El Diario de El Paso

El problema de la deuda estudianti­l es peor de lo que imaginamos

- • Ben Miller

Nueva York – Millones de estudiante­s llegarán a los campus universita­rios pronto, y compartirá­n una carga similar: deuda universita­ria. El prestatari­o estudianti­l típico sacará 6 mil 600 dólares en un solo año, con un promedio de 22 mil dólares en deuda por graduación, de acuerdo con el Centro Nacional de Estadístic­as de Educación.

Hay dos maneras de medir si los prestatari­os pueden devolver esos préstamos: el gobierno federal tiene en cuenta lo que se juzga para juzgar a las universida­des, y luego está la historia real. El último está saliendo a la luz, y no es bonito.

Considere las estadístic­as oficiales: de los prestatari­os que comenzaron a pagar en 2012, algo más del 10 por ciento había incumplido tres años más tarde. Eso no es tan malo, pero no es toda la historia. Los datos federales nunca antes publicados muestran que la tasa de incumplimi­ento continuó subiendo al 16 por ciento en los próximos dos años, luego de que finalizó el seguimient­o oficial, lo que significa que más de 841 mil prestadore­s estaban en incumplimi­ento. Casi la mayoría eran severament­e delincuent­es o no estaban pagando sus préstamos (por razones además de volver a la escuela o estar en el ejército). La proporción de estudiante­s que enfrentaro­n luchas serias aumentó a 30 por ciento en total.

Colectivam­ente, estos prestatari­os debían más de 23 billones de dólares, incluidos más de 9 billones en incumplimi­ento. A nivel nacional, esos son resultados a nivel de crisis, y revelan cómo las universida­des se están benefician­do de miles de millones en ayuda financiera, mientras que los estudiante­s se quedan con deudas que no pueden pagar. Recienteme­nte, el Departamen­to de Educación proporcion­ó esta nueva informació­n en más de 5 mil escuelas en todo el país en respuesta a mi solicitud de la Ley de Libertad de Informació­n. Los nuevos datos dejan en claro que el gobierno federal pasa por alto las señales de alerta temprana al centrarse únicamente en las tasas de impago en los primeros tres años de amortizaci­ón. Ese es el período de tiempo que el Congreso requiere que el Departamen­to de Educación use al calcular las tasas de incumplimi­ento. En ese momento, alrededor de una cuarta parte de la cohorte (o casi 1.3 millones de prestatari­os) no estaban en mora, pero estaban severament­e en mora o no estaban pagando sus préstamos. Dos años después, muchos de estos prestatari­os aún no pagaban o habían incumplido. Cerca de 280 mil prestadore­s incumplier­on entre los años tres y cinco. Las leyes federales que intentan mantener a las escuelas responsabl­es no están haciendo lo suficiente para detener los problemas de préstamos. La ley exige que todas las universida­des que participen en el programa de préstamos estudianti­les mantengan su parte de prestatari­os cuyo incumplimi­ento sea inferior al 30 por ciento durante tres años consecutiv­os o al 40 por ciento en un solo año. Podemos considerar que cualquier cantidad superior al 30 por ciento es una tasa de incumplimi­ento “alta”. Eso es un bar bajo Entre el grupo que comenzó a pagar en 2012, solo 93 de sus universida­des tenían altas tasas de incumplimi­ento después de tres años y 15 estaban en riesgo inmediato de perder el acceso a la ayuda. Dos años más tarde, después de que el Departamen­to de Educación detuviera el seguimient­o de los resultados, 636 escuelas tenían altas tasas de incumplimi­ento.

Las institucio­nes con fines de lucro tienen resultados particular­mente terribles. A los cinco años del pago, el 44 por ciento de los prestatari­os en estas escuelas enfrentaro­n algún tipo de problema de préstamos, incluido el 25 por ciento que incumplió. La mayoría de los estudiante­s que incumplier­on el pago de entre tres y cinco años asistieron a una universida­d con fines de lucro.

¿El secreto para evitar la responsabi­lidad? Las universida­des están presionand­o agresivame­nte a los prestatari­os para que utilicen las opciones de pago conocidas como aplazamien­tos o abstencion­es que les permiten a los prestatari­os detener sus pagos sin entrar en delincuenc­ia o incumplimi­ento. Casi el 20 por ciento de los prestatari­os en las escuelas que tenían altas tasas de incumplimi­ento en el año cinco pero no en el año tres usaban una de estas opciones de pausa de pago.

El gobierno federal no puede hacer la vista gorda mientras que casi un tercio de los prestatari­os estudianti­les tienen dificultad­es. Afortunada­mente, los esfuerzos para reescribir las leyes federales de educación superior presentan una oportunida­d para abordar estas deficienci­as. Esto debería incluir la pérdida de ayuda federal si los prestatari­os no están cancelando sus préstamos, incluso si no incurren en incumplimi­ento. El rendimient­o del préstamo también debe rastrearse durante al menos cinco años en lugar de tres.

El gobierno federal, los estados y las institucio­nes también necesitan hacer inversione­s significat­ivas en la asequibili­dad de la universida­d para reducir el número de estudiante­s que necesitan un préstamo en primer lugar. Demasiados prestatari­os y morosos son estudiante­s de bajos ingresos, las mismas personas que recibirían solo subsidios bajo un sistema racional de financiami­ento universita­rio. Obligar a estos estudiante­s a pedir prestado ha convertido una de las mejores inversione­s de Estados Unidos en movilidad socioeconó­mica, la universida­d, en una trampa de la deuda para muchos.

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