Un ‘pacto con el diablo’
Washington – Esta semana en un extremo de la avenida Pensilvania, el presidente Donald Trump y sus asesores más cercanos trabajaban para combatir la percepción, alimentada por un ensayo anónimo publicado en The New York Times y un agresivo libro nuevo escrito por Bob Woodward, de que había perdido por completo el control de la presidencia desde dentro. Atacó verbalmente de nuevo a su fiscal general, gritó “TRAICIÓN” y exigió que se investigue a sus detractores.
Sin embargo, mientras expresaba su furia, los republicanos del Senado ejercían una presión constante sobre las furibundas protestas liberales y las trampas de perjurio demócratas en busca del que será quizá el impacto más duradero de la era de Trump: un giro conservador en el equilibrio de la Suprema Corte, capaz de moldear al país durante toda una generación.
Las imágenes opuestas de un presidente en el límite y un Congreso conservador uniendo fuerzas para avanzar explican de manera sucinta por qué casi todos los republicanos electos han apoyado a Trump discretamente en sus distintos esfuerzos… o por lo menos no lo han regañado de una forma demasiado evidente. Las ganancias de lo que el senador republicano de Arizona Jeff Flake llamó el “pacto con el diablo” del partido han sido muchas y se habían esperado desde hace tiempo: reducciones amplias a las tasas fiscales personales y corporativas, la confirmación de una ola de jueces conservadores para los tribunales inferiores, y pronto un viraje ideológico en la corte más alta del país.
“Hablamos de procesos y personalidad: cómo hacen las cosas, lo disfuncional que es y qué tanto puede salirse de control”, dijo el senador republicano de Carolina del Sur, Lindsey Graham, que concedió que Trump es “un niño difícil”. Sin embargo, dijo, “yo hablo solamente de los resultados”.
De cualquier manera, el presidente ha demostrado un gran desinterés por las advertencias del Congreso. “Algunos de nosotros hemos ofrecido consejos amigables al presidente, por ejemplo, sobre la cuenta de Twitter y cosas por el estilo”, dijo el senador de Texas John Cornyn, el segundo republicano más importante, y añadió: “Hemos tratado de aconsejarlo en esa esfera, pero no lo ha aceptado”.
Así que con más victorias en políticas por alcanzar y la popularidad de Trump aún estratosférica entre los republicanos, muchos en el partido han elegido bajar la cabeza tranquilamente y hacer lo que puedan, por lo menos hasta las elecciones intermedias de noviembre.
Los votantes “tienen algunos temores e inquietudes, y estamos tratando de abordar todas esas cuestiones”, reconoció el republicano de Ohio Steve Stivers, presidente del brazo republicano de las campañas de la Cámara, el viernes durante un desayuno del Christian Science Monitor con reporteros. Sin embargo, señaló, ni la disfunción manifestada por el ensayo anónimo ni el libro de Woodward tendrán un gran impacto en los votantes.
“Sé que se desató esta tormenta en Washington, pero el resto del país es en verdad distinto, y no están hablando sobre las mismas cosas que se ven en los noticieros por cable”, mencionó.
Hay una pregunta que sigue surgiendo, en particular entre los demócratas cada vez más alarmados por el desinterés de Trump en las normas para gobernar: ¿en dónde está el punto de quiebre republicano? Trump se le acercó hace un año cuando alabó a “la gente verdaderamente buena en ambos bandos” de la mortal manifestación de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia.
Puso a prueba los límites en Helsinki, cuando —hombro a hombro con Vladimir Putin— se puso del lado de las afirmaciones del presidente ruso en lugar de validar la evaluación de su propio grupo de inteligencia acerca de la interferencia del Kremlin en las elecciones de 2016.
Ha presionado a su partido una y otra vez con su despido de un director del FBI, sus ataques al fiscal general Jeff Sessions, su política de separación de niños migrantes de sus padres, sus amenazas de intervenir en las investigaciones que están cercándolo y sus indultos poco ortodoxos.
El senador republicano de Nebraska Ben Sasse lamentó que la Casa Blanca se haya convertido en un “circo de tres pistas”. El artículo anónimo aparecido esta semana en The Times fue “similar a lo que muchos de nosotros escuchamos de funcionarios de altos cargos en la Casa Blanca, unas tres veces a la semana”, dijo al locutor de radio conservador Hugh Hewitt el jueves, y añadió: “No se dirige un país como si fuera una telenovela”.
Después de leer el ensayo anónimo que retrata los esfuerzos al interior del propio gobierno de Trump para refrenarlo, el senador de Tennessee Bob Corker, presidente republicano del Comité de Relaciones Exteriores próximo a retirarse, preguntó: “¿Quién no habría escrito una carta así?”
Pero ese es el sentimiento de una minoría, por lo menos públicamente. Es más representativo el presidente de la Cámara, Paul Ryan, de Wisconsin, quien el jueves dijo a los reporteros: “Lo que me interesa son los resultados del gobierno, y los resultados del gobierno son buenos”.
Los aliados acérrimos lo defienden sin reparos. El representante republicano de Carolina del Norte, Mark Meadows, líder del Caucus de la Libertad de la Cámara, dijo que indagará en busca de posibles herramientas legislativas que puedan ayudar a identificar al autor del ensayo.
El senador republicano de Kentucky, Rand Paul, sugirió que Trump podría usar una prueba de detección de mentiras para descubrir al autor del artículo. Otros sugirieron que el ensayo funcionará a favor del presidente, como una prueba del afianzado “Estado profundo” que ha afirmado que socava su presidencia.
Sin embargo, tras casi dos años de estar obligados a responder por el remolino incansable de drama de Trump y a solo dos meses del día de las elecciones, muchos republicanos de las bases dicen que simplemente han comenzado a desconectarse del presidente. Será mejor esperar al día de las elecciones y leer el barómetro del apoyo a Trump después de que los votantes acudan a las urnas en lo que se está conformando como un referendo de su presidencia.
Si los demócratas arrasan con el control de la Cámara o incluso el Senado, los legisladores republicanos tendrán mayor libertad de desafiar a Trump, según creen los legisladores de ambos partidos. En tal situación, un informe dañino del fiscal especial, Robert Mueller, con respecto a la interferencia de Rusia en las elecciones de 2016 o los intentos de Trump de interferir en la investigación podrían generar una respuesta bipartidista. Una demostración más fuerte dejaría de garantizar una estrictamente partidista.
Sin embargo, por ahora Trump sigue siendo la figura más popular del Partido Republicano, cuya lealtad ha ayudado a mantener a flote a los candidatos en las primarias republicanas muy competidas y sigue siendo un elemento importante entre los candidatos a las elecciones generales.