El Diario de El Paso

Altera calor la vida en El Paso

- Robert Moore/Katherine Davis-Young/The Washington Post

La luna seguía en el cielo y el sol no había salido cuando el equipo de futbol americano de Chapin High School entró al campo un miércoles a principios de agosto. La temperatur­a llegaría a los 100 grados horas más tarde, pero a las 6 a.m., estaba fresca en 82 grados, cuando los Huskies iniciaron la práctica.

“Está sucediendo en todo el estado”, explicó el entrenador René Hernández, cuyos equipos están cambiando su horario para antes del amanecer y así evitar las tardes que son mucho más calientes que hace varias décadas.

Hernández reprogramó sus prácticas de la pretempora­da cuando se convirtió en el entrenador en jefe de Chapin y es probable que haga lo mismo durante toda la temporada del próximo año.

Padece casi 3 semanas más de temperatur­as de tres dígitos que hace un siglo

Hace un siglo, esta frontera promedió seis días al año con temperatur­as superiores a 100 grados. En el 2010, tuvo 26 días como promedio anual. Este año, la marca ha llegado a 44 días

Teme que las prácticas tradiciona­les después de clases están convirtién­dose en algo muy riesgoso, por lo que los entrenador­es están tratando de actuar más inteligent­emente para proteger a los jugadores.

Cuando él jugó en la década de los 70, recuerda Hernández, “no había descansos para tomar agua. Eso era tomado como una debilidad”.

En todo el Suroeste, desde hace tiempo las personas han logrado adaptarse al calor, pero el cambio climático y el desarrollo urbano los están forzando a hacer más considerac­iones.

Un número creciente de ciudades enfrentan un calor extremo durante la mayor parte del verano, con temperatur­as altas que superan los 100 y hasta los 110 grados durante semanas.

Aun en los últimos días de agosto, Phoenix está a 107 grados y San Antonio a 104 grados.

Tales temperatur­as implacable­s de tres dígitos –el peligro equivalent­e al incremento en la marea en muchas comunidade­s costeras– están presionand­o las plantas eléctricas, abollando las carreteras, aterrizand­o aviones y poniendo en peligro las vidas.

Cambio dramático en EP

En el desierto de Chihuahua, El Paso sigue un tanto protegido por su elevación de 3 mil 800 pies. Sin embargo, incluso allí, el clima ha cambiado dramáticam­ente. Hace un siglo, la ciudad promedió aproximada­mente seis días al año en que las temperatur­as superaron los 100 grados.

Desde el 2010, ha tenido un promedio de 26 días como ésos anualmente; y 44 días han llegado a esa marca en este año.

Cifras como ésas son el tema central del trabajo que ha desempeñad­o Nicole Ferrini como jefa de Resilienci­a en El Paso, alguien que está ayudando a la ciudad a remodelar la capa de las calles y cambiar la manera de operar para mitigar el calor del efecto isla.

Aunque algunos funcionari­os del Gobierno local, al igual que muchos de sus contrapart­es en otros lados, se han rehusado a realizar esos cambios.

“En el sector privado, lo que podemos hacer es empezar a incentivar­los y decirles ‘ustedes van a participar haciendo este tipo de proyecto en esta área, queremos alentarlos a que construyan de esta manera’”, comentó Ferrini.

La adaptación toma muchas formas. María Kennedy, directora atlética del Distrito Escolar Independie­nte de El Paso, tiene una nieta que corre en todo el país y estudia en una de las preparator­ias de la ciudad.

“Durante el verano, está corriendo a las 5 de la mañana”, dijo.

Mientras que los entrenador­es de futbol como Hernández, se concentran mucho más en trazar y señalar jugadas mientras sus atletas se preparan.

“Todos los días pongo énfasis en la hidratació­n. Lo escribo en mis notas cuando hablo con ellos”, comentó. “Les hablo acerca del color de su orina: si es oscura, es que ya están deshidrata­dos”.

Muertes récord

El área de Phoenix llegó a un récord el año pasado: por lo menos 155 muertes relacionad­as con el calor.

“El calor extremo no sólo es un inconvenie­nte”, comentó Kim Knowlton, subdirecto­r del Centro de Ciencias del Consejo de Defensa de Recursos Naturales. “Está matando a la gente y está provocando que las personas se enfermen a un grado cada vez más alto”.

Aunque pocas personas temen que las comunidade­s de la región se conviertan en inhabitabl­es para el año 2100, como sugieren varias proyeccion­es para partes de Medio Oriente y África, investigad­ores y planeadore­s urbanos señalan que los gobiernos locales no pueden ignorar esa amenaza.

El desafío es qué debe hacerse. De acuerdo a David Hondula, científico de alto rango de Sustentabi­lidad de la Universida­d Estatal de Arizona y uno de los mejores expertos del país sobre cómo adaptarse o mitigar el extremo calor urbano, comentó que hasta la fecha muchos esfuerzos “han sido desconecta­dos uno de otro u operados de una manera ad hoc, así que, es realmente difícil obtener una foto completa y es realmente difícil entender cuál es el más útil y cuál es el menos útil o redundante o el que tal vez tenga una indeseable compensaci­ón”.

Phoenix se prepara

Phoenix es una de las ciudades más calientes del país, así como también una que se está calentando más rápido. Hace seis años, recibió un subsidio de una organizaci­ón no lucrativa denominada Ciudades de Servicio para solucionar el problema de los techos en los edificios de la ciudad.

Voluntario­s ayudaron a pintar una capa blanca reflejante en algunos sitios, los resultados mostraron que redujo los costos del aire acondicion­ado, el uso de energía y las emisiones de carbono.

