Kavanaugh y la política de la mala fe
Nueva York – En Maine, los activistas que se oponen a la nominación de Brett Kavanaugh a la Suprema Corte están tratando de presionar a Susan Collins, la senadora republicana de ese estado. Si Collins vota por Kavanaugh, dicen, donarán importantes sumas de dinero a su opositor en las próximas elecciones.
Sin importar la opinión que tengan de Kavanaugh, esta, sin duda, es una táctica legítima: los donantes y los activistas tratan de influir en los votos de los políticos todo el tiempo, a menudo mediante advertencias sobre consecuencias electorales adversas si los políticos hacen lo que los activistas consideran una mala elección. El año pasado, por ejemplo, importantes donadores republicanos amenazaron con retirar sus contribuciones salvo que el partido les diera un enorme recorte fiscal.
No obstante, ahora Collins, junto con otros republicanos y activistas conservadores están describiendo la presión relacionada con Kavanaugh como “cohecho” “extorsión” y “chantaje”. Además, algunos de los que afirman que el activismo político normal de cierta forma es ilegítimo son los mismos grandes donadores que advirtieron a los republicanos que aprobaran los recortes fiscales o se atuvieran a las consecuencias.
Decir que esto es hipocresía con un cambio radical es justo, pero parece inadecuado. Estamos ante algo mucho más grande y más generalizado que la sola hipocresía: se trata de mala fe a una escala épica.
La “mala fe” es, por cierto, un término legal que hace referencia a “celebrar un acuerdo sin la intención ni los medios para cumplirlo o violar normas básicas de honestidad”. En la política, por lo general significa fingir estar comprometido con principios que se abandonan en el momento en que se vuelven inconvenientes. En este sentido, la mala fe permea en casi todo lo que el Partido Republicano moderno dice y hace.
El proceso mismo que llevó a Kavanaugh al borde de un nombramiento de toda la vida en la Suprema Corte estuvo saturado de mala fe.
Recuerden, los republicanos ni siquiera le concedieron a la persona que nominó el presidente Barack Obama una sesión, afirmando que debido a que Obama ya estaba a punto de terminar su segundo mandato presidencial el proceso debía esperar, con lo que dejaron una magistratura vacante durante más de un año, para dejar que los electores opinaran. Ahora, están tratando de hacer que se apruebe a Kavanaugh en cuestión de semanas, a pesar de que sus antecedentes legales no se han revisado por completo y hay preguntas importantes sobre su historia personal (dejando de lado las explosivas acusaciones sexuales, ¿alguien le va a preguntar sobre sus inmensas deudas personales?).
¿Por qué la prisa? Porque existe la posibilidad de que el Partido Republicano pierda el Senado en breve. Todo eso de dejar que los electores manifestaran su opinión fue deshonesto desde el comienzo.
Como este hay muchos ejemplos más. ¿Recuerdan cuando Paul Ryan se hizo pasar por el guardián máximo de la responsabilidad fiscal, y divulgó manifiestos que advertían con un tono calamitoso sobre “la carga aplastante de la deuda”? En el momento en que los republicanos tuvieron el control de la Casa Blanca, Ryan ayudó a que se aprobara un enorme recorte fiscal que agregará 1,5 billones de dólares al déficit.
El ataque de pánico de Ryan a causa del déficit básicamente se centró en los programas sociales; en específico, propuso enormes recortes a Medicare, para convertirlo en un programa de cupones que a fin de cuentas recibiría mucho menos dinero que el programa existente. Algunos analistas alabaron su valentía por hacer una propuesta como esa. Sin embargo, ahora un comité de acción política vinculado con Ryan está lanzando anuncios que acusan falsamente a los demócratas de... planear un recorte a Medicare.
Momento, hay más. Durante años, los republicanos mancharon la reputación de sus opositores tachándolos de antipatriotas. ¿Recuerdan todo aquello de que Obama supuestamente tenía que disculparse por los actos de Estados Unidos? Ahora tenemos a un presidente que alaba a dictadores extranjeros brutales y cuyo asesor de seguridad nacional y presidente de campaña eran agentes extranjeros encubiertos, lo cual no parece molestar en absoluto al Partido Republicano.
Ah, y no olvidemos que Bill Clinton fue sometido a un juicio político por un amorío consensuado, porque los republicanos insistieron en que el comportamiento personal del presidente debe ser irreprochable. ¿Necesito decir más?
Abundan los ejemplos. De hecho, cuesta trabajo pensar en áreas significativas de la política o las políticas públicas en las que los republicanos estén actuando de buena fe, donde sus actos en verdad correspondan con los principios que afirman tener. Sin pensarlo mucho, no se me ocurren ejemplos.
¿Por qué el Partido Republicano se ha vuelto el partido de la mala fe? Principalmente, sospecho, porque su agenda política de fondo que consiste en recortar impuestos a los ricos mientras elimina de tajo programas sociales es profundamente impopular. Así que para ganar elecciones debe oscurecer sus políticas verdaderas —como ahora que los republicanos afirman, falsamente, que quieren proteger a los estadounidenses con enfermedades preexistentes— y todo el tiempo fingir que defiende cosas que en realidad no le importan, desde la probidad fiscal hasta la responsabilidad personal.
El punto clave que se debe entender acerca del compromiso casi absoluto del Partido Republicano con la mala fe es que los electores no son las únicas víctimas.
Es cierto que muchos seguidores de Donald Trump recibirán un duro golpe si los republicanos mantienen el control del Congreso, ya que se imaginan que harán a Estados Unidos grandioso de nuevo y en cambio se quedarán sin cobertura médica. No obstante, la mala fe también tiene un costo moral para los políticos. Seguimos viendo gente que alguna vez pareció tener algún sentido de decencia convertirse en esbirros abyectos. ¿Recuerdan cuando Lindsey Graham parecía tener algo de conciencia independiente?
¿Sigue Susan Collins? En lugar de atacar a esos activistas de Maine, debió agradecerles, por darle una última oportunidad de salvar su alma política.