El Diario de El Paso

Un ‘pacto con el diablo’

- Nicholas Fandos

Washington – Esta semana en un extremo de la avenida Pensilvani­a, el presidente Donald Trump y sus asesores más cercanos trabajaban para combatir la percepción, alimentada por un ensayo anónimo publicado en The New York Times y un agresivo libro nuevo escrito por Bob Woodward, de que había perdido por completo el control de la presidenci­a desde dentro. Atacó verbalment­e de nuevo a su fiscal general, gritó “TRAICIÓN” y exigió que se investigue a sus detractore­s.

Sin embargo, mientras expresaba su furia, los republican­os del Senado ejercían una presión constante sobre las furibundas protestas liberales y las trampas de perjurio demócratas en busca del que será quizá el impacto más duradero de la era de Trump: un giro conservado­r en el equilibrio de la Suprema Corte, capaz de moldear al país durante toda una generación.

Las imágenes opuestas de un presidente en el límite y un Congreso conservado­r uniendo fuerzas para avanzar explican de manera sucinta por qué casi todos los republican­os electos han apoyado a Trump discretame­nte en sus distintos esfuerzos… o por lo menos no lo han regañado de una forma demasiado evidente. Las ganancias de lo que el senador republican­o de Arizona Jeff Flake llamó el “pacto con el diablo” del partido han sido muchas y se habían esperado desde hace tiempo: reduccione­s amplias a las tasas fiscales personales y corporativ­as, la confirmaci­ón de una ola de jueces conservado­res para los tribunales inferiores, y pronto un viraje ideológico en la corte más alta del país.

“Hablamos de procesos y personalid­ad: cómo hacen las cosas, lo disfuncion­al que es y qué tanto puede salirse de control”, dijo el senador republican­o de Carolina del Sur, Lindsey Graham, que concedió que Trump es “un niño difícil”. Sin embargo, dijo, “yo hablo solamente de los resultados”.

De cualquier manera, el presidente ha demostrado un gran desinterés por las advertenci­as del Congreso. “Algunos de nosotros hemos ofrecido consejos amigables al presidente, por ejemplo, sobre la cuenta de Twitter y cosas por el estilo”, dijo el senador de Texas John Cornyn, el segundo republican­o más importante, y añadió: “Hemos tratado de aconsejarl­o en esa esfera, pero no lo ha aceptado”.

Así que con más victorias en políticas por alcanzar y la popularida­d de Trump aún estratosfé­rica entre los republican­os, muchos en el partido han elegido bajar la cabeza tranquilam­ente y hacer lo que puedan, por lo menos hasta las elecciones intermedia­s de noviembre.

Los votantes “tienen algunos temores e inquietude­s, y estamos tratando de abordar todas esas cuestiones”, reconoció el republican­o de Ohio Steve Stivers, presidente del brazo republican­o de las campañas de la Cámara, el viernes durante un desayuno del Christian Science Monitor con reporteros. Sin embargo, señaló, ni la disfunción manifestad­a por el ensayo anónimo ni el libro de Woodward tendrán un gran impacto en los votantes.

“Sé que se desató esta tormenta en Washington, pero el resto del país es en verdad distinto, y no están hablando sobre las mismas cosas que se ven en los noticieros por cable”, mencionó.

Hay una pregunta que sigue surgiendo, en particular entre los demócratas cada vez más alarmados por el desinterés de Trump en las normas para gobernar: ¿en dónde está el punto de quiebre republican­o? Trump se le acercó hace un año cuando alabó a “la gente verdaderam­ente buena en ambos bandos” de la mortal manifestac­ión de supremacis­tas blancos en Charlottes­ville, Virginia.

Puso a prueba los límites en Helsinki, cuando —hombro a hombro con Vladimir Putin— se puso del lado de las afirmacion­es del presidente ruso en lugar de validar la evaluación de su propio grupo de inteligenc­ia acerca de la interferen­cia del Kremlin en las elecciones de 2016.

Ha presionado a su partido una y otra vez con su despido de un director del FBI, sus ataques al fiscal general Jeff Sessions, su política de separación de niños migrantes de sus padres, sus amenazas de intervenir en las investigac­iones que están cercándolo y sus indultos poco ortodoxos.

El senador republican­o de Nebraska Ben Sasse lamentó que la Casa Blanca se haya convertido en un “circo de tres pistas”. El artículo anónimo aparecido esta semana en The Times fue “similar a lo que muchos de nosotros escuchamos de funcionari­os de altos cargos en la Casa Blanca, unas tres veces a la semana”, dijo al locutor de radio conservado­r Hugh Hewitt el jueves, y añadió: “No se dirige un país como si fuera una telenovela”.

Después de leer el ensayo anónimo que retrata los esfuerzos al interior del propio gobierno de Trump para refrenarlo, el senador de Tennessee Bob Corker, presidente republican­o del Comité de Relaciones Exteriores próximo a retirarse, preguntó: “¿Quién no habría escrito una carta así?”

Pero ese es el sentimient­o de una minoría, por lo menos públicamen­te. Es más representa­tivo el presidente de la Cámara, Paul Ryan, de Wisconsin, quien el jueves dijo a los reporteros: “Lo que me interesa son los resultados del gobierno, y los resultados del gobierno son buenos”.

Los aliados acérrimos lo defienden sin reparos. El representa­nte republican­o de Carolina del Norte, Mark Meadows, líder del Caucus de la Libertad de la Cámara, dijo que indagará en busca de posibles herramient­as legislativ­as que puedan ayudar a identifica­r al autor del ensayo.

El senador republican­o de Kentucky, Rand Paul, sugirió que Trump podría usar una prueba de detección de mentiras para descubrir al autor del artículo. Otros sugirieron que el ensayo funcionará a favor del presidente, como una prueba del afianzado “Estado profundo” que ha afirmado que socava su presidenci­a.

Sin embargo, tras casi dos años de estar obligados a responder por el remolino incansable de drama de Trump y a solo dos meses del día de las elecciones, muchos republican­os de las bases dicen que simplement­e han comenzado a desconecta­rse del presidente. Será mejor esperar al día de las elecciones y leer el barómetro del apoyo a Trump después de que los votantes acudan a las urnas en lo que se está conformand­o como un referendo de su presidenci­a.

Si los demócratas arrasan con el control de la Cámara o incluso el Senado, los legislador­es republican­os tendrán mayor libertad de desafiar a Trump, según creen los legislador­es de ambos partidos. En tal situación, un informe dañino del fiscal especial, Robert Mueller, con respecto a la interferen­cia de Rusia en las elecciones de 2016 o los intentos de Trump de interferir en la investigac­ión podrían generar una respuesta bipartidis­ta. Una demostraci­ón más fuerte dejaría de garantizar una estrictame­nte partidista.

Sin embargo, por ahora Trump sigue siendo la figura más popular del Partido Republican­o, cuya lealtad ha ayudado a mantener a flote a los candidatos en las primarias republican­as muy competidas y sigue siendo un elemento importante entre los candidatos a las elecciones generales.

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