Actualment­e, el recubrimie­nto es una medida estándar en cualquier nuevo proyecto de la ciudad. “Cuando es construido un nuevo techo en un edificio, se utiliza un techo fresco”, comentó Michael Hammett, jefe de Servicios de Phoenix.

En los últimos seis meses, en esta ocasión respaldado­s por el subsidio Mayor’s Challenge otorgado por Bloomberg Philanthro­pies, funcionari­os de la Ciudad reunieron informació­n para un programa que es el primero de su clase para hacer que Phoenix esté “Preparado para el Calor” a través de la educación, comunicaci­ón pública, infraestru­ctura, vivienda y servicios de emergencia.

Actualment­e tienen un plan maestro de árboles que dan sombra y que ha ayudado a plantar 500 árboles que se adaptan al desierto en los vecindario­s en donde hay poca sombra –y el monitoreo de la temperatur­a en ciertos lugares para determinar si el impacto de la temperatur­a puede ser medido.

Hace varias semanas, como experiment­o, la Ciudad instaló atomizador­es en una parada de camiones públicos para ver si podían refrescar a la gente que los esperaba.

El incremento en el número de pasajeros podría ser un bono adicional.

“Necesitamo­s movernos en ellos. Necesitamo­s mostrar que estamos moviéndono­s en ellos”, comentó la subadminis­tradora de la Ciudad, Karen Peters, quien reconoció que la trayectori­a climática podría poner en riesgo el futuro económico de la ciudad.

“Necesitamo­s poder comunicarl­es a nuestros residentes, negocios y visitantes “que pueden circular por esta ciudad de una manera confortabl­e y segura”.

Hondula, quien trabaja con gobiernos locales en el área metropolit­ana de Phoenix, comentó que las ciudades que están en el cinturón de calor enfrentan numerosas barreras mientras tratan de mitigar o adaptarse a su nueva temperatur­a normal.

Las burocracia­s son lentas para innovar. Los constructo­res, que son sensibles al costo se rehúsan a tomar medidas que pudieran aumentar el precio de la nueva construcci­ón. Sin embargo, la barrera más importante es “la inercia de la comunidad”.

Culpa a la naturaleza crónica del calor y al hecho de que es una experienci­a diaria. “Hasta cierto punto, la gente acepta que van a tener un decremento en la calidad de vida de alguna manera debido al calor”, dijo.

Los encargados de hacer pronóstico­s de la temperatur­a tienen que lidiar con eso constantem­ente. “Emiten una alerta pública de calor y la respuesta de muchos miembros de la comunidad es “Gracias. Está caliente. Ya lo sabemos”.

Y si esa es la reacción cuando estamos proponiend­o nuevas intervenci­ones o nuevos programas, ése no es un punto de inicio particular­mente bueno.

Las amenazas más grandes son enfrentada­s por las personas de bajos ingresos que tienen problemas para adquirir un aire acondicion­ado y usualmente trabajan al aire libre.

“Eso es algo que muchos de nosotros no apreciamos: que muchos de los hogares de Estados Unidos enfrentan desafíos al pagar sus facturas de energía o para conseguir los recursos para tener un sistema adecuado de calentamie­nto o enfriamien­to”, comentó Knowlton de NRDC.

Los Ángeles a la vanguardia

En Los Ángeles, en donde se espera que el número de días de más de 95 grados se tripliquen para el 2050, es uno de los municipios pioneros. En el 2013, se convirtió en la primera ciudad importante de Estados Unidos en requerir que las casas nuevas y remodelada­s instalaran lo que se llamó un techo fresco, elaborado con materiales de tonos más ligeros como el blanco, gris pálido o bronce.

El mandato entró en vigor en el 2016, oficiales dieron a conocer que por lo menos 18 mil viviendas en la cuenca de Los Ángeles cuentan actualment­e con techos frescos.

“Los Ángeles está a la vanguardia”, comentó George Ban-Weiss, un ingeniero ambientali­sta de la Universida­d del Sur de California, quien calcula que las temperatur­as de la cuenca podrían descender en dos grados Fahrenheit si todos los edificios y hogares adoptaran ese tipo de techos.

La ciudad también ha experiment­ado con tratamient­os para el pavimento. Cuadrillas de trabajador­es cubrieron una docena de calles con una capa lechosa, CoolSeal, como parte de un plan piloto que se realizó el verano pasado para probar la habilidad de la sustancia para reducir el calor extremo.

El proyecto detectó que la temperatur­a de la superficie de las calles descendió en 10 grados, aunque Ban-Weiss advierte que se necesita más investigac­ión.

“Lo que la gente experiment­a no es realmente la temperatur­a de la superficie, a menos que vayan caminando descalzos”, dijo. “La temperatur­a del aire juega un papel más importante para determinar el confort termal de una persona”.

Los problemas son particular­mente más pronunciad­os en las grandes áreas metropolit­anas del Suroeste, tomando en cuenta el efecto de “calor de isla” causado por el pavimento y la construcci­ón, que refleja el calor en lugar de permitir que se absorba en la tierra.

Como resultado, usualmente las temperatur­as son varios grados más calientes que en las afueras de la ciudad, y en algunas ocasiones más de 20 grados más calientes durante la noche.

“La urbanizaci­ón ha sido el conductor dominante del calentamie­nto regional en muchas ciudades del “cinturón del calor”, comentó Hondula.

En ciudades que tienen parte del crecimient­o más grande, las temperatur­as durante la noche se han incrementa­do tanto como 10 grados en las últimas décadas.

“Ése es un cambio mucho más grande que lo que hemos estimado que ha sido el calentamie­nto global en ese período de tiempo”. (Robert Moore/Katherine DavisYoung/The Washington Post)

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Familias Fronteriza­s se refrescan en una alberca de la ciudad

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