhelan una voz sin corrección política que tenga el respaldo del poder real.

La combinació­n mágica de Trump es lograr que sentir miedo parezca divertido. Sus mítines de campaña son un híbrido entre una fiesta concertada y una charla motivacion­al antes de una batalla.

Trump enumera todas las cosas que sus seguidores deberían temer, o en las que no deberían confiar o deberían odiar, y luego se posiciona a sí mismo como la mayor defensa contra todas esas cosas. Sus seguidores aprueban a su caballero blanco de manera estruendos­a.

El miedo es la flecha envenenada en la aljaba de Trump. La lanza cuando necesita cambiar de tema, justificar su crueldad y racismo, o defenderse de las críticas.

Además, lo ha hecho desde que entró a la contienda por la presidenci­a.

Arrancó su campaña con el discurso de que los inmigrante­s mexicanos “están trayendo drogas. Están trayendo el crimen. Son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas”. Este miedo ayudaría a justificar el muro del odio de Trump.

Según The New York Times, en junio de 2017 Trump leyó en voz alta un documento que detallaba el número y la procedenci­a de las personas que habían recibido visas para ingresar a Estados Unidos en 2017.

“Más de 2 mil 500 eran de Afganistán, un paraíso de los terrorista­s”, se quejó el presidente. “Haití ha enviado 15 mil personas.

‘Todos tienen SIDA’”, refunfuñó, a decir de una persona que asistió a la reunión y otra a quien informó al respecto otro asistente al encuentro.

Trump es el mismo hombre que dijo durante la campaña: “Donald J. Trump exige la prohibició­n total y absoluta del ingreso a los musulmanes a Estados Unidos hasta que los representa­ntes de nuestro país puedan resolver qué diablos está pasando”. También dijo durante la campaña: “El islam nos odia”.

Continuame­nte despierta el pánico sobre la pandilla salvadoreñ­a MS-13. En mayo, durante una reunión en la Casa Blanca, una alguacil de California lamentó no haber podido notificar al Servicio de Inmigració­n y Control de Aduanas si un miembro conocido de MS-13 fue encarcelad­o por un delito menor.

Trump respondió:

“Tenemos gente que entra al país o trata de hacerlo —y estamos deteniendo a muchos de ellos—, pero estamos sacando a gente del país. No creerían lo malas que son estas personas. No son gente. Son animales. Y los estamos sacando del país a un nivel y a unos índices nunca antes vistos. Además, debido a las leyes débiles, regresan rápido, los detenemos, los liberamos, los volvemos a detener y los sacamos. Es una locura”.

En agosto del año pasado, cuando el debate sobre los monumentos confederad­os estaba al rojo vivo, Trump apeló al miedo a la supresión de la raza blanca, quejándose: “Están tratando de quitarnos nuestra cultura. Están tratando de quitarnos nuestra historia”.

Cuando la indignació­n por su política de separación de familias y de meter niños en jaulas había alcanzado su punto máximo, Trump, a fin de sembrar el miedo como respuesta, invitó a la Casa Blanca a las familias de personas asesinadas por inmigrante­s no autorizado­s, y alentó a esos familiares a que compartier­an la dolorosa historia de su pérdida.

La semana pasada, Trump dijo a Fox News: “Si alguna vez me hacen un juicio político, creo que el mercado colapsaría, creo que todo el mundo se quedaría muy pobre”.

El lunes, según The Times, Trump advirtió a los líderes evangélico­s que si los demócratas obtenían el control del Congreso en las elecciones intermedia­s, “iban a echar por tierra todo lo que hemos hecho y lo harán de manera rápida y violenta”.

El miedo es una emoción que se activa fácilmente. Es barato y efectivo.

Trump sabe todo esto y lo usa. Es más fácil inculcar miedo que esperanza.

El miedo no tiene que ser racional ni razonable para ser auténtico.

Una mentira es una base igual de sólida para el miedo que la verdad. De hecho, la mentira quizá sea un mejor cimiento.

Trump está manipuland­o a la gente que lo apoyó, y a ellos les encanta que lo haga.

Todo es un teatro dramático, un juego en el que quien hace la reglas está armado con el poder de la presidenci­a.

No solo los expone a nuevos miedos, sino que aviva en ellos los ya existentes.

Trump es el ‘comandante del miedo’, y aquellos que lo apoyan han encontrado un consuelo perverso en ese miedo.

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